lunes, 8 de septiembre de 2014

La guerra de la Dependencia





Sólo los sabios saben mantener la distancia con el mundo. Ver las ciudades y los pueblos desde una nube y sentir que nada de lo que contemplan los pertenece y nada ni nadie puede decir que dependen de algo.
La guerra de la dependencia comenzó por algo tan humano como las necesidades, sean éstas económicas o afectivas, primarias o prescindibles y las mezclas correspondientes entre ellas. Y como en todas las guerras, arraiga la semilla del odio.
Es sabido que todos somos dependientes, de la sociedad y sus normas, de las leyes de cada país o del estado en que nos ha tocado vivir; pero en ésto, por inevitable, podemos firmar un armisticio, un alto el fuego en la lucha por las libertades, aunque sin bajar la guardia cayendo en la indiferencia.
La guerra más cruenta resulta cuando el enemigo es reconocible, es decir, en la relación de dependencia. Desde el nacimiento dependemos de los padres, que durante los primeros años resulta una relación llevadera, basada en el cariño; pero en el momento de estrenar la personalidad, buscando la independencia, comienzan las primeras fricciones, hasta que uno consigue o cree conseguir la autonomía afectiva y económica.
Una vez conseguida la desvinculación del hogar familiar, aún conservando los afectos, y la independencia económica que permite vivir por los propios medios, el sabio evitará caer en una nueva relación de dependencia, tanto con personas a su cargo como una relación en la que él mismo sea una carga para otro; lo que le llevará a una lucha permanente consigo mismo, terminando por ser su propia víctima.
La más cruel de las dependencia es la afectiva, el amor; por el que uno sacrificaría su libertad y la vida misma. Pero afortunadamente para ellos y para todos los demás, sabios, hay muy pocos.

1 comentario:

  1. Yo me declaro dependiente sin tapujos, casi tímidamente, porque ciertamente lucho conmigo misma por no serlo a cada poco... sin conseguirlo.
    Eso sí, dependiente del sentir, lo demás está de paso, no nos atañe jamás del todo, es algo superfluo. Sin embargo...¿quién puede independizarse de sentir?
    Yo no.
    Besotes.

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