miércoles, 29 de enero de 2014

Marea baja




Hay un lugar donde el agua se aleja de la orilla dejando al descubierto estrellas y caracolas marinas. No hace mucho tiempo que inundaba las raíces de los manglares, que ahora permanecen sedientos.
Hay un lugar donde las Musas se enfrentaron con las Piérides en un concurso de canto y la belleza de sus voces hizo crecer las orgullosas montañas. Cantos de esperanza cuando la marea baja, y las aguas se retiran a profundidades lejanas.
Hay un tiempo para pensar, un paisaje yermo donde antes hubo cosecha y que ahora permanece en barbecho.
Hay marea baja y la tierra se esponja y emerge haciendo las orillas más anchas. Cuando retroceden las aguas, dejan el fértil limo del fondo que se fecunda con nuevas ideas de las que surgirán caudalosos ríos que se irán llenando de vida.
Hay rugidos de resaca que claman a los vientos de poniente, para que les envíe la unidad y la fuerza necesaria para volver a atacar el rompiente.
Hay anfibios sueños sumergidos en tenebrosas aguas estancas, que esperan salir a la luz, como crisálidas de mariposas blancas.
Hay un pescador en la orilla que espera, con infinita paciencia, a que suba la marea.
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viernes, 24 de enero de 2014

De fiesta en fiesta




Conducía satisfecho después de la actuación. Trataba de ser amable con los otros conductores por esas amplias e interminables carreteras que cruzan América. Puse la radio en mi dial favorito de música clásica en las mañanas y que al anochecer cambia al jazz.
Me adelantaron temerariamente algunos coches con esos tipos que se creen mejores conductores por ir más rápido y yo también pasé a otros que creen que conducir bien es respetar a rajatabla todas las normas y señales, cuando el mejor conductor es aquel que es capaz de ir sorteando a los cataplasmas e indecisos que tanto abundan en las carreteras, sin mayores riesgos.
Me detuve en ámbar antes de que cambiara a rojo el semáforo y vi a una rubia en el coche de al lado que sujetaba el volante con los dedos extendidos, porque se estaba pintando las uñas.
El tráfico se hacía espeso. El movimiento de un sábado por la tarde cuando la gente sale de fiesta a ruidosos locales de música eléctrica. Yo prefiero la fiesta privada y la música acústica, los sonidos naturales de los instrumentos de madera o la voz rozada de alguien que canta cerca. Cuando la música pasa por los cables, pierde su esencia y uno escucha lo que quiere el que maneja los botones en vez de oír al músico, con su sensibilidad o sus imperfecciones. pero es lo que ponían en la radio.
Hace mucho tiempo que no voy a una fiesta de invitado, porque me gusta trabajar para que otros se diviertan, y me aterra cruzar la pared invisible y presentarme en el otro lado. Solo en el cine o en el teatro encuentro la intimidad en la penumbra, aislado y entregado a lo que se me presenta como éste paisaje en movimiento que me ofrece la carretera desde el habitáculo de mi vehículo, cargado con los artefactos necesarios para mi espectáculo.

jueves, 23 de enero de 2014

El camaleón

Se hacía de noche, Siniestras sombras habían llegado de fuera de la ciudad para sembrar el caos y la violencia. Algunos habían matado antes pero consiguieron esquivar a los tribunales y volver a su trabajo de policías anti-disturbios. La manifestación avanzaba pacífica mientras se iban incorporando gentes de todas las edades. Mary hacía fotos a la pancarta que encabezaba la marcha, sostenida por gentes humildes que no pertenecían a ninguna organización ni partido político, pero en sus rostros se notaba el cansancio y el temor en la mirada.
El camaleón se unió a los manifestantes al final del trayecto y buscó a Mary  entre la multitud que coreaba consignas y justas reivindicaciones. Al camaleón le gustaba la determinación de Mary, que siempre apoyaba a los más débiles aunque a veces pareciera una temeridad, y  Mary apreciaba la incansable lucha por lo que el camaleón entendía como justicia. Una justicia no escrita, equitativa entre los hombres de cualquier condición.
La marcha se había detenido frente a la barrera policial que custodiaba el edificio del gobierno y los gritos de protesta aumentaron en decibelios para espantar el miedo. La plaza, ya abarrotada, seguía recibiendo ríos de gente que confluían por las calles aledañas en forma de estrella, comprimiéndose contra la barrera de policías que aguardaban órdenes para cargar. Un niño sentado a horcajadas sobre los hombros de su padre agitaba un cartel en el que se leía: "¿Tú y yo somos iguales?". Mary le hizo una foto y no le dio tiempo a más porque una avalancha humana retrocedió ante la primera carga de los anti-disturbios que apaleaban a ciegas a mujeres y ancianos. Mary cayó al suelo arrollada por los que huían de la violencia policial que aumentaba la rabia de los manifestantes. El camaleón avanzó entre los más jóvenes que relevaban a la cabeza de la marcha y alcanzó a ver las botas negras que pisaban la mano de Mary, mientras unos guantes reforzados se apoderaban de la cámara. El forcejeo era inútil, se vio brillar una descarga eléctrica sobre el cuerpo tendido de la chica y el camaleón se estremeció como si lo recibiera en su propia piel.
Aprovechando un lapsus en la confusión, el camaleón alcanzó a la muchacha y consiguió arrastrarla entre el bullicio hasta la penumbra de un rincón de la calle, donde ella pudo incorporarse y sin mediar palabra se juntaron sus labios temblorosos con los de su salvador. Ella apenas sentía su propia mano magullada que abrazaba la nuca de él, pero podía sentir los brazos que la rodeaban y el corazón que batía apretado suavemente contra sus pechos. Así permanecieron durante un instante eterno, ajenos al incremento de la barbarie que bullía a su alrededor hasta que el impacto de una porra sobre el cuello del camaleón hizo que se derrumbara entre un avispero de policías que empujaron a ambos hacia el furgón donde se apiñaban los detenidos.

A la mañana siguiente los medios de información locales relataban los incidentes producidos por alborotadores profesionales que obligaron a la policía a intervenir en la protesta, que se saldó con varios policías heridos y medio centenar de detenidos que pasaron a disposición judicial.

miércoles, 15 de enero de 2014

La Burla

Apoyo la rebelión de los vecinos de Gamonal a cara descubierta. No me importa si destrozan los cristales de las entidades bancarias, que están cubiertos por buenas pólizas de seguros, ni que quemen una caseta de obra de la empresa mafiosa de la construcción, que sacará tajada de las obras a realizar, porque, agotadas todas las vías pacíficas de diálogo, solo queda ésta forma de llamar la atención de la opinión pública, a sabiendas de que manipularán la información para justificar la represión y descalificar los objetivos de la protesta.
No se demandan beneficios sociales, ni pagas extras, ni siquiera se pide un salario justo, ni un trabajo digno. Por ésta vez, no se exige que la justicia sea igual para todos y se de el trato que merecen los imputados en desfalcos, los políticos corruptos, y las ilustres familias de ladrones del dinero de todos. Ni se pide la devolución de los derechos robados a los trabajadores.

La protesta es para que dejen el barrio como está, igual de mal, y no lo conviertan en un negocio más de los capos de siempre, a costa de la incomunicación y los daños soportados por los vecinos a cuenta de unas obras interminables.

Pero la burla de la clase política ante los acontecimientos, es intolerable. Los responsables de la miseria de los ciudadanos ven una justificación para la represiva "Ley de Seguridad Ciudadana" que convierte al débil en más vulnerable para proteger las propiedades de los verdaderos delincuentes y no dudan en calificar de "atentados" las acciones de la protesta burgalesa, como hizo ante los medios Ana Botella de Aznar.

El malestar generado por el desprecio de la clase política hacia sus ciudadanos alimenta la protesta. Haría falta una regeneración total en las formas y en los puestos de responsabilidad política para calmar los ánimos. Una toma de conciencia de los problemas del pueblo al que gobiernan y nuevas soluciones.

lunes, 13 de enero de 2014

Sin destino




Vuelve la noche. El sol se retira pronto en invierno y ya hace rato que se ha ido a iluminar la otra cara del mundo, dejándome a merced de las farolas que tímidamente alumbran la carretera semidesierta. Los faros del coche no van muy lejos y estuve a punto de atropellar a un negro que cruzaba la calle en bicicleta. Frené en el último momento, cuando vi brillar los reflectantes de las ruedas y consiguió pasar ileso. Esto me devolvió a la realidad, porque me estaba preguntando que estarías haciendo tu en ese momento, te imaginaba en casa, leyendo quizás, con una taza de esas infusiones de hierbas rojas o verdes secas que te preparas y que ya ha dejado de humear. Veía tu cara azul, iluminada por la luz de la pantalla de tu ordenador, desafiando a las horas más duras de la noche. Te imaginaba cómoda en la cálida atmósfera de tu casa, con las piernas cruzadas y desnudas, abducida por los duendes de la lectura. Te veía tan ausente del mundo que estabas realmente hermosa. De alguna manera, yo también sentía ese aislamiento del mundo en el habitáculo de mi vehículo atravesando las franjas de luz que proyectaba el escaso alumbrado sobre la carretera, mientras pienso en ti, sin nadie que me interrumpa o me exija participar en una conversación que no me interese.
No podías imaginar el error que cometí al confundir una fiesta infantil con el cumpleaños de un adulto, en el que me presenté vestido de payaso y del que regresaba sin sacar los trastos del maletero, haciendo en balde un trayecto de casi 100 Km. entre la ida y la vuelta.
El tráfico parecía haber aumentado, porque empezaba a ralentizar la marcha y se encendían con frecuencia las luces de freno de los coches que me precedían. A cierta distancia destellaban las luces azules de la policía y la intermitencia ámbar de una ambulancia. La carretera se había convertido en u na procesión de tortugas acorazadas. Cuando llegué a la altura del accidente, comprendí que alguien había resultado muerto, a juzgar por el prolongado tiempo que se estaban tomando los servicios de emergencia, incluso vi a uno de los paramédicos fumando apoyado en la ambulancia. Sobre el arcén se mostraban los hierros aplastados de lo que fue una bicicleta.
Decidí llamarte por teléfono desde el dispositivo del coche. Pero después de dos tonos cortaste la llamada, ¿Lo hiciste, no? porque volví a marcar y ya habías apagado tu teléfono. Era la señal inequívoca de que estabas despierta, pero también de que no querías hablar conmigo aún teniendo toda la noche por delante. Quizás no estabas sola, estarías revolcándote entre gemidos con alguno de esos tipos decididos y silenciosos que te gustan. Zorra.

viernes, 10 de enero de 2014

Burgheto

Cuando escapé de Burgheto, creí alejarme de de la miseria, pero los crueles recuerdos me persiguieron. Me crucé con caras de sospecha y con la ridícula presunción de los arruinados burgueses que enraizaron en aquellos cascajales. Las calles desiertas por el toque de queda del inhóspito invierno, con esa heladora luz azul de los crepúsculos mesetarios y los grises paseantes de domingo que sobreviven porque no les queda más remedio.
Traté inútilmente de liberarme de las cadenas de los afectos y caí, una vez más, en las redes de los agradecimientos. Como si tuviera una deuda pendiente y eterna con la ciudad que me amamantó, una deuda con el vacío.
Burgheto, donde solo los sueños te hacen libre. Tantas veces escapé sin poder salir, que desde la distancia siento la inquietud que me invadía en la lucha de cada día y aún conservo las cicatrices de la rebeldía.
He heredado el desasosiego, el disimulo, la impaciencia en la espera y las ingenuas destrezas que acumulo. Las alianzas imposibles, buscando partidarios de una idea peregrina en la plaza de la desolación, donde se amontonan artísticamente las piedras.
Un guía turístico explica la historia, enseñada por pedantes profesores y aprendida de memoria, para el rebaño que pace en sus palabras apretado para resguardarse de los vientos del norte. Este es el escaso movimiento de un invierno en Burgheto. Si al menos hubiera luces en las ventanas que revelaran algún secreto, un vestigio de vida, el insomnio de las musas...se diría que la ciudad no está muerta sino aletargada entre las gélidas sombras de una noche obtusa.
Al primer rayo de sol, Burgheto se despereza con la lentitud de los bueyes y se destapan las sepulturas innobles, sacando a la luz sus encogidos pobladores con el orgullo de falsos reyes.
Ahora que los recuerdos se desnudan, veo las carnes heridas, violáceas, que se yerguen y tristemente saludan.


miércoles, 8 de enero de 2014

Música





He dejado que la música se apodere de mi. Ya no me pertenezco soy de la cábala de las notas y con ellas me mezclo, me sumo y me divido. Las cuerdas de acero dejaron mis dedos heridos y su tensión inquietante mezcla sus ondas con el aire.
Respiro trinos y arpegios que danzan en volutas incansables y escucho el melódico lenguaje de sus silencios.
Asciendo por la escala de intervalos, para caer en un colchón de coros espumosos, como una pluma que desciende entre trémolos y bajos gomosos.
Soy una canción inédita, un salmo al vacío, el instrumento que espera su intervención entre una secuencia de fusas para que bailen el rigodón cortesanos y plebeyos mientras suena la cornamusa.
Me mecen los invisibles armónicos de un andante, hasta fusionarme en el arrullo de su voz cantante o me precipitan los rápidos del río en una secuencia interminable para morir en la paz de un retardando glorioso, en un piélago manso, como la música de un atardecer azulado y misterioso.
No quiero regresar y volver a ser, si algo fui, no necesito las manos para abrazar lo que más amo.
No canto con la voz, porque soy el propio canto, intangible, evanescente, como el aliento que hace vibrar los metales de viento. Soy el soplo inocente de los céfiros en la flauta de Pan que hizo bailar a las flores, el ritmo de la lluvia que aleja todos los temores para seguir soñando cada mañana cuando me levanto.

sábado, 4 de enero de 2014

Una experiencia inolvidable






Mi último trabajo fue de vendedor de esclavos "blancos". Sobre un podio de madera, mostraba la mercancía. Muchachos atléticos, jóvenes y fuertes para trabajar en cualquier labor que se les encomiende. El rastro, estaba abarrotado de curiosos y posibles compradores que sonreían ante el saludable aspecto de mis esclavos cuando los obligaba a enseñar los dientes, como prueba añadida de su salud física.
El mercado al aire libre, estaba inundado por la luz de los domingos y ondeaban al viento las prendas colgadas en los puestos, y los vendedores de libros viejos agradecían al sol su templanza. Pero a medida que pasaban las horas iba haciendo presa en mi el desconsuelo. Ni siquiera tuve una oferta por ninguno de mis esclavos. A un paseante que se detuvo, llegué a ofrecerle los brazos fuertes de uno de los muchachos para ayudarle en su trabajo, pero me respondió que estaba en el paro y ya no tenía trabajo. Un matrimonio sonriente se acercó al estrado y le ofrecí a buen precio a otro de mis esclavos, para realizar cualquier tarea doméstica, pero el hombre respondió que su mujer se ocupaba de esas cosas.
Un pequeño grupo de hombres calvos, pero perfectamente vestidos con sus trajes azules de alpaca y dorados alfileres de corbata, pasaban impasibles cuando les detuve ofreciéndoles lo mejor de mis esclavos, y sin apenas mirarme me pareció que decían; "ya tenemos muchos más de los que necesitamos", y otro añadió "y más baratos" y se alejaron entre risitas.
La mañana se terminaba sin vender mi mercancía cuando pude ver desde la plataforma entarimada, un tumulto que se acercaba y distinguí a la policía abriendo paso entre la muchedumbre a un personaje que debía de ser un político o alguien relevante, a juzgar por su ademán, saludando desde el espacio abierto por los agentes, con sus manos de mariposa. Desde lo alto le grité ofreciéndole lo mejor que tenía. " Éste esclavo sabe leer y escribe poesía". El político se detuvo, cambió su semblante, palideció, se dio media vuelta y echó a correr, creando el desconcierto entre los agentes y el personal de escolta, que se apresuraron tras él.

viernes, 3 de enero de 2014

La primera vez

La primera vez fallé. Aún con los conocimientos teóricos necesarios, faltaba la experiencia que da la repetición. Lo que hace superarse una y otra vez hasta alcanzar aproximarse a la perfección.
Por primera vez recupero del olvido lo que un día estrené, aprendí, me inicié. Vuelve esa extraña excitación de lo nuevo, la atracción por lo desconocido, el miedo al error que arruine la experiencia.
El debut, el nacimiento de una nueva pasión, el primer trago, el temeroso tacto con lo intocable, el sabor del primer beso y todo lo que por vez primera sigue y desencadena cada acción. Son innumerables las cosas, los sentimientos, los aromas, los proyectos, todo lo que apreciamos por los sentidos, lo que descubrimos, lo que hacemos por primera vez... que no existe nadie que pueda decir, al final de su vida, que no le queda nada por hacer. Porque siempre habrá algo desconocido por aprender, y para aprender es para lo que he nacido.