domingo, 29 de abril de 2012

Dependencia

Foto: Pedro Izquierdo (Guadaloupe 7/5/2012)




Ya era más de media noche. El reloj digital del teléfono cambió su numeración más alta 23:59 por la más baja 00:00, en un instante que pareció morirse el tiempo, como si el corazón de todos los relojes se hubiese detenido en el mismo momento de pasar de un día al siguiente.
La una de la mañana, aún no había sonado el teléfono y empezaba a preocuparse. Algo grave debió suceder para tanto silencio - se decía- No podía ser algo sencillo, como que ella  hubiera perdido el teléfono o el número, o alguno de los pretextos que se suelen usar cuando no se llama, como "me quedé sin batería". Se arriesgó él a llamar a esa hora de la madrugada sabiendo que alguien más que ella podría oír la alarma, pero no hubo respuesta. Contuvo el impulso de salir a buscarla y decidió esperar un poco más. Se acercó a la ventana cuando empezaba a llover, primero con una lluvia fina que hacía más reluciente la noche y al poco tiempo el estruendo de la tormenta arreciaba contra los cristales.
Quizás estuviera aún en  casa de su madre y se quedó dormida esperando una oportunidad para salir cuando todo estuviera en silencio. Sabía que desde allí no podía hablar con libertad y que la opción de "mensajes de texto" había sido inhabilitada por la arpía de su madre.
Él, que fue siempre independiente, odiaba ahora depender de algo tan simple como el teléfono. Del teléfono dependían sus decisiones, su presente y su futuro inmediato, solo de una llamada.
Ella no dependía de su madre, aunque ésta hiciese todo por retenerla a su lado, solo dependía de sus instintos a los que tenía que sucumbir inevitablemente.
Un inmenso fogonazo, como el flash de una foto tomada desde el universo, hizo de la noche día durante una décima de segundo y acto seguido tembló el cielo cargado de electricidad como si se rasgara de arriba abajo. Las luces de la ciudad parpadearon unos instantes antes de sumirse en profunda oscuridad. La lluvia ametrallaba el asfalto cuando corrió a buscar su coche sin encontrarlo.
Calado hasta los huesos decidió llamar a un taxi bajo una oscura cornisa. Los faros de los coches marcaban la carretera como espejismos de un desierto en tinieblas.
Desde la centralita le informaron que todos los operativos estaban ocupados en ese momento debido a la tormenta y que tardarían en recogerlo. Él colgó la llamada y lo intentó en una y otra compañía con similares resultados pero aceptó la demora. Tras una interminable espera contemplando el río en que se había convertido la carretera porque los sumideros se habían desbordado, apareció por fin el taxi abriendo una ola de agua sucia, entró en la parte de atrás chorreando y en medio del gran atasco ocasionado por la lluvia, se iluminó el teléfono.
Era un mensaje de voz. "No me explico que te ha pasado. Te he llamado desde el taxi pero tu linea estaba ocupada. Tampoco estás en tu casa. Vuelvo a casa de mi madre. No me llames ...ya sabes...un beso".

viernes, 27 de abril de 2012

Entre felones

Cumplidos los 200 años de la Constitución española de 1812 parece que la historia retrocede hasta entonces salvando los tiempos de evolución y progreso.
Tan solo dos años después de la promulgación de la "Pepa", el "Rey Felón" persiguió y arremetió contra aquellos que la crearon reconociéndolo como monarca, causando el caos y la miseria en la España de entonces.
Del absolutismo a la mayoría absoluta.
Hoy han cambiado algo los nombres, pero no tanto las maneras. Si entonces Fernando VII se pasó al enemigo, a los "Cien Mil Hijos de San Luis", traicionando a su propio pueblo que lo llamaba "El Deseado" y luego "El Rey Felón", ahora el gobierno elegido por mayoría absoluta baila, de la misma forma, al son de Alemania y otros gobiernos europeos que le imponen sus criterios políticos y económicos.
Tanto el rey absolutista como el gobierno absoluto de hoy cometen la misma felonía, la deslealtad a aquellos que les apoyaron. y a su pueblo. La misma admiración y servilismo de uno por Napoleón que del otro por A. Merkel, aún en contra de los intereses generales y a sabiendas de que su política llevará al desastre al país en corto plazo. Ambos orientan la política hacia su propia supervivencia usando la maquinaria coercitiva del estado para mantenerse en el poder a toda costa.
Los recortes presupuestarios en todos los campos sociales, la subida de las tasas e impuestos, la disminución del poder adquisitivo y del nivel de vida de los ciudadanos y el control de las protestas, son espacios comunes entre estos dos gobiernos, separados en el tiempo pero tan cercanos en sus obras que podrían confundirse.
Confiemos en que no se produzca en estos tiempos una nueva "Década Ominosa" que acabe convirtiendo España en la "monarquía bananera" del Mediterraneo,



jueves, 26 de abril de 2012

Azul sin alma





Se supone que todos tienen un alma.
Como si fuera necesario poseer un refugio donde almacenar los sentimientos, una caja negra, evanescente e independiente al cuerpo que perdure eternamente, con todas las pasiones dentro.
Él no lo necesitaba. Al menos no en esos términos, porque sus sentimientos, a menudo confundidos con sus instintos, entraban y salían de él libremente sin permanecer encerrados demasiado tiempo.
Podría decir que no tenía alma, pero no quería enredarse con nadie en una larga discusión metafísica que de seguro, no conduciría a aclarar nada.
Sus necesidades, podría decirse que eran más primarias, sin por eso ser exclusivamente materiales.
Necesitaba amar, más que ser amado. Pero después de tanto tiempo de ausencia y abstinencia parecía haber perdido el derecho al amor.
A medida que pasan los años se va perdiendo el acceso a la belleza joven y debía asumirlo con resignación aunque todo el amor, que se había ido acumulando con el tiempo, no tuviera aún un destinatario.
En el fondo de su corazón albergaba cierta esperanza que le hacía mantener el atractivo, porque, pensaba ante el espejo mientras se afeitaba, un hombre que se abandona a si mismo está ya al borde de  la desolación y ese tiempo aún no había llegado.
Cansado pero no abatido se sentó en un banco del parque.
Delante de él desfilaron paseantes anodinos como sombras, parejas maduras silenciadas por la costumbre, jubilados que recorrían el paseo con desgana, algún joven con prisas que los sorteaba como un corredor de obstáculos y en el contraluz de la hora azul, vio aproximarse la perfecta silueta de una mujer encadenada a dos gemelos "cocker spaniel". Tuvo que usar la mano de visera para cerciorarse de que no era una aparición de la diosa Cibeles en su carruaje tirado por dos leones.
Al llegar a su altura se le acercaron los perros amablemente y algo debió decir a la infinita sonrisa de su dueña que le permitió acompañarla paseo abajo hasta desaparecer juntos en el lomo del puente.


lunes, 23 de abril de 2012

¿Por qué lloran los poetas?

El arte es cosa seria.
Nunca he visto a nadie reír en un museo.
¿Te imaginas?
Reír a carcajadas frente al "Guernika".
Aunque hay cuadros que dan risa.

¿Y la poesía?
Tan profunda, tan sentida,
tan de alma torturada,
de escritores solitarios,
y de lágrima caída.
¿Tan reñida está con la simpatía?

Escribir es llorar, decía Larra
con un tono de romanticismo
mucho antes de terminar
matándose a si mismo.

¿Que decir de la escultura?
Nada tan ambiguo como el arte moderno.
¿Qué pensará Rodin en su sepultura,
si compuso "las puertas del infierno"?

Si la música me hace gracia
parece que tampoco acierto
pues me dicen con diplomacia
que me vaya del concierto.

Si muero que sea de risa
que me maten lentamente
que para eso no tengo prisa
y en la losa del cementerio
que escriban exactamente
"Aquí yace un tipo serio"

domingo, 22 de abril de 2012

Lo opuesto al sexo






La semana era un desierto con el pequeño y frondoso oasis de los viernes que daba sentido al resto de los días.
Era viernes, se notaba el regocijo estudiantil en las calles y supuso que ella ya habría salido de clase a esa  hora de la tarde. Recordó la dirección de  la casa de su madre y se acercó con el coche al elegante barrio del centro, más que con la esperanza, con el deseo de encontrarla.
Podría dejarlo así, sin necesidad de complicarse la vida pero tampoco tenía una alternativa que no fuera el hastío de la rutina o la soledad.
Aún era de día aunque las farolas comenzaban a ganar intensidad a medida que el sol iba alejándose, la fachada se tornaba azul mientras vigilaba el portal desde el coche. Cuando la vio salir, llevaba una minifalda negra que dejaba ver descender las piernas hasta las altas botas sin tacones  y arrancó  hasta llegar a su altura, se saludaron por la ventanilla y en cuestión de segundos ella entraba en el coche.
Sonrió mientras se abrochaba el cinturón de seguridad, pero no le dijo que había quedado con su gente y se había preparado ante el espejo cuidadosamente para hacer de la noche del viernes un día inolvidable, quizás lo había olvidado ya para adaptarse a un repentino cambio de planes o quizás no pensó en nada más que en dejarse llevar.
Tras las actitudes del tan manido cortejo, inventado para disimular la crudeza de los instintos, de palabras y preguntas huecas de trascendencia, llegaron a la casa de él con el pretexto de una cena casera. Volvió a sonar el Jazz, una trompeta lejana del cadencioso Milestone, mientras preparaba la cena y ella miraba, porque nunca había, ni tan siquiera ayudado en la cocina. Tampoco él se afanó mucho, puso unas platusas que llevaban casi un mes en el congelador con una salsa de pimienta japonesa de bote y una ensalada rápida. Ella apenas comió dos bocados pero no lenvantó la mirada del plato y él notó la distancia.
- ¿Que te pasa? no te gusta el pescado?
- Sí ... pero no tengo apetito.
La invitó a acomodarse en el sofá y al sentarse dejó ver aún más longitud de pierna entre la falda y las botas. Le puso una mano en la rodilla y notó un inesperado estremecimiento como un resorte que le apartó súbitamente.
-No, hoy no...
-Pero ¿por qué no ?
y las miradas se cruzaron hablando sin palabras.
Supo entonces que la insistencia solo llevaría a un desagradable desencuentro de explicaciones y excusas y prefirió el silencio.
-Tengo que irme...
y él no hizo nada para impedirlo.

viernes, 20 de abril de 2012

El sexo opuesto

Foto: Google imágenes




Despertó con quien no quería.
Hubiera sido mejor llevarla a su casa antes del amanecer. Por la mañana deseaba estar a solas para organizar el día y su presencia en la cama le estorbaba.
Ya no había nada que hacer, la felicidad había pasado, por la mañana el Jazz no suena bien.
Pero no quería ser cruel con la pobre chica y se acercó suavemente para despertarla con un beso. Ante la proximidad y la caricia del aliento, ella abrió los ojos tan cerca de los suyos que dio un grito como si hubiese visto al monstruo de sus sueños.
No hicieron falta demasiadas palabras para hacerla entender que tenía que marcharse, que la pasión había pasado con la luna menguante y que ya era otro día que había que llenar con otros asuntos. En el zaguán le dijo que la llamaría y abrió la puerta como lo haría un caballero desconocido.
Esta vez era diferente. No era una desconocida que se desnudara por dinero a quien nunca hubiese llevado a su casa, sino un encuentro fortuito con la hija de una antigua compañera de trabajo.
Pensó en la madre, en lo poco que se podía imaginar, la muy católica, una aventura semejante con su hija del alma, que aunque era mayor de edad seguía siendo su protegida.
Confió en que la muchacha guardase el secreto aunque siendo tan efusiva entre las sábanas, pretendiera mantener una relación imposible, lo que la obligaría a llevar una doble vida.
Cómo un momento de pasión puede complicar la existencia, se decía, intentando apartar de su mente las imágenes aún calientes de la piel desnuda de la joven en la penumbra, de las largas piernas que no llegaban a juntarse siquiera donde los muslos son más anchos, dejando un puente maravillosamente abovedado entre ambas. Quería pensar en otra cosa y decidió entrar en la ducha para calmar la erección y permaneció largo rato bajo el chorro múltiple y frío.
Tomó el ascensor para descender al garage comunitario y se dirigió a su coche. Cuando se abrió la puerta al final de la rampa una bocanada de luz inundó sus pupilas como si ascendiera a los cielos el día del juicio final. Encendió la radio cuando sonaba una sinuosa balada de Jazz y al pasar cerca de las escaleras de la catedral pudo ver los cuerpos fundidos de dos estudiantes que se besaban con una pasión tan conocida que solo podían ser ella y su novio de turno.

jueves, 19 de abril de 2012

ISOLATION (aislamiento)





Aros: Spaghetti, Música: Philip Glass

Estuvo practicando toda la mañana frente al espejo. No se miraba a si mismo, sino el efecto de los aros rodando entre sus dedos, formando figuras psicodélicas y mareantes.
Resistió la tentación de mostrar a alguien los primeros logros de equilibrio inestable y decidió esperar a tener una combinación algo más perfeccionada, y sobre todo, al menos a un espectador interesado cuya opinión pudiese ayudarle.
Algunos llaman a este tipo de ejercicios "Isolation" (aislamiento)

martes, 17 de abril de 2012

Le Clochard

Ernest Descals: Place du Tertre, París




Amaneció gris la mañana de una rutina plomiza cuando encontró una carta sobre su despacho. No hacía falta abrirla para adivinar el contenido. El sobre tenía dos palomas cursis en relieve sosteniendo anillos de oro con sus picos. Era un compromiso de los que es difícil zafarse, pero respondió inmediatamente alegando un viaje ineludible y que se encontraría fuera del país en esa fecha. Deseando la felicidad a la pareja homosexual que se casaba, introdujo en el sobre dos billetes de los grandes.
Para hacer de la mentira una verdad, hizo la reserva de vuelo y hotel en París para ese fin de semana.
Apenas se instaló en la anodina habitación del hotel, tomó el chocolate sobre la almohada y salió en dirección a los Jardines de Luxemburgo. Sentado junto al gran estanque, contempló la belleza italiana del Palacio que recordaba a los Médici.
No era la primera vez que París le servía como refugio y como pretexto, tan fácil perderse entre la vida que alberga como encontrarse con la vida soñada, porque hay un halo sobrenatural cubriendo la ciudad eternamente.
Siguió a pie por el Boulevard St. Michel hacia el Sena perdiéndose en el laberinto de calles estrechas del Quatier Latin  entre los turistas de siempre y los habituales trabajadores y buscavidas que pueblan los cafés y las terrazas.
Se le acercó un clochard como si hubiera salido de una postal o un cuadro de los pintores impresionistas de la Place du Tertre. Con una sonrisa perfecta entre la venerable barba gris, le pidió unas monedas para el café de la mañana con tanta elegancia como desdén por su mecenas, que era imposible negárselas, pero por principios, no acostumbraba a dar nada a nadie que no hubiese hecho algo para merecerlo y se lo dejó saber, preguntando ... -¿Qué sabes hacer? .... - Soy arquitecto ... pero ante la mirada desconfiada de su potencial mecenas añadió ...- Si, arquitecto de palacios y castillos, de pasadizos secretos y mazmorras... he estudiado todo el subsuelo de París, los firmes y cimentaciones y todas sus piedras.... La desconfianza se fue convirtiendo en intriga y le enseño un billete sin soltarlo.
Con un gesto le indicó que le acompañase a una mesa de terraza.
Sin dejar de comer, el clochard continuó su historia entre grandes bocados.
-Mis antepasados eran celtas masones, pertenezco a una estirpe de trabajadores, de constructores de templos a Diosas y palacios a nobles mortales... mi árbol genealógico regó estas tierras con su sudor, para terminar alimentando a los dragones...
Y así prosiguió con su fantástica historia, difícil de creer pero tan fascinante que le recordó los tiempos en que la miseria se había instalado en su vida y cómo tuvo que inventar leyendas para entretener a sus aburridos anfitriones que subvencionaban gustosos tanto derroche de imaginación.

domingo, 15 de abril de 2012

El fin de la tierra






Llegó al fin de la tierra y se detuvo justo en el borde. Bajo sus pies caía un acantilado rocoso sumergiéndose en el océano, levantó la mirada de las olas que se estrellaban contra las horadadas piedras y contempló el manso horizonte, repitiendo la acción varias veces.
Comparaba así la violencia contumaz de las olas golpeando insistentemente las rocas, con la paz que se extendía por la línea divisoria de los dos azules y solo tenía que levantar la cabeza para pasar de la una a la otra, de la paz a la guerra y viceversa.
Dejó que la brisa le atusara el cabello y llenó sus pulmones de libertad.
Quiso gritar desde dentro, con la voz de las entrañas y proyectar su grito al infinito pero miró con prudencia a su alrededor, consciente de que siempre hay alguien en cualquier parte, un pescador furtivo o un anciano paseando al perro, solitarios como él pero con un pretexto para que nadie les tomase por locos.
Él, sin embargo, estaba solo, sin excusa alguna para estar ahí parado como un suicida al borde del abismo.
Si en ese momento alguien le preguntase que es lo que hacía, no sabría que responder, o al menos nada convincente para nadie más. No podría decir la verdad al primer desconocido que llegue, que era un fugitivo, que había llegado al fin de la tierra huyendo de sí mismo y que ahora frente al mar, vio que no tenía escapatoria y tenía que entregarse.

viernes, 13 de abril de 2012

El duro

Foto: google imágenes





Alcanzó la jarra de cerveza, - de esas de barro de una pinta que se usan durante años para guardar lapiceros sin punta y todo tipo de cosas pequeñas - sin saber bien lo que buscaba y la volcó sobre la mesa esparciendo el contenido surrealista, unos palillos chinos, rotuladores gastados, tuercas sin macho, un enchufe cojo, un trozo de cadenita de lámpara, una pequeña herramienta inútil, la llave que tanto buscó hace tiempo sin encontrarla, y una moneda.
Apartó la moneda del resto del minibazar, era un "duro", una moneda de cinco pesetas con la imagen del antiguo dictador con la cara dura y dura la cruz y se preguntaba por qué llamaron "duro" a esa moneda tan común en otros tiempos que incluso en el mercado de la compra se usaba como unidad de cambio, junto a otras monedas de cinco duros y de veinte duros, cuando el nombre oficial de la moneda era la peseta.
Con esa moneda entre los dedos, fueron inevitables los recuerdos. Pensó en lo que entonces compraba y lo que se podía comprar con un "duro", en el invento tan fantástico que es el dinero, cómo a cambio de esa pequeña moneda, podías pasar una tarde de invierno junto a un chato de vino en el ambiente denso de cualquier taberna, o tomar el autobús hasta la última parada para regresar andando sobre la nieve.
Parecía que el mundo hubiese cambiado radicalmente desde que ese "duro" dejó de rodar de mano en mano hasta llegar a la jarra de cerveza.
Pensó en el largo viaje de una moneda que cambia constantemente de bolsillos transformándose en productos o en servicios, en el tiempo de descanso en una caja o en la bolsa de un avaro, o quizás cayó en el sombrero de un músico callejero. Pudo ser usada por un mago que la hizo desaparecer y reaparecer con sus artes fantásticas ... al fin y al cabo ahora era suya, parte ínfima de su devaluado patrimonio y la apretó en su mano cuando se levantó de la mesa y salió a la calle en dirección al parque.
Cuando llegó a la fuente de los deseos el sol brillaba en el agua. Entonces lanzó la moneda cerrando los ojos para dar gracias a la vida por haber llegado tan lejos.

jueves, 12 de abril de 2012

El ingeniero





Su madre murió en el parto. En un acto de suma generosidad, la madre eligió entre la nueva y la propia vida. Esto le marcó sin saberlo el resto de sus días.
Su padre volvió a casarse y tuvo nuevos hijos e hijas.
Pronto se sintió extraño, rodeado de una nueva familia, con hermanos con padre y madre.
A la edad de estrenar la consciencia celebró con "Málaga Virgen" lo que le inculcaron - Hoy hace 17 años que maté a mi madre- como si alguien quisiera brindar por eso.

Las largas noches de ilusiones y el descubrimiento de nuevas drogas que le elevaban a paraísos imaginados, le alejaron aún más de la familia y de la casa de su padre, culminando el desarraigo con el abandono de los estudios de la recién comenzada ingeniería, aún siendo un buen estudiante.
Los años lúcidos de la juventud transcurrieron muy deprisa entre las buhardillas más bohemias y los libros de poemas hasta que consiguió un trabajo estable en el despacho de billetes de la estación ferroviaria.
La actividad en las horas punta era combinada con largas horas de tedio...    --Me pagan por no hacer nada--
pero aprovechaba el tiempo estudiando en la oficina los viejos libros de Ingeniería. Parecía no molestar a nadie, pero su carácter huraño le trajo enemistades entre los otros trabajadores.
Nadie sabía nada de su austera vida ni de su pasado, incluso él mismo lo olvidaba entre las volutas de humo de los canutos que le llevaban a un cielo con puertas de cristal y perdido entre los santos y los ángeles vagaba su alma impía.
El día en que se doctoró como ingeniero le comunicaron un aviso de despido  por fumar drogas en el puesto de trabajo y una sonrisa malvada apareció en su rostro. Amenazó a su jefe con presentarse a unas oposiciones internas como ingeniero de ferrocarriles, saltando así siete puestos por encima de él, si no detenía el expediente de despido, pero ofreciendo a cambio su baja voluntaria para dedicarse a la obra pública en el futuro. Y todo fue según sus planes. Esperó a ser aceptado como responsable de la Confederación Hidrográfica del Gran Río para dejar "voluntariamente" el trabajo en la estación de trenes.
Ya era su propio jefe. En el despacho, entre planos y mapas estaban los libros de poesía. Sustituyó el crucifijo por un retrato de A. Rimbaud de mirada insolente.
Después de años de miseria, compró una casa y una villa en un otero desde donde se divisaba el mar.
Podría decir que era rico y disfrutaba de más tiempo pero nunca olvidaba cuidar de las plantas de datura estramonio y cannabis sátiva que crecían por los bancales de la villa.
Ahora que el tiempo ha cargado sobre su espalda el cansancio de la vida, ya retirado se acuesta en la mecedora de mimbre y cerrando los ojos ve el transcurrir de su historia, cuando tuvo que trabajar como vigilante nocturno para ganarse la cena del día o saltando las máquinas  del metro huyendo de la policía, viajando solo en vagones vacíos, ganando tiempo para el amor de su vida que le esperaba cada noche tras una ventana encendida.

miércoles, 11 de abril de 2012

La compañía

Bella y Tako







¿Que es la compañía, sino otra soledad junto a la mía?
Tu silencio junto a mi silencio.
Para los dos es el mismo sol y el mismo tiempo,
pero nuestros cuatro ojos ven cosas distintas,
y para que el desacuerdo no se torne en desencuentro
preferimos callar  caminando sobre la vida.

¿Que harías sin mi soledad junto a la tuya?
Sobre un lecho de margaritas yacen las sombras,
la de tus sueños y la de mi deseo juntas.
No estarías tan sola en mi ausencia
como estas florecillas que nuestra sombra pisa.
Otra soledad te haría compañía.

¿Que será de la luna al mediodía?
Si el sol se llevó la luz que le prestó
para llenar la noche vacía.

martes, 10 de abril de 2012

El viajero inmóvil

Foto google images



Debía de ser muy tarde ya porque se encontraba solo en el vagón del metro que le devolvía a su cotidiana soledad.
Se miró en el reflejo de las ventanas por las que discurría una oscuridad sin paisaje, y la monótona sinfonía del hierro contra las ruedas del tren. Se vio en una burbuja iluminada que rueda bajo la tierra, bajo los pies de transeúntes anónimos, bajo las camas de amantes circunstanciales, bajo la vida.
Sobresaltado por la voz grabada que anunciaba una próxima estación tras otra en las que nadie entraba ni salía del tren, fue integrando la megafonía a la orquesta de máquinas y chirridos que le acompañaba durante el viaje sin atender a los enlaces y nombres de estaciones, sino como un instrumento a dos voces que llenaba los breves silencios entre los resoplidos agónicos de la locomotora.
Las luces de una de las paradas le dejaron ver un instante a una mujer joven que se levantaba de un banco y se acercaba a las puertas ya alejadas de su vagón. El bufido hidráulico de las puertas herméticas daba la señal de una nueva arrancada. Comprobó que no había acceso entre vagones en marcha y esperó a las luces de la siguiente estación, pero solo iluminaron la figura de un hombre yaciente sobre un banco junto a una papelera rebosante y con una caja aplastada, que contuvo vino no hace mucho tiempo, cerca de sus zapatos.
Inquieto como un hamster en su rueda, que por mucho que avance permanece inmóvil, sin desplazamiento físico, por fin decidió sentarse y tomar aliento de ese aire acre de bobinas recalentadas.
Las luces del habitáculo parpadearon unos instantes como en un refugio de guerra durante un bombardeo. Quizás pensó que era el último superviviente de una catástrofe nuclear que había vaciado el mundo. O quizás se preguntase si la joven estaría aún en el tren, en su misma situación de aislamiento voluntario pero no deseado. O si el borracho estaría vivo o muerto.
Quién sabe lo que ocupa la mente de un viajero sin origen ni destino.

domingo, 8 de abril de 2012

El Vigilante Nocturno





Como cada mañana, al terminar la jornada con el rugido de los motores y el trasiego de los primeros camiones que llegaban al almacén, el vigilante nocturno se dirigía a la cafetería del polígono para echarle algo caliente a la andorga. El ambiente entre los trabajadores madrugadores y los habituales bebedores del primer alcohol de la mañana le repugnaba. El voceras que llamaba "chico" al camarero y el que leía la prensa deportiva del día anterior mientras apuraba el moscatel y los malencarados que apresuraban al pobre "chico" a que les sirviese antes de iniciarse con el trabajo, creaban un murmullo escandaloso e ininteligible de palabras vacías y ruidos estridentes de platos y tazas. Si al menos hubiera una mujer entre esa vorágine que amainase la tempestad, se recobrarían los modales a la antigua usanza.
Si no fuera porque nadie le espera en ninguna parte, no volvería a ese antro mañanero después del pacífico silencio de la noche entera en el almacén donde se podrían oír los pasos de una araña.
Como una llamarada de luz, el sol se estrelló en sus pupilas. Respiró profundamente el aire viciado de monóxido de carbono y se encaminó hacia la boca del metro.
El vagón parecía una sucursal o franquicia de la cafetería del polígono con pequeños cambios entre los pasajeros, que podrían ser los mismos de ayer o de mañana. Algunos estudiantes adormilados y dos mujeres esféricas hacían la escasa diferencia, aunque en los rostros permanecía el tedio y la rutina del que nada nuevo espera.
Una vez en la calle, ascendió la mirada hacia la veta azul del cielo que se podía ver entre la hilera de edificios que lo flanqueaban y soñó con el mar.

sábado, 7 de abril de 2012

SOLOS





Eran más de las 9 de la noche de un día desagradable de frío y ventisca, cuando se asomó por la ventana y vio brillar el asfalto como el lomo de un toro de lidia. Aún seguía la luz encendida del cuarto de baño de la ventana de enfrente, puede que se estuviera afeitando para salir. Cuando un hombre que vive solo se afeita por las tardes, lo hace porque quiere dejar de estarlo al menos por esa noche.
Apenas había tráfico en la calle, los coches aparcados como cerdos en una pocilga permanecían callados bajo los destellos cambiantes de los semáforos.
No  había otro sitio donde ir que no fuese la cocina y calentar el agua del té al fuego porque le habían dicho que el microondas afectaba a la salud y ella lo había creído, mientras, encendió dos velas para que le hicieran compañía.
Acercó la taza humeante al radiador bajo la ventana, pero la luz del baño de enfrente ya se había apagado y la fachada quedaba en las sombras.
Se preguntaba dónde podría haberse dirigido en una noche de perros como esta ... quizás tenía una cita...
Alguna chica nueva a la que llevaría a un restaurante coqueto y con palabras dulces la invitaría a la última copa en su casa. Con un suspiro, apuró el último sorbo y permaneció en su puesto de vigía interminables horas hasta que el cansancio le cerró los ojos.
Se había echado la niebla. Se podía ver la  humedad en  puntitos dorados alrededor de la farola bajo la que el hombre alzaba la mirada hacia la única ventana iluminada del edificio de enfrente. El cuello de la chaqueta subido hasta las orejas y las manos en los bolsillos como quien espera a un tren que nunca llega. Tamizado el rostro entre el vapor y el humo de un cigarrillo desapareció en el portal.
Al poco tiempo se iluminaron las luces en  las dos ventanas enfrentadas y así permanecieron hasta que llegó el alba.

jueves, 5 de abril de 2012

LA VIUDA





Quedó viuda hace años, vivía sola en un piso de protección oficial de esos de tan mala construcción que parecían tener los tabiques de papel y se podía escuchar al vecino deambular por la casa con zapatillas de felpa.
Para colmo de ruidos, el vecino de arriba era un trabajador duro y hastiado que remataba la jornada refugiándose en el alcohol y nunca llegaba antes de las dos de la mañana y entre resoplidos de búfalo se quitaba los zapatos arrojándolos contra la tarima.
Nunca se pudo acostumbrar la pobre viuda a tales sobresaltos en mitad de su sueño.
Una mañana tomo la determinación de encararse con el vecino y le esperó en la escalera cuando bajaba, recuperado de la noche anterior, en dirección a su trabajo y le hizo saber que el ruido de sus zapatazos la desvelaba cada noche. El hombre no dijo nada por no ser persona de las mañanas y siguió con prisas a sus obligaciones.
La tarde transcurrió entre los ruidos de la ciudad y el dolor de cabeza de las noches de insomnio hasta que llegó de nuevo la noche y agotada se desplomó en un sueño tan profundo que no pudieron alterar  los traspiés del vecino empapado en alcohol subiendo por la escalera.
El hombre se tiró rendido sobre el crujiente camastro y se sacó un zapato, sin desatarse los cordones, lanzándolo contra la tarima. El estruendo le recordó a la vecina entre la nebulosa de su mermada consciencia y delicadamente se quitó el otro zapato posándolo sobre el suelo de madera antes de quedar profundamente dormido sin quitarse la ropa. Una hora más tarde le sobresaltó la insistencia del timbre de la puerta que le obligó a levantarse y arrastrándose hasta la entrada escuchó la voz de la viuda rogándole que se quitara de una vez el otro maldito zapato para poder conciliar el sueño lo que quedaba de noche.

miércoles, 4 de abril de 2012

Stefan Zweig

Foto google images




En estas librerías americanas es fácil perderse, no solo por los enormes espacios entre infinitas estanterías donde se ordenan los libros por materias, sino por las tentaciones que estos despiertan.
Al poco tiempo de entrar ya había olvidado el motivo que me llevó hasta allí prendido por el embrujo del olor de los libros y el silencio.
Atravesé la sección de mapas y grandes encuadernaciones con maravillosas ilustraciones de ríos y lugares del mundo que nunca hubiera sospechado de su existencia.
Entre los estantes había una mujer sentada en la alfombra leyendo con voz apagada a su pequeña niña, historias de fantasía. Me detuve largo tiempo en la sección de biografías donde entre otros impulsos escogí la de Jack Kerouac leyendo algunas citas en su idioma original, siempre inquieto, buscando un lugar donde existir sin preguntarse por qué ahí. Pasé por encima de la corta vida de Malcom Lowry y llegué a besar las oscuras páginas de Samuel Beckett.
No sé el tiempo que pasé en ese limbo fantástico, entre autores y novelas, títulos tan fascinantes como "Bosquejo de una teoría de las emociones" de J.P. Sartre y otras delicias, pero de pronto recordé que buscaba un regalo para un doctor aficionado al ajedrez y pregunté por la sección de libros de ajedrez a uno de los dependientes. Cruzamos por la cafetería integrada perfectamente entre los libros y los expositores de fotografías, donde la gente leía mientras tomaban un café en las mesas o las butacas próximas. Me señalaron la zona de ajedrez y estuve curioseando entre libros de estrategia, finales y aperturas del juego hasta que encontré un pequeño ejemplar de "Novela de Ajedrez" de Stefan Zweig.
La había leído en español y me impresionó el relato y la descripción de los dos jugadores que se enfrentan a una partida en un crucero. Llegando a ser junto con Thomas Bernhard mi autor austriaco favorito.
Estoy seguro que fue un buen regalo para un amigo que disfruta tanto de la buena literatura como del ajedrez.

martes, 3 de abril de 2012

Hacerse viejo





Pasa el tiempo y cuando uno se da cuenta de ello, siente que es más viejo.
Claro que, siendo una ley natural, no nos pilla de sorpresa ni resulta ser un problema, pero precisamente esa toma de conciencia de que ya no nos sorprenden las novedades como antes, sino que nos suenan a algo ya vivido - a lo que algunos llaman experiencia y otros más vulgares "estar de vuelta"- hace que encajemos los nuevos acontecimientos con más prudencia.
Estos momentos de reflexión son apropiados para hacer una revisión periódica de lo que fue la juventud, que ahora vemos lejana, de lo que hicimos para ser lo que somos y lo que dejamos en el aire para hacerlo más tarde y ahora el momento ya ha pasado pero no dejamos de soñar qué hubiera cambiado de haberlo realizado.
Uno se da cuenta de que se hace viejo cuando se encuentra más cerca del final que del principio, cuando siente que el pasado es ya mayor que el futuro en términos temporales.
Cuando se ven los cambios inevitables de la propia existencia, siempre intentando mejorar a base de equivocarnos una y otra vez, buscando un lugar, una identidad, algo que nos acerque a quien nos gustaría ser dentro de nuestras capacidades y limitaciones ... vemos cómo hemos empleado el tiempo vivido y cuales han sido nuestros aciertos.
Si pensamos en lo que hemos perdido y en lo que ya no podremos hacer, no nos faltarán argumentos para sentirnos frustrados y más cansados, por eso debemos enfrentarnos a la vida con optimismo y mirando hacia adelante para ver el futuro con más perspectiva y soltar el lastre de lo vivido, siguiendo el camino ligeros de equipaje.