lunes, 26 de mayo de 2014

El nombre de las cosas





Un libro es la fosa común en la que yacen todos sus personajes esperando el día de la resurrección, el día en que vuelvas a abrir el libro. Mientras tanto, su vida y sus acciones descansan entre las páginas y tu cerebro. La mayoría de ellos sin una foto explícita de su verdadero rostro, pero con la imagen subjetiva que cada lector los atribuya.
Cuando cierras el libro, los personajes vuelven a su reposo inconsciente, inerte, los capitanes descansan de sus aventuras, los amores duermen.
Todos los desasosiegos del pensamiento, que el autor reveló en su lucidez, ahora vagan indolentes en la mente del que los leyó, interpretándolos a su manera; quizás un aroma traído de un lejano paisaje, vuelva a sacar de su encierro de papel o lo que sea, tales pensamientos.
Una frase de un libro viene a la memoria, con sus garabatos danzantes, alegra el día. Palabras escogidas para hacer la frase profunda y hermosa, alejada de la forma de hablar vulgar; parece escrita especialmente para tus ojos, para tu alma, para que la lleves siempre contigo.
De entre todos los nombres que tienen las cosas de la tierra y del cielo, desde que existen; escoge siempre el más hermoso, porque nadie sabe quién puso el nombre de las cosas, tan diferente según en cada idioma, pon tu buen gusto en la elección huyendo de lo que llaman "lenguaje coloquial" para referirse a lo vulgar, porque escribir es diferente de hablar; nadie lee de la misma forma en que escucha. Leer es algo privado que se realiza en la intimidad con el autor, tal y como tu estas haciendo ahora conmigo. Y por esto te estoy agradecido.

sábado, 24 de mayo de 2014

La Sentencia

... Por lo tanto, CONDENO por esta sentencia a todos los INDIFERENTES, considerando probados los siguientes delitos:

- Crímenes contra la humanidad. Porque con su indolencia y pasividad impiden el desarrollo y el progreso de la sociedad y obstaculizan la libertad de los hombres decididos y conscientes.

- Parásitos sociales. Por aprovecharse en beneficio propio de los avances y los bienes conseguidos por otros, que lucharon por ellos.

- Huir de la justicia. Camuflándose entre la masa para no ser descubiertos, zafándose con burdas artimañas de las obligaciones ciudadanas, como el voto.

- Negación de la asistencia debida. Por huir cobardemente de los problemas sin prestar la ayuda requerida para solucionarlos.

-Injurias. Por criticar sin fundamento la labor de los verdaderos protagonistas del cambio, a los soñadores que luchan por un mundo mejor y más participativo.

- Complicidad en el crimen. Por facilitar a los políticos corruptos la permanencia en el poder, por la negligencia demostrada por los indiferentes.

Por lo que CONDENO a la pena del DESPRECIO PERPETUO a todos los que con su indiferencia permiten la injusticia y el mantenimiento de una sociedad cada vez más corrupta.

                                        EN ESPAÑA, A 24 DE MAYO DE 2014
        VÍSPERA DE LAS ELECCIONES AL PARLAMENTO EUROPEO


Firmado:
El sentido común.


jueves, 22 de mayo de 2014

Los Indiferentes.









Si hay alguien más repugnante que los poderosos y los políticos, son los indiferentes, los que no participan ni aportan nada, refugiándose en el espeso anonimato de la masa.
Siempre lamentándose de cualquier proyecto o idea sin ayudar a resolver el problema, porque creen que nada pueden hacer.
Si se quejan es para disfrazar su cobardía; parece que sigo oyendo desde aquí, sus pusilánimes lamentos y su pasividad que es aprovechada por los poderosos sembradores del miedo y manipulada por los políticos.
La indiferencia es el producto maligno de la ignorancia, porque el que no sabe poco puede hacer, pero el indiferente es aquél que no quiere saber.
La indiferencia nunca ha producido los grandes cambios de la historia, o como escribió A. Gramsci en 1917: "La indiferencia es el peso muerto de la historia". Los cambios son producidos por gente decidida, que toma parte y opina valientemente.
El indiferente no lucha porque espera que otro lo haga por él, no se asocia porque teme aportar algo que se vuelva en contra de sus miserables intereses.
Los indiferentes se esconden en los momentos en que se necesita el apoyo de todos para cambiar la norma o la injusticia impuesta desde el poder. Pertenecen a esa masa gris y asustadiza que se conforma con lo que le echen y mienten cuando les preguntan: ¿que has hecho tu para cambiar lo que criticas?.
Los indiferentes no son inocentes. Por su número y por su desgana son los responsables de lo que sucede.


miércoles, 21 de mayo de 2014

La lucidez




Vive dentro de la locura, ilumina el dédalo donde se pierde la razón y confunde a los que creen que aciertan.
Una cegadora y efímera luz interior deja ver un instante el camino incierto que serpentea hacia un final irrevocable. Nadie se detiene. El tupido bosque que parecía inexpugnable, se ha llenado de frías huellas de los monstruos que creó la imaginación.
Un niño llora cuando se callan las horas. Le asusta el silencio, pero decide destruirlo con su propio llanto y lo vence momentáneamente. Quisiera llorar eternamente como las olas del mar que hicieron huir al silencio para siempre.
Si pudiera volar, no sería un halcón ni un ave majestuosa que planea silenciosa sobre la playa desierta; sería un mosquito zumbón con el ruido de un cuatrimotor, y se abriría el aire azul para dejarle paso. No piensa en el final, en que podría estrellarse contra el faro de un coche. Viajaría hacia la luz, sorteando las largas lenguas de anfibios depredadores. Buscaría su alimento en la sangre viva de quienes por su gran tamaño lo desprecian. Libaría la esencia de las flores que se le ofrecen ingenuas en su belleza.
Esperando al verano entre las ruedas del viento, duerme el niño cansado de tanto estar despierto.

domingo, 18 de mayo de 2014

Ilusiones sangrientas

 



El consejo de administración había decidido prescindir de Nuria. La presidenta había ordenado una depuración en los altos cargos de la empresa; no soportaba ver las mismas caras durante mucho tiempo y poco a poco fue renovando todos sus asesores y consejeros. Algunos lo asumían desde el principio, pero Nuria se había hecho ilusiones después de su ascenso a consejera de comunicación.
Cuando recibió la noticia en una fría nota de la presidencia rompió en lágrimas y fue el inicio de una gran depresión. Su madre no pudo consolarla, al contrario, parecía haberse contagiado por el odio de su hija hacia la presidenta de la empresa. Todos sus esfuerzos por colocar a Nuria en un puesto de relevancia, suplicando recomendaciones y solicitando favores a cambio de sobres de dinero negro habían fracasado. Con el despido de Nuria el orgullo de su madre tras el ascenso se había visto mancillado. Había invertido todos sus ahorros hipotecado la vivienda familiar, y todas sus esperanzas en el futuro de Nuria y ahora ambas estaban desoladas.
Nuria perdió el apetito y empezó a sentirse débil. Su madre intentó inútilmente comunicar con la presidenta para suplicarle una plaza para su hija dentro de la empresa que se correspondiera con su recién terminada carrera de ingeniera de telecomunicaciones, pero nunca pudo hablar con ella. Si la presidenta hubiera sido un hombre podía convencer a Nuria para seducirlo. Pero aquella odiosa mujer, era implacable.
Entonces pensaron en la venganza. Madre e hija recabaron información sobre la vida privada de la presidenta, sus aficiones, su ambición por el poder, sus trayectos, y sobre sus incursiones en la política. Intentaron encontrar una mancha en su pasado, algo con que poder desprestigiarla provocando un escándalo público, pero todo fue en vano. La presidenta se había cerrado herméticamente renovando a sus hombres de confianza con la frecuencia necesaria para que nadie dispusiera de mayor información sobre su vida privada.
Nuria pensó en Martín; un compañero de la facultad al que había intentado ayudar a salir de las drogas sin resultado y que podría conseguir un revolver. No tuvo que insistir demasiado. Después de pasar la noche juntos, quedaron en verse al día siguiente, cuando Martín consiguiera la pistola.
Al anochecer, Nuria atravesó los suburbios en el extrarradio, adentrándose por oscuros callejones que desprendían un acre hedor a residuos infrahumanos y fue atravesada por miradas de sospecha y de lujuria antes de subir al piso del yonqui.
Llamó levemente a la puerta con los nudillos y Martín se asomó sin quitar la cadena.
-¿Has traído el dinero?
- Sí, ¿la tienes?
-Pasa.
Sobre una mesa redonda había un gran desorden, ceniceros abarrotados y botellas de cerveza vacías. Las ventanas cerradas por espesas cortinas apenas dejaban pasar la última luz azul del día, pero fueron directamente al dormitorio, la cama deshecha y sobre la mesilla sucia, había una pequeña bandeja plateada con dos agujas hipodérmicas usadas y ennegrecidas por la sangre coagulada.
Martín contó el dinero y Nuria preguntó:
-¿Donde está?
-¿Quieres verla?, ¿no irás a hacer una tontería con ella? dicen que las carga el diablo.
Martín sacó de repente el arma de su espalda y acarició los labios de ella con el cañón.
-Desnúdate. - Ordenó secamente.
-No puedo quedarme, mi madre me está esperando. Tu ya tienes lo que quieres, ahora dame la pistola.
-¿Qué dices?. No vas a marcharte ahora. Tu madre puede esperar.
Y le arrancó bruscamente la blusa. Nuria no puso resistencia y se quitó los pantalones.
Martín recorrió el cuerpo de la chica con el arma en la mano y se contuvo en el último momento de introducirle el cañón dentro.
-Vete. Yo no te he visto y tu nunca has estado aquí. ¿Entendido?
Nuria puso el revolver en el bolso y salió a la noche. Caminó ligera hasta las luces de la ciudad sin escuchar siquiera sus propios pasos.
Cuando llegó a su casa, su madre se había dormido en el sofá con las gafas puestas y con un plano de la ciudad entre las manos.
A la mañana siguiente Nuria mostró el arma a su madre y le enseñó a quitar el seguro, luego salieron a desayunar a una cafetería del centro, cerca de la sede de la empresa. Por el ventanal vieron pasar a la presidenta caminando sola por la acera y se apresuraron a pagar la cuenta sin probar el café del desayuno. Pero cuando salieron a la calle vieron a la antigua jefa de Nuria subir a un taxi.
Durante el regreso no se dijeron una palabra, pero una vez en casa planearon volver al día siguiente a la cafetería más temprano.
Amaneció con el cielo cubierto por oscuros nimbos que reventaron con la mañana en una fuerte tormenta y decidieron aplazar el plan un día más.
El tiempo no había cambiado demasiado y el día conservaba el color del plomo de la víspera, aunque ya no llovía. Desde el ventanal de la cafetería podían ver la acera de enfrente que se ensanchaba al entrar en el puente de la zona peatonal. Madre e hija cruzaron la calle encontrándose de frente con la señora presidenta en el lomo del puente. Nuria alzó rápidamente la capucha de su chaqueta que le cubría toda la cabeza, mientras la pistola temblaba dentro del bolso sujetada por la mano de su madre. Justo en el momento del cruce con la presidenta la madre sacó el arma, colocándose el cañón sobre su propia sien sin dejar de temblar.
-Nooo!.- Gritó Nuria abalanzándose sobre su madre en el momento del disparo que atravesó su cabeza al derribarla, desparramando la masa encefálica de Nuria sobre el cuerpo tendido de la madre.
La presidenta se giró inmediatamente y por primera vez se encontró con los ojos enloquecidos de la madre de Nuria que de nuevo levantaba el revolver hacia sí misma gritando: "Asesinaaa".
En una fracción de segundo se lanzó la presidenta  sobre los cuerpos de las dos mujeres, pero no pudo evitar que el segundo disparo terminase con la vida de la madre, cuando le sujetaba el brazo para arrebatarle el arma. Enseguida se arremolinaron los curiosos y cuando llegó la policía, encontró a la señora presidenta de pie, con la pistola aún humeante en su mano derecha y los cuerpos sin vida de Nuria y de su madre.

                                                              F I N



martes, 13 de mayo de 2014

La Sospecha (V)



...Continuación (IV)

El viaje se hizo largo, los interminables tiempos de espera en los aeropuertos, tan parecidos a las ciudades, con las tiendas de regalos abiertas, los bazares y restaurantes, y los viandantes con prisas por los corredores o descansado tendidos como los vagabundos de la ciudad, la única diferencia es que algunos arrastraban pequeñas maletas con ruedas y el cielo estaba cubierto por plafones de escayola.
Una vez en España, Sara se instaló en su viejo apartamento que la ausencia poco había cambiado.
Abrió las ventanas dejando que la atmósfera se llenase de dorados puntitos danzantes al ritmo de un rayo de luz y levantó la tapa del piano.

Pasaron los días casi sin darse cuenta, ordenando libros y partituras y recobrando el contacto con los viejos amigos, hasta que llegó su hermano Luis, y se reunieron en el apartamento.
Le puso al corriente de todos los pagos y los ingresos como lo hiciera un buen contable, las deducciones por los impuestos y le extendió una tarjeta de su nuevo representante, disipando toda sospecha acerca de su responsabilidad en la administración de sus bienes.
Sara se mostró agradecida y le preguntó por Rut y los niños.
-Están en casa.
Se limitó a contestar Luis, que siempre fue reservado respecto a los suyos, pero ésta vez se notaba que algo había cambiado.
Unos días más tarde Sara se enteró que Rut le había abandonado. Se llevó a los niños a Barcelona a casa de su madre y había puesto en el juzgado una demanda de divorcio, acusando a Luis de malos tratos e injurias, por lo que solicitaba la vivienda familiar y una cuantiosa asignación de mantenimiento, aparte de los bienes que pudieran corresponderla como gananciales por los 12 años de tortuoso matrimonio.
Ahora era Luis quien estaba en la ruina y acusado injustamente de maltratar a su mujer y a los niños. La catástrofe que acecha a cualquier persona se había cebado sobre la cabeza de un inocente sin dar lugar a la sospecha.
                                               

                                                        F I N



lunes, 12 de mayo de 2014

La Sospecha (IV)










...Continuación (III)

Antes de leer la nota de Luis, Sara se temía lo peor, pero no quería adelantar acontecimientos, como esos lectores de novelas que desde la primera página creen vislumbrar el desenlace final.
Vapuleada por la vida, en una ciudad extraña y habiendo sido traicionada por sus hombres de confianza; una sombra de sospecha recayó sobre la nota cerrada que bailaba entre sus dedos temblorosos.
-¿Sería Luis, capaz de hacer algo así?- era su última esperanza. Sara abrió el sobre:

-Querida Sara:
He recibido tus mensajes y te respondo lo más pronto posible. Estoy de viaje por la Camargue, ayer llegamos a Arles. Te adjunto el billete del vuelo 704 para tu regreso a España el próximo lunes. No podremos recogerte en el aeropuerto por razones obvias. Lo siento de verdad.
Nos veremos en dos semanas cuando regrese de Francia. No te preocupes por nada.
Te deseo un buen viaje
Tu hermano Luis.

Una sonrisa de alivio se dibujó en el pálido rostro de Sara.
No había perdido la confianza en su hermano, pero pensó en su cuñada Rut, nunca se cayeron bien la una a la otra. Rut tenía un carácter antipático y dominante. Era una de esas personas que quieren tener el control de todas las situaciones porque piensa que nadie puede hacer las cosas mejor que ella. Sara había visto escenas que avergonzaban a todos los que estaban con Rut, y sentía pena por su hermano que aceptaba sumiso todas sus quejas.
Luis ya no era el mismo de siempre, se notaba cansado y bajo de moral y Sara lo atribuía a su matrimonio con Rut, al carácter violento y terco de su cuñada.
Recordó el día de la despedida, cuando fue a cenar con su hermano y la familia. Los niños estaban atemorizados por una discusión anterior con su madre y no abrieron la boca más que para comer despacio. Cuando todos habían elegido el menú, Rut pidió que le cambiaran algo de la carta, retrasando así la comanda de todos y después protestó por la tardanza del servicio ensañándose con la pobre camarera, que estuvo a punto de romper a llorar.
Sara sabía que Luis nunca se enfrentaría a su mujer, pero no por falta de buenas razones, sino por evitar otro encuentro desagradable de gritos e insultos mutuos; pero sopesaba hasta qué punto podría influir Rut en sus decisiones sobre el patrimonio, sobre el que ostentaba el poder concedido para la administración de los bienes.
Brillaban las primeras luces del alba, cuando agotada por la sospecha, Sara se tendió sobre la cama.












domingo, 11 de mayo de 2014

La Sospecha (III)


... Continuación (II)

Algunas veces Sara se preguntaba qué sucedería el día en que el infortunio se instalase en su vida, como había visto suceder en cabeza ajena, en otros artistas a los que la vida les daba la espalda, después de mantenerlos durante breve tiempo en la gloria. Pero nunca se lo había planteado seriamente, aún siendo algo que podía suceder en cualquier momento y sin previo aviso. Algunos consiguieron salvarse, pero muchos otros cayeron en la desgracia.
Ahora se sentía desamparada, No quería recurrir a sus amigos de cafés y comilonas, que podrían utilizar su calamidad como escarnio a sus espaldas, y si alguna ayuda recibía de ellos, la tendría que pagar con creces.
Esperó las noticias de su hermano en España, en su habitación del "Standard High Line". Aún conservaba las tarjetas de crédito con saldo suficiente para toda la semana y tenía todo el tiempo del mundo.
Llamó otra vez a su hermano Luis, pero nunca contestaba nadie. Se secó las lágrimas que nacieron del abandono y se miró al espejo. Vio el reflejo de una mujer débil, la piel pálida, aún no mostraba los surcos del tiempo y quiso superarse a sí misma con un ligero toque de maquillaje y una falda larga ajustada a su talle, decidida a conocer Manhattan y las posibilidades que podía ofrecer Broadway a una pianista reconocida.
En el primer local con piano le ofrecieron una cantidad ridícula de dinero por tocar cuatro horas durante la noche, y ella acepto sin miramientos. Al salir de aquel club, Sara había perdido la noción del tiempo; cosa frecuente en "la ciudad que nunca duerme", las calles seguían habitadas, como a cualquier hora del día o de la noche. Unos mendigos compartían un cigarrillo, un grupo de asiáticos hacían fotos a las luces de neón que anunciaban marcas de bebidas, excursiones dirigidas deambulaban con sus guías entre los edificios, las risas entraban y salían de los locales abiertos en turnos de 24 horas, de las puertas de los comercios colgaban prendas y camisetas con un corazón rojo estampado entre las letras I (love) NY, y el tráfico era espeso, de cada cuatro coches uno era amarillo y Sara decidió tomar uno de esos taxis conducidos por un hindu sij con turbante y barba, para regresar a su hotel. Cuando sacó el dinero para pagar, se dio cuenta de que alguien había dejado un billete de cien dólares en el bote de las propinas, por lo que entró más animada al vestíbulo del hotel. Con la llave de la habitación le entregaron una copia de la reserva a su nombre para el vuelo a España y una nota de su hermano Luis.












sábado, 10 de mayo de 2014

La Sospecha (II)



...Continuación

Al medio día, Luise llamó al hotel donde se alojaba Sara.
- Dijiste que hoy no tenías concierto y pensé que podíamos cenar juntas en el "Barcelona restaurant", aquí mismo en el Village.
-¿Vendrán Norman y Dan?
- Esta noche hemos discutido Norman y yo, a causa del sexo anal y se fue a dormir a su casa. Al principio me gustaba, pero parece que se convirtió en una obsesión para él y hoy no quiero verlo.
- Shhhhh, Ven a buscarme a las 2:30, reserva una mesa en el restaurante y ya me lo contarás todo.
Sara se disculpó ante su agente y le pidió que anulara los compromisos pendientes para su día de descanso.
La descarada confidencia de su amiga Luise, la había puesto nerviosa. Podía verlos juntos imaginando la escena, y un escalofrío le recorría la espalda hasta convertirse en un arrebol en sus mejillas. También estuvo pensando en Dan, en el hechizo que había causado sobre ella el tono de su voz profunda y pausada, en los conocimientos y afinidades compartidas la noche pasada, pero que todo eso pudiera ocultar ciertas obsesiones privadas que solamente descubriría acostándose con él en la cama.

De regreso al hotel, después de la cena con Luise, Sara se sentía decepcionada. No podía apartar de su mente la idea de que Dan fuera como su amiga lo describió.
" Ya sabes como son los hombres, les gusta comentar los secretos de alcoba con los amigos"- le había dicho Luise durante la cena-.
Confundia por los efectos retardados del alcohol, dejó un mensaje a su representante, pidiéndole la cancelación del próximo concierto en el "The Bitter End", donde debía tocar por tres días más, y se derrumbó sobre la cama en un sueño profundo. Soñó que el piano ardía en llamas durante el concierto, como a Jerry Lee Lewis interpretando "Great Balls of fire", y que un desconocido la rescataba entre el humo y la música sacándola en brazos hasta una desnuda pradera.
Por la mañana, lo que Sara encontró al despertar fue algo muy diferente. Una nota en la recepción , en la que se informaba del abandono de las habitaciones de su equipo técnico y de su representante; acompañada de la factura de cinco noches en el "Standard High Line NYC" en el East Village.
Sara telefoneó al local donde debía actuar esa misma tarde, pero la dijeron que su agente había cobrado por los conciertos realizados antes de anular el resto de actuaciones por indisposición de la ejecutante.
La pianista no pudo contener las lágrimas que rodaban por sus mejillas dejando un sabor acre en el teléfono.
Sintió la soledad ante la catástrofe, y decidió ponerse en contacto con su hermano para regresar a España.
.....














viernes, 9 de mayo de 2014

La Sospecha (I)





El viejo notario había visto de todo en su larga vida profesional. Lo cerca que está la hecatombe de cualquier ser humano por muy seguro que se encuentre.
El día en que Sara fue a la notaría para ceder un poder general, en su ausencia, de todos los bienes que le pertenecieran, a nombre de su hermano; el notario le advirtió que a ese tipo de designaciones lo llamaban "El poder de la ruina". Pero a Sara no le importó porque confiaba ciegamente en su hermano, quien se encargó siempre de forma ecuánime de la administración del patrimonio familiar.
A Sara le gustaba viajar y no quería verse atrapada en un mundo de papeles y facturas, que la impediría dedicarse plenamente a su afición por la música, que la llevaba de gira por diferentes estados, como concertista de piano, aunque cuando realmente encontraba la paz era al anochecer, en la terraza del hotel de turno, que siempre parecía el mismo hotel, si no fuera porque las vistas desde la terraza de la suite, cambiaban a la hora azul del crepúsculo. Era su cita diaria con el silencio, apartada de los ruidos de la civilización, que la lejanía disipaba como un rumor de olas.
Mantenía contacto con su amiga Luise, quien recientemente le había hablado de hombres, de su condición de mujer joven encerrada en el estcricto monasterio de la música, y había concertado una cita con Sara después del próximo concierto en el Greenwich Village.
El encuentro fue emocionante. Luise estaba acompañada por su novio Norman y su amigo Dan, que habían asistido a su concierto en el mítico "The Bitter End". Las dos amigas se abrazaron en un fundido interminable.
Hablaron de viajes y de tiempos pasados, pero sobretodo de música y de la vida de los músicos.
Sara se sorprendió de los conocimientos de Dan sobre la vida de algunos pianistas que ella admiraba; no tanto por los más conocidos como Rachmaninoff o Rubinstein, como por los detalles sobre Glenn Gould, sobre su renuncia a los conciertos en directo, que le llevó a la reclusión en un estudio de grabación donde encontró la intimidad deseada para continuar su intenso romance con la música. Detalles que Dan conoció a través de la novela de Thomas Bernhard "El malogrado" y que a Sara le apasionaban, por lo que no pudo ocultar su interés por aquel hombre desconocido.
Voló la noche hasta rayar con la madrugada, como suele ocurrir en el Greenwich Village; cuando llegó el momento de la despedida.
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sábado, 3 de mayo de 2014

Comer






Siendo la necesidad primaria más absoluta y común en todos los seres vivos, solo los humanos hicieron del comer una cultura, un arte que se debe compartir haciéndolo en público y en armonía.
Los aromas de la comida fueron consagrados como buenos, y cualquier ceremonia se celebra antes o después con un banquete. Como si el hecho de alimentarse fuera menos repugnante que el de deshacerse de lo comido, ésta acción sin embargo, se realiza en privado y se considera de mal gusto hablar de ello.
Para comer nadie se esconde. al contrario, se adorna la mesa con platos, velas o flores cuando la situación lo requiera.
Como omnívoros que somos podemos comer de todo, tanto sustancias orgánicas como artificiales, éstas últimas de reciente creación, mezclando los nutrientes, vitaminas y las proteínas necesarias para el organismo; aunque religiones y culturas diferentes hayan descartado ciertos alimentos.
Pero los recursos naturales no son infinitos y podrían agotarse pronto al ritmo de la superpoblación y envejecimiento del planeta. Las granjas y los campos de cultivo cada vez están más alejados de las ciudades y el hombre parece haber perdido la consciencia de que con éstos desequilibrios provocados, no solo se perjudica a la naturaleza sino que se perjudica a sí mismo.

En el restaurante hay una mesa continua rodeada por trece varones. Parecen celebrar una despedida. El que está en el centro propone un brindis levantando su copa y los demás le siguen.
No muy lejos hay otra mesa pequeña con una mujer sola, sentada delante de un plato con una cola de langosta adornada con arroz y verduras calientes. Quizás fuera un capricho o un sentimiento de venganza lo que la llevó a comer sola a un exclusivo  restaurante del Soho, porque no es frecuente derrochar en exquisitos manjares sin al menos, un testigo u otra persona con quien recordarlo.
Contrasta el silencio de ella con  la discreta algarabía en la mesa de los hombres, pero todos comen productos traídos de lejanos lugares que tras dar el último paso en la cocina-laboratorio bajo vigilancia del chef, se posan en un blanco mantel frente a los comensales.
En otra parte del mundo, sobre una tierra calcinada, yace un cuerpo oscuro, consumido por el ayuno.


jueves, 1 de mayo de 2014

Una pareja cualquiera






Se había echado la niebla sobre el empedrado de la calle haciéndolo resbaladizo. Tamizada sobre el fondo gris, se recortaba la silueta de una pareja que se alejaba con las manos enlazadas, a modo de esas empalagosas postales que se cuelgan en las redes sociales acompañadas de una frasecita de amor.
La mano izquierda del hombre sostenía la mano derecha de la joven como en los matrimonios morganáticos, entre noble y plebeyo. A cierta distancia y juzgando el atuendo informal de la pareja resultaba imposible decir quién de los dos pertenecía a la aristocracia, porque en el andar y los modales poco se distinguen de la plebe.
Tampoco en los besos que se dieron en la penumbra húmeda de un rincón, había signos de grandeza, aunque el disimulo disminuía la pasión.
Podrían ser ambos de la nobleza o incluso de la realeza que, avergonzados de su menoscabada condición social, se apartaran de toda ostentación dejando el lujo para sus fiestas privadas cerradas a cal y canto a la exposición pública.
Pero también podrían ser dos siervos de la gleba que, con el esfuerzo sobrehumano de sus padres, recibieron cierta educación en un colegio de pago, donde aprendieron a comportarse con la dignidad de los príncipes de los cuentos.
Pongamos que fuese el hombre el heredero de la corona de un reino, y ella una chica aplicada que terminó su carrera para trabajar de cara al público y un día fue llamada a la corte en secreto para satisfacer la curiosidad del príncipe por los plebeyos.

Así, entre la niebla de un día de primavera, pasaron desapercibidos como una pareja cualquiera.

¿Y si fuese ella una princesa y él un deportista del montón, que destacaba entre los amigos por su gallardía y su afición al dinero? No hacen falta encantamientos para disfrazarse de rana en la charca de renacuajos y elegir o ser elegido como heredero de los tristes destinos de una familia de espantapájaros.

Cogidos de la mano se deslizaban por el empedrado de una calle cualquiera, aquél nebuloso día de primavera.