miércoles, 30 de abril de 2014

Nubes negras, nubes blancas (II)






... Continuación

Cuando hubo pasado la tormenta, el cielo recuperó su azul brillante, una leve brisa transportaba dos blancas nubes perezosas hacia el oeste.
Teresa contemplaba su casa desahuciada, mientras el abogado tomaba notas del mobiliario enajenado, que unos operarios cargaban en un camión de mudanzas.
Fue especialmente doloroso para Teresa desprenderse de la pianola de caoba en la que había aprendido a interpretar los ragtimes de Scot Joplin, pero con el dinero obtenido por el embargo de los bienes pudo alquilar un modesto apartamento en la zona sur, asesorada por su abogado.
Acudió inútilmente a los antiguos amigos de su marido, que al enterarse por la prensa de los turbios asuntos económicos en los que se había metido, evitaron ayudar a la viuda, ofreciéndole manifiestas excusas.
Incluso los vecinos del barrio sur, donde ahora vive, comentan a sus espaldas cuando no la insultan descaradamente.
El cielo de Teresa se fue oscureciendo con espesas nubes negras.

El abogado sabía que ya no obtendría más beneficio económico de su clienta, por lo que empezó a distanciarse también del contacto físico, que había llenado de promesas mientras gozaba de su cuerpo.
A menudo se veía a la joven viuda sentada en un banco del parque. La mirada infinita en un oscuro futuro y la esperanza en una blanca nube perdida que pretende rozar el horizonte.

Al fin encontró un trabajo por su cuenta, un trabajo que muy pocos aceptarían por la paga recibida. Ayudaba a las enfermeras en el cuidado de los ancianos de una residencia privada. Algo que siempre había hecho con su marido y sin salir de su casa. Limpiaba con cariño los cuerpos arrugados de los residentes y lavaba sus llagas y sus dentaduras postizas con esmero. Cambiaba pañales y empujaba alegremente las sillas de ruedas por los corredores del asilo. Administraba la medicación en las comidas y una tarde del final del verano, asistió al último suspiro de uno de los residentes que se aferró a su mano para despedirse de la vida. Tal como su marido hizo en el umbral de la muerte.
Tuvo una extraña sensación al anochecer cuando termino su jornada, camino de su apartamento; miró el cielo, vagamente iluminado por el último rayo del crepúsculo y pudo ver entre dos nubes azules la inmensidad del universo.


martes, 29 de abril de 2014

Nubes blancas, nubes negras.





Había enviudado joven, antes de que el tiempo se llevara su hermosura. Su marido murió de una metástasis en los huesos que se había prolongado durante años de tratamientos inútiles que no consiguieron más que retrasar su crecimiento a base de sufrimientos. Ella siempre estuvo a su lado hasta el final, porque para eso la habían educado, y ahora debía aprender a vivir de forma independiente.
Había dejado la casa familiar para casarse con el veterano doctor Purgold, en el que creyó encontrar la salida de la tiranía de su padre. No había conocido más hombres ni más trabajos que el mantenimiento del orden de la casa y ocuparse de su marido siempre enfermo. Desde el principio, su responsabilidad se limitaba a ofrecer su cuerpo a la lujuria del doctor, cada noche en la cama y por la mañana, después de ceder a la pasión de su marido, dar las órdenes necesarias a los jardineros y personal de servicio para que todo se dispusiera de acuerdo con su buen gusto.
Se casaron un día de inesperada lluvia en Abril, con una ceremonia breve, pero intensa en emociones.Teresa estaba radiante en su vestido de rosetas blancas empapado por la lluvia, y el peinado deshecho acariciando su núbil rostro mientras abrazaba a su héroe, que surgió de la nada para liberarla de su encierro.
Diecinueve años más tarde, el mismo día de Abril, salió el sol sobre el campo santo. Teresa estaba radiante en su vestido de encajes negros, evitando el sol directo con unas oscuras gafas y el pelo suelto, mientras recibía los abrazos de condolencia de la triste concurrencia que trataba de liberarla de su fingido duelo.
A la muerte del Dr. Purgold, Teresa entregó todos los papeles y cuentas de la herencia a un abogado para que las administrara desde su gabinete de contabilidad, porque ella nada sabía de las facturas y papeles que en ocasiones firmaba para su marido.

En lo alto, dos blancas nubes jugaban torpemente a la carrera por alcanzar el horizonte.

Hubo días felices en el verano, cuando la invitaba a cenar el abogado y se alargaban las noches entre suspiros y promesas. Pero pronto llegaron las nubes negras.
En el último informe del gabinete contable se detallaba la bancarrota de la pequeña fortuna administrada. Teresa tuvo que explicar en la corte los excesivos ingresos de desconocidas empresas con las que su marido colaboraba y que ella firmaba con confianza ciega.

En Abril, al salir de los juzgados, dos grandes nubes negras se juntaron cubriendo el azul con el luto de una tormenta.

...







martes, 22 de abril de 2014

La cesárea

Una nube alargada y solitaria corta el sol como una navaja, formando dos grandes gotas de luz en la parte cercenada del hemisferio sur. Sé que estas pensando en el ojo seccionado del "perro andaluz", pero Buñuel trataba de interpretar un sueño y lo que tengo enfrente, lo que ahora contemplo, es tan real como el atardecer incandescente que cada tarde se cierne sobre el horizonte.

Si no estuviera mirando el mar hacia el oeste, pensaría en el día que se resiste a nacer, llegado su tiempo, rompiendo aguas con afilado bisturí, en una orgía de dolor y de sangre; en el llanto opaco del que es obligado a salir de su primer mundo acuoso y confortable, para enfrentarse a los ruidos metálicos y al fogonazo que violentamente deslumbra la utérica paz en la penumbra.

Cada día naciente, es el aniversario del momento maravilloso y cruel que ahora se aferra a la inminente tragedia de conocer la vida. Ahora tendrá que crecer por su cuenta, arrancado del conducto directo de la comida, alejado del cálido aliento que empañaba las horas antiguas de la noche fría.

La madre naturaleza yace sedada, un apacible sueño la envuelve mientras respira ajena a lo que dentro de ella sucede. Cuando al amanecer despierte, tendrá en su regazo el nuevo día sonrosado y azul y una costura en el bajo vientre.

jueves, 17 de abril de 2014

Dormir

Soñar mientras duermes es vivir otra vida, abandonarse a la sorpresa que traerá el sueño, no podemos elegir el sueño, nos asalta en un recodo de la noche apartándonos de lo vivido. Lentamente nos introduce en nuevas dimensiones y nos atrapa, a veces con violencia y otras veces al arrullo de la brisa.
Dormir es un alto en el camino, donde se disipan todos los males, el dolor es desahuciado del cuerpo y el espíritu vaga errante por caminos ignorados.
El sueño divide el día y exige su tiempo en un ciclo en que se repite la vida al despertar, pero que se interrumpe cada noche, como morir y resucitar en una sucesión de vidas que termina con el último sueño. Nadie muere despierto, por violento que sea el final; porque en el último momento vence el eterno sueño.
No vive más quien menos duerme. El insomnio es la venganza de los duendes del sueño que se niegan a someterse a la codicia por vivir y castiga a los soñadores que pretenden soñar despiertos.
El sueño se burla de doctores y visionarios que intentan interpretarlo y campa a sus anchas por los túneles del subconsciente. ¿Quién puede interpretar los sueños de otro que tuvo que explicarlos con palabras? ¿cómo reducir un mundo inaprensible de imágenes, sensaciones y sonidos a un relato más o menos coherente?
Damos demasiada importancia a solo una parte de la vida, la parte consciente, la parte que se repite; despreciando la parte fantástica que sucede cada día mientras dormimos.
El durmiente es inofensivo e inocente de toda culpa. A nadie se puede condenar mientras duerme, por horribles o macabros que sean sus sueños. No hay dioses, ni ética, ni leyes que regulen los sueños.
Dormir es un atentado contra la sociedad de consumo, una revolución; porque el que duerme ni consume ni produce. Seguramente haya empresas que desearían quitarnos las horas de dormir, para vendernos sus productos, como hacen con los pollos bajo una luz incandescente.
De momento, sigamos disfrutando de ese tercio de la vida que pasamos durmiendo.


miércoles, 9 de abril de 2014

En la cuneta




 Estaba anocheciendo rápidamente.
Regresaba por la autopista del norte.
El tráfico se iba haciendo cada vez más espeso a esa hora entre dos luces.
El sol se había acostado en el horizonte, como es su costumbre, y en el cielo quedaba su incendiario resplandor que se extinguía por momentos, sobre el azul mortecino de la tarde.
En el primer cambio de rasante, antes de iniciar el descenso, brillaban las señales luminosas de un control rutinario de policía, que retenía aún más la circulación.
Me hicieron señas para que detuviese mi vehículo en el arcén, donde ya había una hilera de coches retenidos.
Cuando llegó mi turno, me informaron que se trataba de un control de alcoholemia y tenía que soplar por el detector. Dije que nunca bebo alcohol, pero pudiera ser que diese positivo, porque solo unos minutos antes había llenado mi boca con queroseno para escupirlo sobre las antorchas en mi espectáculo de fuego. Los dos agentes se miraron incrédulos y  yo empezaba a ponerme nervioso por la situación y porque otro agente, que registraba mi vehículo, inspeccionaba la botella del combustible.
Me obligaron a salir del coche y yo para demostrarles que decía la verdad, prendí cinco antorchas allí mismo y empecé a hacer malabares al borde de la cuneta. Un policía gordinflón se reía delante de mi y los otros contemplaban el espectáculo, en el instante en que pasaba un camión de gran tonelaje y escuché al conductor que decía: "Estos kabrones cada día ponen más difícil el test de la alcoholemia".







miércoles, 2 de abril de 2014

Tres pasos




Que bien se está en el campo! Entre el arrullo de las primeras hojas de los arces y la alargada sombra de las palmeras. Qué lejos la civilización queda! cuando no hay más leyes que las de la naturaleza, sin nadie que las escriba, ni nada que nos ofenda.
Quizás la sociedad está enferma, porque del campo se aleja, creando un mundo distinto para vivir a la fuerza.
La civilización corrompe lo que de natural tiene el humano y en vez de evolución se convierte en una degeneración de la vida, donde predomina el consumo y la producción, y el pensamiento libre se olvida.
La ciudad cierra sus puertas a la primavera, donde solo florecen edificios y carreteras. Los campos de cultivo, cada vez más a la afueras, ofrecen sus frutos forzados sin esperar la cosecha, pero tres pasos más lejos, el bosque cerrado te espera.
Tres pasos en el bosque a los pies de la sierra, te descubrirán el camino y la vida que alberga. Que hermosos son los ríos que cantan a la belleza! sin nadie que dirija la orquesta, sin políticos ni religiones, sin nada de lo que la civilización encierra.
En los azules montes lejanos, aguarda la libertad verdadera.