sábado, 31 de agosto de 2013

PLACER Y PENITENCIA (III)


                                               
Foto :http://www.barewalls.com/i/c/473185_Black-Horse-Running.jpg



El caballo desbocado hoy campa a sus anchas, sin riendas, cabezada, estribos ni espuelas. Trota libre entre las acacias y los robles y sestea en la pradera. Para llegar a ser de nadie tuvo antes que ser de todos; del amo a quien nunca vio, del jinete y la amazona, del mozo de cuadra que lo alimenta, del escudero que lo engalana y del capataz que lo doma. Era una vida fácil tras la media puerta de la cuadra, por la que sacaba la cabeza como si fuera una ventana. No le faltaba el forraje o los piensos compuestos y alguna vez lo premiaban con azúcar y caricias por obedecer siendo bueno. Le habían puesto el nombre de Gift, y una marca en el anca con un hierro enfriado en nitrógeno líquido, con las iniciales CF superpuestas bajo una corona.
Lo hubiera soportado todo por permanecer junto a Cinthia, menos los celos por las otras bestias a las que la hermosa Cinthia mimaba. Todo volvía a ser como al principio, cuando fue un hombre, que como el cazador Acteón, se transformó en un animal salvaje al contemplar la belleza de Diana desnuda en el estanque.
Habían crecido juntos, Samuel entre la paja de la cuadra y Cinthia entre blandos almohadones. Él cepillaba a los potros, mantenía limpio el establo y enjaezaba los caballos; ella se iba de caza al galope tras los zorros. Al regresar desmontaba de su corcel sudoroso y lo entregaba a Samuel como quien lo ata a un tronco. Nunca se fijó en él, que cuidaba a los lebreles y reunía a la yeguada.
Tanto era el deseo de Samuel de servirle a Cinthia de montura, que ansiaba ser el más hermoso rocín de todas sus cabalgaduras.
Al cumplir la mayoría de edad, Cinthia recibió como presente un brioso corcel negro brillante como el azabache, y ordenó a Samuel que lo marcara con sus iniciales. Samuel levantó la cabeza, y por primera vez chocaron sus ojos negros con el celeste de los de ella. Cinthia enrojece como ofendida por la mirada arrogante y altiva de su mozo de cuadra y le indica con la fusta que se apresure en sus obligaciones para que pueda montar a su Gift esa misma tarde.
Como si un sortilegio obrara en Samuel al caer sobre el frío hierro nitrogenado, se levantó torpemente al tiempo que sus manos y pies se fueron transformando en patas y su pelo ondulado creció en brillantes crines cuando sus orejas se hicieron más largas y sus ojos se dilataron al ver la marca en su grupa con las iniciales de su amada. Saltó del establo aterrado por el cambio en una bestia y no fue consciente de ello hasta mirarse en el espejo del agua del abrevadero. Comprendió su tremenda desgracia con la razón y el alma humana que le quedaba. La voz de Samuel se hizo un relincho cuando se encabritó de patas llamando a la joven Cinthia que corrió hacia él desesperada.
-¿Dónde se ha metido Samuel?-se preguntaba cuando consiguió apaciguar al caballo con caricias en el cuello, en el pecho y en las patas; pero se reconfortó al ver en el anca su marca. Con sus propias manos le colocó el ronzal de la cabezada, y con sus largos dedos le abrió dulcemente la boca para ponerle la frenada. Repitió tres veces furiosa el nombre de Samuel, llamándolo a gritos y el caballo rozó el hombro de Cinthia con gran delicadeza. Ella se volvió y contempló la hermosa estampa del equino, se encaramó sobre el murete de la cuadra y saltó sobre Gift montando a horcajadas sin silla ni aparejos. Samuel sintió la presión de sus piernas rodeando su gran cuerpo y procuró que en el trote no se separase demasiado el contacto con su amada...





viernes, 30 de agosto de 2013

El placer y la penitencia (II)



Llegó el día y tuve que volar sobre las aguas del mar, dejando atrás hermosas historias recientes, precisas imágenes, recuerdos vivientes que se entremezclan mientras el avión sube. Miro por los ojos del ángel sentado en la blanca nube que rápidamente se aleja de la montaña algodonosa de la que formaba parte, tan solo hace un momento, y siento como se desgarra el sentimiento, cuando ya no hay vuelta atrás, cuando no se tiene lo que no se pierde.

Allá, rumbo a lo desconocido, volveré a empezar con el buen ánimo de siempre. Esperando que lo que me espera sea una penitencia llevadera que no me haga olvidar lo inolvidable.
La sangre se seca cuando cicatriza la herida, pero las llagas aún rezuman borbotones de antigua felicidad, de dichosas situaciones, del esplendor de la risa, de las noches desnudas de apariencia, de la cálida brisa que envuelve las pasiones.

No deshago el equipaje, pensando en partir de nuevo, porque volver, nunca se vuelve.
Avanzo hacia el futuro azul, cada vez más escaso; esta vez hacia occidente, donde el sol se pierde en el ocaso.
El sueño dará el siguiente paso, al despertar en otro continente, despertar de nuevo en otro sueño, como eternas sucesiones de momentos entre la distancia y el tiempo.



jueves, 15 de agosto de 2013

El placer y la penitencia (I)




Tenía amigos ricos.
Charles bebía Pinot Noir en copas de cristal labrado.
George me invitó al exclusivo Polo Club para asistir al partido femenino en el que participaba Cinthia.
Desde la terraza del restaurante se veía a Cinthia elevarse sobre los estribos, girando levemente la cadera, para golpear la bola por el lado del lazo.
George no compartía la afición de Cinthia por los caballos, aunque podía distinguir a simple vista, la raza de un campeón. Le apasionaba, sin embargo, el mundo del arte. Coleccionaba pinturas de artistas desconocidos, a los que subvencionaba como un filántropo y no se perdía el estreno de  las obras de teatro en el Palacio de la Opera.
Charles hablaba con George sobre las nuevas tendencias de representación y creación de nuevos espectáculos y aportaba ideas de danza aérea o teatro suspendido, donde los actores colgaran de cables, a modo de estructuras móviles entre cortinas de cristal.
Charles sabía que sus opiniones subyugaban a George. Esa pasión por el arte, era el mayor atractivo en ese frívolo escenario de poses y sonrisas forzadas al sol.
Mientras, continuaba el último chukka del partido amistoso y Cinthia ya había cambiado cuatro veces de caballo. En el quiosco de la música sonaba la "sinfonía de los juguetes" por una pequeña orquesta de cámara  a la que se habían incorporado dos músicos que hacían sonar silbatos y carracas entre los violines, según la partitura de Leopold Mozart.
Cinthia descabalgó de su pura sangre argentino y se dirigía con paso resuelto, con el casco azul bajo el brazo, hacia la terraza del restaurante. Con un movimiento de cabeza se desplegó la rubia cascada de sus cabellos sobre los hombros. Era realmente hermosa, el ceño fruncido le impregnaba en el sudoroso rostro, un fuerte carácter que le hacía aún más atractiva. Golpeó la mesa con la fusta con un gesto de enfado que no se sabía si era por el resultado adverso del partido o como protesta por la falta de atención de sus amigos a su actuación en el campo de juego.
-Ah Cinthia - dijo George- ¡que gran amazona!, te presento a Marcel, a Charles ya le conoces.
Y me tendió la mano esforzando una mueca por sonrisa. Se disculpó para ir al vestuario y se alejó sin volverse.
De pronto, se extendió un murmullo a lo largo de las gradas y de toda la terraza, que provenía de las cuadras, donde uno de los caballos parecía rehusar a entrar en el remolque de transporte y cabeceando logró soltarse de las bridas, entrando libre en el campo de juego.
Saltaron dos mozos subalternos para tratar inútilmente de alcanzarlo. Era un hermoso ejemplar de bella estampa que parecía querer jugar, deteniéndose como esperando que los hombres se acercaran, para dar un quiebro brusco y hacerlos correr tras él.
La gente que había empezado a despejar las gradas, regresaba a sus escaños empezando a divertirse y las sonrisas florecían en las mesas de la terraza.
Uno de los mozos resbaló en su carrera cayendo tendido sobre la yerba y el caballo, sorteando al otro hombre, saltó sobre el cuerpo tumbado del mozo como si de un obstáculo de hípica se tratase y algo como una ovación se agitó entre las gradas. Avanzó al trote hacia las primeras filas e inclinó la cabeza a modo de saludo y acto seguido se giró frente al mozo que lo perseguía dejando a éste paralizado por unos segundos.
Hombre y caballo se miraban desafiantes, girando de medio lado sin dejar de observarse mutuamente y manteniendo la distancia.
Pronto salieron al campo dos laceros a caballo y el joven bruto emprendió una carrera al galope alrededor del campo de polo seguido de los jinetes del lazo, pero antes de ser alcanzado saltó la baranda de la terraza abalanzándose sobre las mesas y causando el terror entre los que las ocupaban. saltaron los vasos y las tazas por los aires y las mesas se desplomaron justo a nuestro lado; hubo una avalancha humana y una mujer fue aplastada. Entre los gritos y el estruendo escuché decir a Charles con voz calmada: "Así es el teatro, belleza, comedia y tragedia mezcladas en el mismo acto"...