martes, 30 de abril de 2013

El soldado (V)

                                     

                                              Apolo Belvedere



El soldado fue destinado lejos de casa y de María, a un lugar de la cuenca minera del sur, conocido por el carácter levantisco de sus gentes, pero sobretodo por la masacre en la represión militar sobre los mineros que protestaban.
Cuando todo se hubo sosegado, con un silencio impuesto a toque de queda, llegó el ministro y los políticos y solicitaron para el evento una banda de música disponible a la reserva general.
El subteniente Robert Collins aportó la música de su instrumento al cínico discurso en el que se exaltaban rancios valores sobre la patria y el orden; con una referencia  de pasada, lamentando los incidentes que obligaron a disparar a las fuerzas de seguridad contra los manifestantes.
En los días grises de acuartelamiento, el soldado fue tomando conciencia de lo ocurrido y sus consecuencias.
Se organizaron desfiles con objeto de demostrar el descuello militar a la población amedrentada y Robert tuvo que tocar sobre la sangre diluida en las lágrimas de las jóvenes viudas de los mineros.

Desde su confinamiento, escribió a María:

"María amor mío, Como ya te dije en mis otras cartas, vivo en la desolación. En ésta tierra árida del sur, donde las gentes se afanan en extraer del corazón de la tierra pedruscos y minerales, sin entender ciertamente su último destino.
Nosotros somos músicos, pero nuestras melodías no llegan a éstas gentes sumidas en el odio y la venganza que sienten hacia los uniformes. Quisiera tocar para ellos, canciones alegres que puedan entender y llevar ánimo y paz a sus vidas pero las circunstancias los hacen verme como su enemigo.
Supongo que recibes mis cartas porque no me son devueltas. Te decía que el martes nos dejaron bajar hasta el río que se retorcía entre las matas como una gran anaconda de agua, y pensé en ti, en la alameda y en tu sonrisa que ahora tanta falta me hace. Sigo sin noticias tuyas, no puedo comprender que no me escribas, si al menos tuviera una foto con tu falda azul y tu melena dorada sobre los hombros, tendría algo a lo que agarrarme, ojalá reciba una carta, me ayudaría ahora.
Todo mi amor, Robert".









lunes, 29 de abril de 2013

El soldado (IV)

                                                   Primavera


Había llegado tímidamente la primavera y se fue instalando con sigilo en la fría meseta norteña. Las plantas, la tierra y las flores notaron su presencia antes que los humanos. María tenía frío, una sensación que llegaba de dentro hacia afuera, sentía el frío en el corazón, como si albergara en él los últimos días del invierno cuando el soldado se fue de la ciudad.
Cada mañana, mientras esperaba a la dueña que abriría la mercería, miraba al balcón de enfrente, y afinaba el oído por si escuchaba las tristes notas de un bombardino.
Debido a las tensiones sociales y los despidos masivos que desembocaron en una huelga general, las ventas en la tienda habían caído y parecía que nadie perdiera los botones. Solo la modista seguía comprando pasamanería, pero ahora lo hacía por centímetros. María presentía que el negocio acabaría cerrando y ella quedaría sin trabajo, cuando más lo necesitaba. A su padre ya lo habían despedido del almacén donde trabajaba y pasaba el tiempo metido en casa leyendo los diarios por si anunciaban alguna oferta de empleo.
Aquella mañana entró en la tienda una señora oblonga, de nariz afilada, que no parecía vecina del barrio y pregunto por unos galones de guardiamarina para el uniforme azul de su hijo. Cuando María le preparaba un sencillo paquetito con los galones le preguntó.-" ¿En el cuartel de su hijo tienen banda de música? .- "Mi marido es almirante de la armada y ahí hay de todo, pero mi hijo aún es un cadete aspirante a alférez en la academia".- respondió solícita la señora, y añadió.-"¿Te gusta la música militar?...y María se confesó.-"Me gusta un  músico militar, si su marido pudiera encontrarlo y darme noticias suyas, estaría muy agradecida".- "Veré lo que se puede hacer. ¿Cómo se llama el músico?" y María se apresuró a contestar.- "Subteniente Robert Collins de la reserva general". La señora lo apuntó en un papel y le entregó una tarjeta de su marido con el canto dorado.
-" No te preocupes, pequeña, pronto tendrás noticias suyas". Añadió la señora al despedirse.









domingo, 28 de abril de 2013

EL soldado (III)





Llovía sobre las horas muertas. María esperaba al timbre del portal para bajar corriendo. El aguacero repicaba en la ventana como un tambor de granaderos y le hacía soñar que pronto llegaría el soldado en un carruaje cubierto, con un palafrenero envuelto en su capote y la llevaría al cafetín donde solía tocar con un combo civil, cuando estaba fuera del servicio.
Había cambiado tres veces sus vestidos para adecuarlos a la situación y al mal tiempo, pero pasaban las horas húmedas y pesadas y el timbre no sonaba. Antes de perder la esperanza, pensó en los álamos del río en los que, otros amantes, habían escrito corazones y en su árbol escondido donde el soldado dibujó las iniciales de sus nombres. Pensó en la yerba de la ribera, sembrada de besos que florecían con el agua que estaba cayendo.
Cuando llegó la noche, María salió de su embeleso al oír abrirse la puerta del pequeño apartamento.
-Papá!.¿Qué sucede?, te noto triste.- dijo a la figura chorreante que se quitaba el sombrero.
Con una sonrisa forzada, su padre contestó.- "Eso mismo iba a decirte yo a ti, ¿No ibas a salir esta tarde?". Y ella respondió.-" Sí, pero con éste tiempo, Robert no habrá podido venir a buscarme".
El padre le dio un abrazo de ánimo y de consuelo propio que hablaba por los dos, con el lenguaje mudo del cariño y se confortaron  mutuamente.
A la mañana siguiente, salió el perezoso sol de los domingos. El cielo de azul brillante se alternaba con el blanco de unas nubes multiformes. María acompañó a su padre al parque de las estatuas, donde un día la llevó el soldado y le enseño lo que cada una de ellas representaba.
-Esta estatua, es Flora, diosa de la vegetación, de la fertilidad y de las flores. Los antiguos romanos le dedicaban cada año el festival de Floralia con ritos promiscuos.- Le explicó a su padre y siguió...
-Ésta otra es Némesis, diosa temible que vigilaba a los hombres desde los cielos y ejercía la Justicia divina y la venganza.
El padre sorprendido preguntó.- ¿Cómo sabes tu todo eso?
-Robert me lo dijo.- respondió María como si hubiese recibido una revelación divina.
-Y ¿dónde está Robert ahora?
-Estará en su casa, los domingos no tiene que ir al cuartel.- Dijo María, pero una sombra de inseguridad cambió su semblante. Pensó que podía haber ido a buscarla, mientras estaban en el parque de las estatuas, para explicarle la razón por la que no había acudido a su cita del sábado y apresuró a su padre para volver a la casa.
Al llegar al apartamento, encontraron una nota bajo la puerta.
"María, amor mío, tengo que dejar la ciudad por tiempo indefinido. He recibido órdenes de urgencia para incorporarme a un nuevo destino. Tendrás noticias mías cuando sepa algo en concreto. Me voy pensando en ti. Te quiero. Tu soldado. Robert."

sábado, 27 de abril de 2013

El soldado (II)




Por su ascenso a suboficial, recibió cómo presente, un precioso sable de acero brillante, con sus iniciales grabadas en la empuñadura. Se acercó al espejo y se contempló con cómicos pero elegantes movimientos emulando a los húsares de las películas, pues nunca, en su formación militar, había recibido clases de esgrima.
Su labor en el ejército se limitaba a los ensayos y desfiles tocando el bombardino con la banda de música. Aunque a veces participaba con su instrumento en algún baile de gala, al que acudían los brigadier y los jefes con sus esposas, como en los cuentos.
Corrían tiempos de una paz duradera pero, fuera de la burbuja castrense, se cernía una tensión en el aire, debido a las profundas diferencias sociales que se habían ido acrecentando en los últimos tiempos.
La vida en los ambientes marciales, permanecía ajena a la realidad civil. Los militares con sus familias podían aislarse viviendo en las barriadas y residencias construidas solo para ellos. Desarrollaban sus actividades de ocio en las instalaciones deportivas o de descanso en recintos militares y podían comprar todo tipo de cosas, comida, medicamentos, ropa de todas las marcas y objetos, en los economatos y farmacias militares a unos precios muy por debajo de los que marcaba el mercado.
El nuevo suboficial Robert Collins no tenía familia. Sus padres murieron en los primeros bombardeos de la última guerra cuando trataban de alcanzar un campo de refugiados, y él recibió la noticia estando convaleciente de la operación en la que le extrajeron la metralla del vientre.
Rechazó el ofrecimiento de una habitación en la residencia de suboficiales para ir a vivir a la casa familiar, recibida en herencia, frente a la tienda de coloniales, donde recuperara los azules recuerdos de su infancia. Pero todo parecía distinto. El barrio había cambiado después de la guerra. Ya no pasaba la tartana de la lechera cada mañana y la tienda de enfrente se había transformado en una nueva mercería.
Robert nunca olvidó a María, la muchacha que despachaba en la mercería. Se apresuraba al salir del cuartel para llegar antes de que cerraran la tienda y poder acompañar a María, aún sin tiempo de cambiarse el uniforme, y daban largos paseos por la alameda que crecía profusa cerca del río.
La primera vez que la besó, ella se avergonzó de la armadura metálica que juntaba sus dientes y quiso excusarse pero no le dio tiempo, enseguida se llenó su boca con tantos besos que no llegaba a contarlos, y sintió abrirse el corazón como una esponja que se apretaba contra la botonadura dorada del soldado.
Al llegar al portal del edificio donde vivía María con su padre, ella no quiso una escena y trasladó, en la punta de sus dedos, un beso silencioso desde su boca hasta los labios del subteniente.



jueves, 18 de abril de 2013

Turbulencias





Intentando vivir el presente, que no es más que una entelequia filosófica, un puro invento, sin la contundencia del pasado imborrable  o del futuro impredecible. ¿ Que es el presente?, éste presente que cuesta tanto definir, sino una efímera transición entre el pasado reciente y el futuro próximo.
El presente que tratamos de vivir con tanta avidez, al igual que el arte de un payaso, se desvanece en el mismo instante en que se crea, como la música improvisada de una trompeta de Jazz, que nota a nota, gesto a gesto, paso a paso; va dejando una estela de hermosos recuerdos, de huellas de risas o azules días de tedio en el pasado.
Puedes pensar en aquel presente lejano, cuando la araña tejía su tela, en el preciso instante que iba desplegando la seda, y decir con nostalgia: "que bello presente tuvo la araña", "que hermoso trabajo para atrapar una mosca despistada y alimentarse de su ingenio"... luego el rocío puso un collar de diamantes sobre la telaraña que no duró más que un instante.
Insignificantes turbulencias del presente, del día en que estrenaste esos zapatos que en tus pies tanto han caminado. No son recuerdos sino puntuales instantes del pasado.
Uno recuerda canciones, risas, besos, quizás aromas, lugares, cosas... pero olvida que todo eso, tuvo un presente instantáneo en el espacio y en el tiempo.
Vivir el presente significa crear historias para recordar un día del futuro cuando todo esto haya pasado.
El presente es algo que se aleja rápidamente.

martes, 16 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XXII)





Marco se recuperó pronto de la herida en el costado, pero Sofía no pudo recobrarse  tan fácilmente del terrible impacto sufrido por la pérdida de su hijo y del amor de su vida. Sentía un vacío interior como si le hubieran arrancado una parte de si misma. Además no podía escapar del sentimiento de culpa por lo ocurrido y se sumió en una profunda melancolía.
A pesar de las largas sesiones de terapia y visitas a psicólogos, neurólogos y otros profesionales de la mente humana, Sofía no se recuperaba de su permanente depresión ni de sus frecuentes ataques de ansiedad. Vagaba por la casa como un globo en un día ventoso, y los cuidados de Marco, solo servían para aplacar momentáneamente la angustia que la dominaba y el llanto incesante que la acompañaba.

Llegó el día de la graduación en la universidad, a la que Sofía no asistió por razones obvias, y que no se presentó a los últimos exámenes de fin de carrera. Pasaba toda la noche y gran parte del día durmiendo profundamente a causa de los fármacos y los potentes sedantes que requería el tratamiento.
Solo la música que escogía Marco para ella, parecía hacer un efecto en su memoria recordando algunos fragmentos de "La Tosca" de Puccini que mezclaba canturreando "Vissi d'arte" con "O mio babbino caro".
Por las tardes bajaban juntos a dar un corto paseo hasta el parque próximo, para lo que Marco preparaba a Sofía, y le arreglaba el pelo que ella había arrancado a mechones con sus propias manos y la vestía con esmero, como a una muñeca incapaz de hacerlo por sí misma y la suministraba la medicación diaria.
Otras veces se sentaba a su lado en la cama para leerla las extravagancias inventadas de la personalidad de Jacques Vaché, con lo que conseguía, en ocasiones, arrancar una sonrisa en su dulce rostro apagado por la tristeza.
Una noche de luna azul, cuando todo estaba en silencio, Sofía se despertó aturdida y contempló el sueño de Marco a su lado, durmiendo. Acercó con cuidado la cabeza del profesor a su pecho y lo meció con sus manos como antes hacía con su bebé y Marco abrió la boca respirando su perfume, sin abandonar el sueño. Ella subió a horcajadas sobre su cuerpo, tomando todas las precauciones para no despertarlo, lo miró dulcemente pero extrañada como si nunca lo hubiera conocido. De pronto cayó sobre ella un alud de imágenes monstruosas de la prensa hidráulica triturando su alma y agarró la almohada bruscamente tapando la cara de Marco que yacía inerte, mientras Sofía gritaba: "¡Asesino, tu los mataste!, ¡Asesino!...¡Tu pagaste a Nick para que lo hiciera sin mancharte las manos!, ¡Asesino!". Desnuda como estaba y empapada de sudor histérico y de lágrimas, se sentó sobre la almohada que cubría la cara del profesor  cantando una vieja canción que compuso un payaso, y escuchaba en su infancia...
The time has come to say goodbye,
My how time does fly.
We've had a laugh, perhaps a tear,
And now we hear good-bye.
I really hate to say goodbye,
For times like these are few.
I wish you love and happiness,
In everything you do.
Incluso recordó el nombre del autor, Red Skelton. Repitiendo una y otra vez la misma letra con su triste melodía.

En el informe forense, después de la autopsia, se incluía que si bien la muerte de Marco Perttini, se produjo por asfixia, se habían encontrado en su aparato digestivo grandes dosis de "Midazolam" mezclado con otros analgésicos mórficos  incluidos en el tratamiento de Sofía, que por sí solos le hubieran causado la muerte.

Ahora, recluida en una aséptica celda de un hospital psiquiátrico, Sofía gritaba y gesticulaba con los brazos ante la cámara de vigilancia permanente y desde los pasillos se le oía decir: "¡Libre!, ¡Soy libre!, ¡No soy de nadie!.


 .FIN.
                                                     © Todos los derechos reservados

lunes, 15 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XXI)





Los viejos amores nunca se olvidan. Habían pasado cuatro años del primer amor de su vida, y Sofía aún guardaba la esperanza de recuperar al padre de su hijo por encima de todas las escabrosas circunstancias que la rodeaban. Ella tampoco tuvo un padre que la aceptara, ni una madre que verdaderamente la amara y había sobrevivido con el único amor sincero que le brindaba Marco a quien nunca pudo entregar su alma, pero creía que le pagaba ofreciéndole su cuerpo y la juventud que volaba día a día.
Las visitas furtivas a Carlos se hicieron cada vez más frecuentes durante el último trimestre de la carrera. Sofía llevaba al niño en su sillita hasta el taller, donde se entretenía jugando con tuercas y piezas de chatarra y los jueves con más tiempo, venía Carlos a casa. Pero cada vez resultaba más complicado mantener una situación que empezaba a escaparse de su capacidad para mantener un secreto semejante. Sofía sentía que se le agotaban los recursos para salir airosa de las simples preguntas de Marco, que no podía seguir falseando las evidencias que llegaban hasta la propia cama donde la pasión se repartía cuando el amor se ausentaba, y no podía seguir fingiendo sensaciones que no experimentaba.
Un día por la mañana mientras se preparaban para salir de casa camino a la facultad, Marco escuchó preguntar al niño: "Mamá, ¿hoy vamos a ir al taller?"... y sintió a la madre azorada...-"Si, al taller de la escuela, como todos los días".- Pero Marco ya hacía un tiempo que notaba ciertas imprecisiones en el comportamiento desconcertante de Sofía, y ella sabía que su destreza para manipular a Marco a base de desplegar sus encantos, no era suficiente para alejar sus sospechas.
Esa misma tarde, Marco se excusó en las oficinas del campus para dejar las dos últimas horas de clase alegando una indisposición, y se dirigió a su casa a esperar que Sofía llegara después de recoger al niño. Pero al poco tiempo, impacientándose por la tardanza, recordó la escena de la mañana y se dijo:-"¡El taller!- Saltó a la calle y a la carrera se dirigió al taller mecánico de Carlos. Cruzó la entrada polvorienta hasta la nave donde se encontraba una especie de barracón que hacía las veces de oficina.
Asomado al ventanuco vio un camastro deshecho y cerca de el, un hombre de espaldas sentado frente a un ordenador, parecía estar revisando unas cuentas. - ¡Carlos! - gritó con autoridad, y el hombre se volvió sobresaltado diciendo:-"Mi nombre es Nick, Carlos está trabajando en el desguace de la parte de atrás"-. Marco salió de la nave sin esperar que Nick le acompañase y fue directamente a la zona de desguace donde se apilaban los autos inservibles. En medio de una gran polvareda que no dejaba ver el azul del cielo, se oía el estruendo de la maquinaria pesada que manejaba Carlos. Levantaba furgonetas al vuelo para arrojarlas a la prensa hidráulica.- "¡Apártese!"- gritó Carlos desde la torre de una enorme cizalla, pero Marco no se movió.-¡Nick, sigue tu con el trabajo!- volvió a gritar descendiendo a saltos desde lo alto.- "¡Ah el profesor!, ¿no sabe que esto es peligroso?, vamos fuera.-Se apartaron un poco del ruido y Marco preguntó:-¿Dónde está Sofía?-, y sacudiéndose el polvo con un pañuelo que llevaba al cuello, Carlos respondió:-¿Cómo voy a saberlo, ya no vive con usted?-
...-¡Basta ya de disimulos!- dijo Marco enfurecido,-¡Sé lo que está ocurriendo entre los dos!-...Carlos apretó los dientes y espetó: -¿Crees que una diosa como Sofía soportaría a un vejestorio como tu, si no fuera por compasión?. Entonces Marco se lanzó sobre él, que era más corpulento y de mayor estatura que el profesor y se enredaron en un tenso forcejeo sin que ninguno de los dos lograra dominar la situación, Carlos vio un delirante brillo en los ojos de su rival y esbozó una cínica sonrisa. Se engancharon con tal carga de agresividad que se podía escuchar el latido descompasado de los corazones. De pronto, el puño de Marco voló como un mazo compacto golpeando la mejilla de Carlos, que sintió como si un bloque de acero le hubiera impactado. Marco aprovechó la sorpresa para atrapar el brazo derecho de su adversario que enseñaba los dientes como un perro rabioso y rodaron por el polvo. Carlos logro alcanzar un alicate de puntas con la mano izquierda y de un golpe seco, lo incrustó en el costado del profesor zafándose de la presa, luego saltó sobre él golpeándole con ambos puños, en el momento que oyó la voz de Sofía que se acercaba con el niño gritando.-¡Parad ya por favor! ¡Déjalo ya, lo vas a matar!.Carlos contestó: ¡Saca al niño de aquí, esto es muy peligroso!
La madre llevó al niño a uno de los coches apilados y lo encerró dentro, cuando Marco, aprovechando la confusión, se revolvió como una fiera salvaje agarrando por el cuello a Carlos que gritaba a Sofía...¡Ahí no, no! y soltándose de un empujón que dejó al profesor sin poder reaccionar, arrancó de un salto hacia el coche con el niño dentro, que ya se elevaba por la máquina de Nick sobre la prensa hidráulica. Sonó un estruendo metálico y el chirrido de la prensa que trituraba el coche sobre la cabeza de Carlos Herber, soltando un paquete compacto de hierros mezclados con las vísceras del padre y del hijo .
El grito desconsolado de Sofía resonó por encima del estrépito y el polvo.









domingo, 14 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XX)





Los Jueves era el único día en que Sofía salia más temprano de la facultad en la que cursaba su último año. Marco debía quedarse a la reunión semanal de profesores que a veces se prolongaba hasta entrada la noche.
Aquel jueves dejó al niño solo en casa y salió corriendo en dirección a los suburbios con la intención de volver a ver a Carlos de nuevo. Había tenido que poner en práctica sus artes persuasivas y disuasorias de cualquier señal o interés por esa visita, ante los ojos de Marco.
Llegó temprano al taller mecánico, donde lo vio la semana antes, y se asomó entre los cascarones de los coches amontonados por todas partes. Se escuchó un martilleo metálico bajo el portón, donde Carlos, envuelto en sudor, golpeaba una pieza sobre un tornillo de acero.
-¡Sofía! exclamó al verla y sobraron más palabras. Se enredaron en un interminable abrazo llenándose las bocas con la mímica de las lenguas que jugaban en una única, mutua y oscura caverna. Él le lamió las lágrimas y ella su sudor y los sabores se mezclaron con todos los efluvios que exuda el cuerpo humano. Sobre el asiento desvencijado de un viejo Chevrolet le arrancó la ropa interior bajo la falda y ella lo recibió con la misma pasión salvaje que la primera vez en la biblioteca vacía de la facultad, cuatro años antes. Después, él se encendió un cigarrillo y ella se apoyó dulcemente en su hombro redondo y brillante.- ¿Dónde está el niño?- Preguntó Carlos soltando una bocanada de humo azulado. - Está durmiendo - dijo ella. - ¿Te has vuelto loca?, ¿Cómo has podido dejarlo solo?.-...- Si, tienes razón, tengo que irme-...- Mañana lo traes contigo. Quiero verlo, porque también es hijo mío.- ... -Mañana no puede ser, pero lo traeré la próxima semana-.
Se despidieron con un largo beso y él se quedó mirando su andar ligero, y su cuerpo oscilante dentro del vuelo de su falda sin nada debajo que lo apretase.
Sofía corrió pletórica de una felicidad casi olvidada y mientras llegaba a la casa resoplando por la carrera, recordaba el lejano día en la biblioteca vacía, cuando Carlos la dejó embarazada y su rechazo cuando se lo dijo y le pidió que abortara. Volvió a visionar aquel día en que la llevó en su coche con dos amigos y las bromas que le hacían llamándola mamá.Y cómo, por amor a Carlos, cedió al placer de sus amigos con lágrimas en los ojos y tragó la tierra que le dieron para provocar el aborto y así evitar ingénuamente que tuviera el niño de Carlos.
Pero había pasado el tiempo y todo aquello se disolvía en la bruma de la memoria, enredándose con los recuerdos adolescentes y con las imágenes que quedaron grabadas a fuego en su corazón y en su mente enamorada.


sábado, 13 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XIX)



Al Atardecer, bajaban por la ladera que desembocaba en los barrios periféricos de la ciudad, modificando el itinerario acostumbrado de sus paseos vespertinos. Marco empujaba la silla del niño cuando entraron en las angostas callejuelas de los suburbios, y Sofía caminaba a su lado con la cámara de fotos colgada en bandolera. Al pasar frente a un viejo taller mecánico se cruzaron con varios hombres que discutían acaloradamente, y Sofía se aferró al brazo de Marco, temblando de pavor y obligándole a apresurar el paso, - No temas preciosa, esto no va con nosotros- dijo el profesor en tono conciliador, pero a los pocos pasos, se oyó gritar a uno de aquellos hombres: "¡Sofía!"...Se detuvieron en seco - ¿Le conoces?, preguntó Marco y ella fingió una turbada sonrisa mientras se giraba lentamente hacia el hombre que avanzaba con resolución hacia ellos.
-¡Cuánto tiempo!, dijo el joven tomando la mano inerte de Sofía a modo de saludo y sonriendo con una perfecta dentadura. Ella adoptando una actitud camaleónica para sobreponerse del impacto de aquel encuentro, repuso: "Este es el profesor Marco Perttini, y este es Carlos Herber"...-¡Vaya! parece que coincidimos en las letras de los nombres- dijo el joven a través de su esplendorosa sonrisa, a lo que el profesor respondió - No, el suyo es en plural-...-"Muy ingenioso, profesor. ¿Qué ha sido de tu vida todo este tiempo Sofía?"... Ella que aún no había conseguido encajar los ojos azules en sus órbitas dijo:
"Todo bien, Ahora no tenemos tiempo para extendernos en una conversación, tal vez en otra ocasión, adiós Carlos"...y empujó suavemente al profesor para indicarle que siguieran adelante.Cuando se hubieron separado unos cuantos pasos, el joven gritó "¡Eh! ¿ y el niño?, ¿cómo se llama el niño?", pero siguieron sin detenerse y la pregunta quedó sin respuesta.
-¿Quien es ese joven? - preguntó Marco, cuando estuvieron lo suficiente lejos de aquél barrio.
-Un compañero del primer curso en la facultad, al que desde entonces no he vuelto a ver- respondió Sofía suspirando y restando importancia al arrebol que aparecía en sus mejillas.


viernes, 12 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XVIII)





Solo la sospecha de padecer una enfermedad mental, que nos impidiera canalizar nuestros actos, llenaría de pánico a cualquiera. Puesto que cualquier trastorno emocional puede modificar el comportamiento, sin intervención de la razón; incluso conservando la inteligencia para obrar con disimulo, fingiendo afecto, seguridad, ternura en las relaciones. El amor de Sofía hacia su hijo pudiera ser parte de una representación, o de un ensayo sin necesidad de audiencia ni reconocimiento, porque a veces sentía que era un muñeco traído de su infancia y lo trataba como a un juguete viejo que alguien le regaló, sin embargo otras veces lo apretaba contra su pecho como si fuera una parte inseparable de si misma, que la protegía del mundo a la vez que ella le daba a él su protección.
Hasta ahora, se había refugiado en su silencio como una coraza inexpugnable tras la que encontraba la paz, pero advirtió las sospechas que despertaba en Marco su introversión, y sus incontroladas reacciones. Pensó que siendo una estudiante brillante, que razonaba las respuestas en todos los exámenes, era prueba suficiente de su equilibrio mental, pero ahora necesitaba demostrar además, que era capaz de llevar una vida dentro de los cánones impuestos por nadie sabe quién; y se afanó en representar su papel de madre, amante y la persona modelo que le exigía el nuevo guión.
Llegó al punto de no experimentar remordimiento alguno ante las consecuencias de la nueva farsa.
Marco empezó a creer que se había recuperado, cuando la oía canturrear por la mañana fragmentos de "O mio babbino caro" de Puccini,  con un gesto de felicidad hacia su pequeño, sin imaginarse que era al padre del niño a quien dedicaba sus cantos.
En la cama con Marco, nunca tuvo que fingir los orgasmos. Cerrando los ojos y pensando en aquellos tres miembros jóvenes inyectándola vida por todas sus oquedades simultáneamente, alcanzaba un  éxtasis morboso y arrebatador que arrastraba a su vez, la ingenua libido de Marco.

Era la única madre en su clase y por eso ejercía cierto respeto entre sus compañeros de aula, aunque la criticaran por la espalda. Incluso mantenía una posición de influencia sobre algunos estudiantes que la admiraban y la defendían ante el resto de la clase.
Parecía haber recuperado un clima de estabilidad y el mutismo de Sofía se había abierto a una confianza que antes parecía imposible.
Una noche después de cenar, permanecieron sentados a la mesa y Marco la miró directamente a los ojos intentando penetrar más allá del cristal oscuro de sus pupilas, que flotaban como agujeros negros en medio de la galaxia azul del iris.-¿Que te pasa?- preguntó Sofía manteniendo la mirada, muy segura de si misma.-¿Quieres hipnotizarme?- y estalló en una carcajada.
-He notado cierta distancia últimamente- dijo Marco,- ¿Sucede algo que no me has dicho?
-Tu lo sabes todo, querido.
-No es cierto, Sofía, hay muchas cosas que desconozco, preguntas que me atormentan y temo que sigan sin respuesta.
-¿A qué te refieres?
-Me refiero a tu pasado.
-Yo no tengo pasado- dijo Sofía suavemente, levantándose y tomándolo por la corbata lo llevó a la habitación.- Pero te voy a enseñar lo mejor del presente- añadió.


jueves, 11 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XVII)




Avanzaba el curso y Sofía seguía acudiendo a todas las clases y haciendo los exámenes y los trabajos que superaba con brillantez. Sin embargo se había distanciado aún más del ambiente universitario encerrándose en su silencio. Ya no arreglaba sus cabellos de sirena que crecían hasta la cintura en ondas doradas, y su aspecto había recobrado una infantil languidez que sin pretenderlo, la hacía más deseable. Su cuerpo delgado y frágil, parecía estar formado únicamente por nervios y tendones que daban firmeza a sus delicadas y pálidas formas.
Marco la observaba al vestirse y volvía a sentir el deseo que nunca duerme. Entonces se acercaba y la abrazaba medio desnuda fingiendo ternura donde se había encendido una pasión incandescente, pero controlando sus impulsos, dejaba que la rutina de la mañana siguiera su curso.
En el paseo de la tarde Sofía no pronunció una palabra. Él estaba acostumbrado a sus silencios, pero no a esa nueva distancia que ejercía sobre el niño y sobre todas las cosas del camino, con un aire ausente. Le preguntó si le ocurría algo y ella se volvió suavemente y le puso dos dedos sobre la boca, antes de sellarla con un beso aéreo, con un leve roce de los labios.
Al llegar a casa, Marco preparaba la cena, como cada noche, mientras ella leía en voz alta a su pequeño historias de la Atlántida, pero esa noche no la oyó hablarle al niño. Desde la cocina, la llamó por su nombre, pero Sofía no respondió a la llamada. Dejó la sartén en el fuego y entró en la habitación, temiendo que pasara algo. Sofía estaba sentada en el suelo con un libro en el regazo, frente a la camita donde el niño dormía soñando con un pájaro azul que había visto en un árbol. Le volvió a preguntar cómo se encontraba, pero parecía que sus palabras se perdían en la atmósfera de la habitación y no llegaban a los oídos de Sofía. Le puso la mano en el hombro y la ayudó a levantarse acompañándola a la cocina donde la sartén humeaba con un olor acre. Marco abrió la ventana y se afanó en la limpieza de las salpicaduras y tiró a la basura la comida quemada. Sofía no se inmutó cuando se oyó al niño que lloraba, despertado bruscamente por el cacharreo de la cocina y fue Marco quien lo sacó de su cama y lo puso en los brazos de su madre para que se calmara. Sofocado por el esfuerzo repentino, por primera vez gritó a Sofía, "Haz, por favor, que se calle". Entonces ella reaccionó y abrazada a su pequeño que bramaba, corrió a un rincón a refugiarse, sus ojos brillaron de espanto y todo su cuerpo temblaba. Marco desde la ventana se llenó del aire de la noche y cuando se hubo sosegado le pidió perdón, arrepentido por haberla gritado.
Aunque volvieron los besos y el cariño, algo había cambiado. Tenía demasiados indicios para pensar que la mente de Sofía  no funcionaba bajo los parámetros de lo que se entiende por normal. Sus secretos, su hermetismo, sus misterios... encerraban un trauma que no terminaba de curar. Solo ella sabía lo que ocurrió aquel lejano día en que tres de sus compañeros abusaron de ella, de la violencia en su cuerpo, de las palabras que se dijeron, de la ferocidad de las embestidas que sembraron la semilla de la que nació su hijo, del sabor de la tierra con que sellaron su boca  y cómo pudo recobrarse ella sola de tales tormentos.


miércoles, 10 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XVI)

Otaiti: Francis Picabia...foto Google images.


Viajaron de nuevo hacia el norte con tiempo suficiente para conseguir un apartamento, antes de recomenzar el trabajo como profesor en la universidad de Marco. Había convencido a Sofía para que continuase allí los estudios. Además había una guardería en el campus donde podía dejar al pequeño durante las clases.
Sofía hablaba poco, pero se notaba serena, dedicando casi todo el tiempo a las atenciones de su hijo y de Marco. El observaba  en ella un avance en su madurez, en su plenitud como madre y en cómo todo marchaba hacia adelante, sin que el dolor del pasado tuviese ya la fuerza suficiente para detener los acontecimientos.
Al atardecer daban largos paseos hasta donde crecían las vides agostadas en las afueras de la capital, donde dejaban correr al niño y hacer sus piruetas, que embelesaban a la madre.
En la facultad, solo coincidían en la clase de arte contemporáneo que impartía Marco, pero ya se rumoreaba entre los alumnos acerca de la relación profesor-alumna, e incluso empezaba a hablarse del oscuro pasado de Sofía, añadiendo todo tipo de detalles inventados de lo que sucedió años atrás en el campus. Era difícil, para los dos mantenerse al margen de esos comentarios, aunque hacía algún tiempo que trataban de ignorarlos. El impenetrable hermetismo de Sofía respecto a su vida, sus proyectos o sus ilusiones no ayudaba a superarlo.
Una tarde, de regreso de uno de sus paseos, antes de que el ocaso vistiese de azul los rostros y los campos, se sentaron a descansar al pié del olivo donde tantas veces leyeron juntos y repasaron los autores más importantes de la pintura de entreguerras. Marco hablaba de Marcel Duchap, Francis Picabia y Giorgio de Chirico, absorto en la descripción de la belleza escondida en sus obras; pero cuando se volvió para comprobar la atención de Sofía, vio horrorizado cómo se estaba llenando la boca con puñados de tierra empapada en silenciosas lágrimas. Marco se apresuró a limpiarla como pudo, humedeciendo el pañuelo con su propia saliva y buscó la botella de agua del niño para que se enjuagase la garganta.
Algo instantáneo se había cruzado en la mente de Sofía y entonces él recordó el sabor de la tierra, cuando ella le introdujo la aspidistra en su boca, la primera noche que pasaron juntos.

martes, 9 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XV)






Languidecía el verano como el final de unas largas vacaciones. Él no volvió a preguntar, pero no por desconocer los detalles, terminaba de aceptar esa situación silenciada. Ni ser padre de un hijo nacido de la barbarie, con la semilla salvaje de un violador enfurecido. Quería saber las razones por las que Sofía decidió tener el niño y por qué ella sola lo parió renunciando a cualquier asistencia.  Pero sabía que no obtendría respuestas de ella.
Por las investigaciones que había realizado por su cuenta, pudo saber que el 25 de diciembre figuraba la partida de nacimiento de Marco Phillimore en el registro civil, por lo que tenía ya más de año y medio. Se enteró también de que la casa estaba alquilada a nombre del padre de Sofía, Hans J. Proust, desde que llegó a la ciudad embarazada, aunque ni su padre ni su madre sabían que eran abuelos.
Todo lo que rodeaba a Sofía tenía un halo de misterio.
Marco accedió a casarse con la madre de Sofía, una madre soltera 6 años mayor que él, apremiado por las ansias de la señora Phillimore para regularizar la situación de cara al vecindario, pero el matrimonio no funcionó y se divorciaron tres años más tarde, cuando Sofía llegó a la mayoría de edad.
Sabía también que su padre nunca la reconoció como hija suya ni le dio su apellido, aunque se hizo cargo de su mantenimiento y de todos los gastos que alegaba su madre en los juzgados.
La infancia de Sofía había transcurrido entre el secretismo y las luchas legales entre sus padres. El señor Proust ya estaba casado y tenía otras dos hijas de su matrimonio cuando la madre quedó embarazada a los 16 años de edad, y trató por todos los medios de ocultar el nacimiento, llevándose a la joven madre con el bebé a una casa apartada en el campo, lejos de las comidillas de la ciudad en la que vivía su familia legal, donde la visitaba regularmente y les llevaba lo necesario para vivir con ciertas comodidades y algunos regalos.
Allí, en aquella casa escondida y alejada del mundo, Sofía dio sus primeros pasos.



sábado, 6 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XIV)




Y se enredaron los sueños.
Él soñó con el océano, con una infinita masa de nada, sobre la que naufragaba en una precaria balsa bajo el espejo azul del cielo que reflejaba la inmensidad de las aguas.
Ella estaba en el centro del fragor de una batalla, rodeada de cien caballos que con sus cascos levantaban el polvo de una tierra sangrienta, con un horizonte en llamas.
El pequeño Marco no soñaba, nunca vio un caballo, ni una balsa. Dormía con las manitas en alto, cerrando los puños, para que el aire no se escapara, pero fue el primero en despertar antes del guiño del alba, salvando al hombre del naufragio y a su mamá de ser aplastada por los caballos que sobre ella relinchaban.
Se miraron a través de las telarañas que separan los sueños de la luz de la mañana y se abrazaron de nuevo sin pronunciar palabra. Ya, conscientes del roce entre sus carnes tibias bajo las sábanas, también se despertó el deseo y se buscaron las bocas y se encontraron los besos que solo se dan con el alma. Pero antes de que empezara la eterna coreografía de la pasión humana, el instinto de la madre, llevó al niño a su pequeña cama. Una vez despejado el campo de batalla, volvieron brazos y piernas a enredarse como lianas, apretándose los muslos, abriéndose las entrañas por las oscuras cavernas de la carne sonrosada. Cuando las trompas al unísono ponían fin a la danza, el éxtasis se prolongaba en pequeños escalofríos bajo la piel empapada.
Desde la cuna llegaba una sirena lejana, para llamar la atención de los que parecían olvidarse que no estaban solos en la isla que habitaban. Sofía acudió desnuda a la llamada, aún llevaba sobre el vientre la espuma de la pasión abandonada. Tomó al niño en sus brazos, acallando la sirena que tanto se lamentaba, mientras el profesor, muy despacio, se levantó de la cama.
Encontró a Wagner entre la música que ella almacenaba y con "la Cabalgata de las Walkirias", contempló la imagen del niño con su madre, con una tierna mirada.

viernes, 5 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XIII)





Se abrazaron como nunca antes, en el zaguán de la casa. No se sabía de quien eran las lágrimas que a los dos empapaban. No salían las palabras de las bocas temblorosas, hasta que ella rompió un silencio que había durado casi dos años, gritándole al pequeño..."Marco, mira quien ha llegado, ven a ver a papá". El profesor retrocedió un paso completamente aturdido por lo que acababa de oír y no daba crédito. No podía ser que su niña preciosa hubiera perdido la razón, quizás el impacto de lo sucedido, la había trastornado.
¿Quién es este niño? preguntó desconcertado.
- Desde hoy es nuestro hijo, tuyo y mío, porque ya nunca nos separaremos...respondió la joven madre.
Volvió a abrazarla con toda la ternura de que fue capaz, diciendo dulcemente..."Ya hablaremos, ahora tengo que descansar del viaje"..."Te he traído un nuevo libro, - Biografía inventada de Jacques Vaché- por Marco Perttini"
-Mañana lo leeremos juntos... dijo ella, mientras le desabotonaba la camisa lentamente. El permaneció inmóvil mientras ella se arrodillaba a la altura de la cremallera. Cedió al placer de su beso profundo, sintiendo el calor espeso de su boca y sus movimientos vivos y se dejó llevar hasta la frontera del éxtasis. Por primera vez vio su cuerpo desnudo, perfectamente torneado, la planicie del vientre entre los huesos de sus caderas. Tanteó la linea de su espalda hasta el arranque de sus piernas. No cabían las palabras en las bocas unidas, arrebatándose el aliento mutuamente, respirando cada uno el aire de los pulmones del otro.
Ella montó sobre él como una amazona al galope lanzando un grito de guerra y él quiso decir algo, pero antes de que articulara una palabra, ella alcanzó por las hojas la aspidistra  de la alacena y sacudiéndola de la maceta, se la incrustó en la boca abierta. Marco saltó como un resorte, escupiendo la tierra y dando arcadas hasta el baño donde hizo gárgaras y abluciones. A su regreso a la alcoba, vio a Sofía llorando.
-¿Por qué lo has hecho? preguntó Marco suavemente.
-No preguntes, por favor. dijo ella entre sollozos.
-Cuéntame lo que sucedió entonces, y todo por lo que has pasado en estos últimos años.
Ella sorbió el último gemido y respondió..."Es algo que me pertenece solo a mi. Nunca vuelvas a preguntarme". Sofía se levantó bruscamente dirigiéndose hacia el niño que avanzaba hacia ella con pasitos indecisos.
Marco contempló a la madre desnuda abrazada a su pequeño como la imagen de una virgen impúdica en un altar del infierno.
Había caído la noche y la luz azul de la luna proyectaba los dibujos de las cortinas sobre la cama y sobre los tres cuerpos vencidos por el sueño.

jueves, 4 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XII)




Los tres imputados declararon por separado ante la policía los detalles de la acusación y también otros abusos contra chicas de la universidad entre los que se daba el nombre de Sofía Phillimore, aunque éste caso no había sido denunciado.
Marco leyó la noticia en una terraza sentado, Se le apretaron los dientes de rabia infinita, sin comprender el silencio que marcaba su pasado y pensó en regresar al sur ese mismo verano. Quiso saber de primera mano todo lo que ocurrió desde que la distancia abrió un abismo entre su vida y la de Sofía hace ya dos años. Consiguió hablar con su madre, con la que estuvo casado, quien le proporcionó la dirección de una cuenta del banco en la que, el que decía ser su padre, le ingresaba las asignaciones que el juez de paz había estipulado.
Tomó el primer vuelo meridional, hasta la ciudad intermedia y en la vieja estación subió al expreso que le acercaba a su destino. Pasaban veloces por la ventanilla los campos dorados del sur con las espigas cargadas, bordeados de retama. Pensó entonces en sus cabellos más rubios que el sol que a estas tierras alumbraba; en el vello imperceptible y albino que se erizaba con la música y la paz que con ella respiraba. Pero no podía apartar la imagen de esos tres muchachos con sus seis manos rodeándola y sentía una profunda náusea que le vaciaba las entrañas. Si antes lo hubiera sabido, los habría matado a los tres, delante de toda la clase y sin ningún remordimiento, se hubiera ido a la cárcel.
Con el paso decidido se encaminó hacia el domicilio que figuraba en la cuenta del banco; era la última casa, solariega y soleada, al final de la calle empinada, desde donde se divisaba la sierra azul a lo lejos tras los campos y los rebaños de lana.
Llamó a la puerta tres veces y después empujo el postigo que cedió sin resistencia. Dudó en dar un paso al frente cuando escuchó la risa de un niño, pero luego, preguntó al vacío por el nombre de su amada.

miércoles, 3 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (XI)





Iba a cumplir el primer año como profesor en la universidad del norte, cuando Marco Perttini recibió una nota del rectorado convocándole a una asamblea extraordinaria de profesores de su mismo grupo.
"Ante los graves acontecimientos acaecidos en ésta universidad en los últimos días, rogamos su asistencia a la asamblea extraordinaria para recabar información y todo tipo de informes, antecedentes o indicios que Ud. pueda aportar a cerca de los expedientados que abajo se mencionan, para el esclarecimiento de los hechos". Más abajo se relataban los nombres de tres muchachos de su clase y la firma y sello del rectorado.
El profesor Perttini poco pudo aportar en la reunión, apenas podía poner un rostro a los tres chicos de su clase de arte, pues asistían de forma muy irregular; pero pudo conocer los detalles de la denuncia presentada contra ellos por una muchacha del campus por acoso sexual. Según se decía en la denuncia, trataron de obligarla a subir a su coche entre tocamientos e insultos soeces y que fue rescatada por un jardinero del campus que declararía como testigo.
Marco dejó la asamblea abrumado y asqueado porque estas cosas siguieran ocurriendo en estos tiempos.
A la mañana siguiente, los informativos hacían eco de la noticia que ensuciaba el buen nombre de la universidad, y de la expulsión de los tres jóvenes de sus recintos, dejando la investigación en manos de la justicia.
Escribió el último correo a Miss Philimore hablándole de pasada de lo ocurrido y de la estúpida violencia generada por la locura del sexo reprimido. Le hablaba de la luz y de las sombras que conviven juntas y en sus versos, como cartas a nadie, dejaba entrever su soledad y su desprecio a un mundo agresivo con los débiles.
El silencio llegaba como un pájaro negro en una noche sin luceros y anidaba en el azul de su alma a la espera de un sol que se retrasaba indefinidamente.



martes, 2 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (X)




El silencio de Sofía Phillimore descubrió el olvido.
Como si hubiera nacido ya embarazada, y la vida comenzara con el ser que llevaba en sus entrañas.
Solo era un medio, la roca donde nace el musgo, el pistilo de una flor silvestre sin estambres ni colibrí que la hubiera polinizado.
El cambio de destino y de clima favorecía su voluntario aislamiento. Carecía de vida anterior porque no llegó de ninguna parte y todo lo que la rodeaba era nuevo, tan desconocido para ella como ella para los demás.
Siguió los dictados de su cuerpo para dar a luz sin asistencia alguna. Lo entendía como algo natural y quiso que su hijo así naciera. Cuando llegó el momento, abandonó los estudios y se recluyó en su vivienda diáfana al sol del sur en invierno . Allí oyó llorar al niño entre las sordas campanadas del mediodía y lo alimentó con sus pechos henchidos y perfectos.
Del olvido llegó la música que la hizo vivir en otro tiempo, cuando el arco iris coronaba los montes azules tras los campos yermos, y por un momento se le apareció el hombre que guardaba sus secretos.
Aquel que había partido antes de que ella llegara, dejando el mundo vacío de esperanzas y de savia, que se llevó los libros y los sueños al lugar donde ella estaba.
Solo quedaban los versos en su correo, que leía cada mañana con una atención dispersa como la bruma del alba, y la adoración por la ópera que él la inculcaba.
Pasaban los días pletóricos de luz viendo crecer al pequeño, cada gesto, cada lamento, era una señal de la vida, de una vida regalada que no debía pasar un instante sin ser aprovechada. Sofía rompió el silencio, que engendró el olvido, repitiendo en su lenguaje las palabras que inventó el niño al que puso por nombre Marco, como aquel profesor viajero que un día ocupó sus sueños.



lunes, 1 de abril de 2013

La erótica de la inocencia (IX)



Hizo las maletas apresuradamente, con poca ropa y algunos de sus libros favoritos entre los que se encontraba "La historia de la Atlántida" que había leído e inventado con y para ella. Se dirigió al norte buscando la casona que había albergado el año anterior los laberintos y misterios de su amor secreto.
Recordaba los desayunos en el jardín orientado al mediodía y la música que llegaba desde la ventana y todos los decorados fantásticos de la representación de la comedia humana, la única que reconocía como "verdadera" realidad. Pero aquella casa ya estaba alquilada a una familia sueca y tuvo que resignarse con un modesto alojamiento en las afueras. Desde allí enviaba frecuentes mensajes a su amada, siempre en un tono de distante respeto y siempre sin respuesta.
No hay nada más preocupante que el silencio, se acelera la imaginación que trata de llenar el vacío que deja el silencio con acontecimientos inesperados o graves sucesos. Para evitar la inquietud que todo esto produce, al cabo de insoportables días de espera, decidió seguir rumbo al norte desde la estación de la última despedida hasta la universidad que sería su nuevo destino.
Se instaló en el campus y buscó el nombre de Sofía Phillimore por todos los archivos y registros que le facilitaron.
Pudo saber que ella había pasado todos los exámenes, pero se enteró de que había dejado de asistir a las clases durante el último trimestre. También le informaron que había abandonado su dirección en el campus al final del curso y no había reservado alojamiento para el siguiente.
La ausencia de señales o de pistas sobre el paradero de Sofía le producían una angustia profunda que trataba de  mitigar entregándose a la escritura del nuevo libro que había dejado apartado cuando la conoció. Un libro sobre la enigmática vida de Jacques Vaché, basándose en las cartas que envió a André Bretón y que éste publico como "Cartas de Guerra". Esta tarea le ocupó los meses restantes del verano, con sus días y sus noches. A menudo despertaba sobresaltado por una nueva extravagancia en  la vida de su personaje y corría al escritorio, buscando las palabras adecuadas, para describirla.
Tampoco dejó de enviar correos breves y concisos a Miss Phillimore rogándole una respuesta y una cita de cortesía, pero el perpetuo silencio le llevaba a pensar que nadie leía sus mensajes, aunque la cuenta permanecía activa.
Sin apenas salir de su apartamento del campus, habían transcurrido los meses de calor, concentrado en sus escritos y la luz azul de los días de paseo, daba paso al siguiente curso.  Preguntó en las oficinas por el nuevo horario, la materia y los libros necesarios para recomenzar su trabajo en la universidad y se interesó por la matrícula de la señorita Phillimore. Le informaron que efectivamente, ella había solicitado el traslado a una universidad del sur, y se lo habían concedido. Era la misma universidad que él había dejado para incorporarse a la que ella estaba cursando sus estudios de arte. Sus caminos volvían a cruzarse sin encontrarse como dos rectas en  planos paralelos.