sábado, 28 de junio de 2014

El fuego que se extingue

Lo que fue una gran hoguera donde las llamas del progreso danzaban altivas entre alegres chisporroteos, y el fuego y el calor de la vida parecía inextinguible, se ha consumido lentamente por falta de combustible.
Sobre las ascuas mortecinas se eleva una negra humareda que oscurece el azul del cielo y envenena el aire haciéndolo irrespirable.
Los antiguos pobladores abandonan sus hogares de la ciudad que habitaron sus antepasados. Dejan tras su marcha, los recuerdos de una vida cómoda y pacífica que ya no volverá.
Las fábricas abandonadas al pillaje y las persianas metálicas de  los comercios cerrados se adornan con grandes letras y pinturas que parecen dibujadas por la misma mano grafitera.
Las calles que bullían en su viejo esplendor, ahora conforman un paisaje fantasma de desolación que a la hora del ocaso se repuebla lentamente de mendigos que escarban entre las ruinas de una acrópolis devastada.
Los primeros en salir fueron aquellos que obtuvieron los grandes beneficios cuando la ciudad crecía en población y se creaban puestos de trabajo que parecían eternos en su aceleración económica. Los demás, los que vieron su futuro amenazado por la ruina, escapaban hacia ninguna parte. A diferencia de los refugiados de las guerras o los que emigran hacia otros países donde encontrarán una vida mejor; éstos nuevos desplazados del moderno occidente no encuentran un lugar de acogida como el que dejaron atrás.
En la ciudad, se agotaron los recursos naturales que los alimentaban y los campos de cultivo se cubrieron de cemento, carreteras y puentes que ahora se derrumban por la desidia y el abandono.
Por la moderna estación, pasan los trenes sin detenerse, en sus amplios vestíbulos circulan papeles y hojas secas en remolinos, originados por las corrientes de aire que penetran entre los vidrios rotos de los ventanales.
En las grandes mansiones y palacios oficiales reina el caos entre los restos de pianos de cola desvencijados y el barroco mobiliario destrozado.
A la entrada de la ciudad se yergue un letrero agitado por los vientos en el que aún puede leerse: "Bienvenido a Detroit".

miércoles, 4 de junio de 2014

equilibrios

El equilibrista danzaba sobre los cables del telégrafo,
donde antes se posaban los cuervos de cara al viento.
Ahora revolotean los pájaros negros con sus alas de miedo y los picos abiertos.
En sus pies desnudos no siente el calambre porque la corriente va por dentro de una fina capa de aislante.
Solo una vez pensó en el riesgo, al cruzar sobre la veloz carretera que se arrastra por el suelo.
Vio su cuerpo caer desde la altura y sintió sus vísceras atravesadas por los hierros, y cómo la chatarra iba introduciéndose en sus adentros.
La efímera idea de la muerte  compensada por el vuelo.
Al otro lado se abrían las puertas azules del cielo.
Con un pie en el aire, el equilibrista recobró el aliento.
El siguiente paso fue firme sobre los cables de acero,
descartó la absurda idea de detener el paseo a la mitad del camino,
porque los mismos riesgos existen si decidiera el regreso.
Un invisible coreógrafo dirigía sus movimientos en el aire de la duda.
Recordó por un momento al joven Ícaro hijo de Dédalo que se elevó hacia el sol, y se precipitó en las aguas del mar, y lo olvidó.
No necesitaba alas para los arriesgados equilibrios que le acompañaron toda su vida.
Unos pensaron que estaba loco o que había elegido un difícil camino, otros quisieron encaramarse al alambre para seguirlo y perecieron.
Pero él continúa en el imaginario cable vacilante, paseando entre los claros de luna y las nubes errantes.

lunes, 2 de junio de 2014

El descanso del monarca.

Los reyes se quedan atrás, contemplando la batalla, 
mirando como se matan los unos a los otros, 
desde donde no les alcanzan las balas.
Los desdichados trabajan construyendo palacios y casas
donde los herederos juegan en las amplias estancias,
custodiados por los esbirros que los guardan.
El rey se retira a descansar de su ociosa actividad,
de viajes y comilonas, dejando en herencia la ruina
y el hambre de un país que por la justicia clama.
Se llevaron los tesoros, vaciaron todas las arcas,
para celebrar el gran día del descanso del monarca.
El hijo, que daba la talla, en lo físico porque siempre calla,
se alza, aún más, en el trono que el padre le regala.
Así se escribe la historia de España,
que todo el mundo conoce y a nadie engaña.

domingo, 1 de junio de 2014

El viaje






Estoy en tránsito, solo pienso en llegar, no me interesa el camino que tantas veces recorrí sobre las aguas del océano, entre las blancas nubes. Al contrario que en esos breves viajes, en los que se siente el camino al mover los pies, y el paisaje, queda en vez de pasar, donde se aprecia el despertar de la mañana entre los montes y los campos. Ahora se viaja amarrado al asiento y el aroma de las rosas es sustituido por el olor a plástico y sudor grasiento.
Solo deseo llegar. Regresar a mi tierra provinciana donde me espera el calor y la vida que quedó invernando en el pasado. Donde por primera y última vez amé.
Pero no quiero dejar de vivir éstos tiempos muertos del trayecto, de espera, de aeropuertos. Rodeado por la abulia y el cansancio de los pasajeros, busco unos ojos despiertos y encuentro en una niña, los oscuros ojos de una ardilla y la boca color de arándano; la madre cabecea sobre un voluminoso libro de ensayo. No podemos hablar con palabras, pero me enseña su pequeño aeroplano, el nuevo juguete que sostiene en sus pequeñas manos. No se si le hice un truco o una mueca con mi cara de payaso, disfrazado de viajero cansado, pero su risa silenciosa  estuvo a punto de delatarme cuando la madre le agarró del brazo.
Sigo pensando en mi pueblo, en lo que dejé, en lo que no pude llevarme, en las azules tardes de la infancia, en los tristes días de invierno, en sus piedras grises y milenarias, en el amor que ya no tengo, en su dulce elegancia, en las noches literarias, escribiendo con pluma y papel sobre el amor y el desprecio. No sé si algo de ésto me espera, o si será todo nuevo, quizás la ciudad haya cambiado con el cambio de los tiempos. Mientras, bebo despacio a sorbos lo vivido y los recuerdos.