martes, 17 de abril de 2012

Le Clochard

Ernest Descals: Place du Tertre, París




Amaneció gris la mañana de una rutina plomiza cuando encontró una carta sobre su despacho. No hacía falta abrirla para adivinar el contenido. El sobre tenía dos palomas cursis en relieve sosteniendo anillos de oro con sus picos. Era un compromiso de los que es difícil zafarse, pero respondió inmediatamente alegando un viaje ineludible y que se encontraría fuera del país en esa fecha. Deseando la felicidad a la pareja homosexual que se casaba, introdujo en el sobre dos billetes de los grandes.
Para hacer de la mentira una verdad, hizo la reserva de vuelo y hotel en París para ese fin de semana.
Apenas se instaló en la anodina habitación del hotel, tomó el chocolate sobre la almohada y salió en dirección a los Jardines de Luxemburgo. Sentado junto al gran estanque, contempló la belleza italiana del Palacio que recordaba a los Médici.
No era la primera vez que París le servía como refugio y como pretexto, tan fácil perderse entre la vida que alberga como encontrarse con la vida soñada, porque hay un halo sobrenatural cubriendo la ciudad eternamente.
Siguió a pie por el Boulevard St. Michel hacia el Sena perdiéndose en el laberinto de calles estrechas del Quatier Latin  entre los turistas de siempre y los habituales trabajadores y buscavidas que pueblan los cafés y las terrazas.
Se le acercó un clochard como si hubiera salido de una postal o un cuadro de los pintores impresionistas de la Place du Tertre. Con una sonrisa perfecta entre la venerable barba gris, le pidió unas monedas para el café de la mañana con tanta elegancia como desdén por su mecenas, que era imposible negárselas, pero por principios, no acostumbraba a dar nada a nadie que no hubiese hecho algo para merecerlo y se lo dejó saber, preguntando ... -¿Qué sabes hacer? .... - Soy arquitecto ... pero ante la mirada desconfiada de su potencial mecenas añadió ...- Si, arquitecto de palacios y castillos, de pasadizos secretos y mazmorras... he estudiado todo el subsuelo de París, los firmes y cimentaciones y todas sus piedras.... La desconfianza se fue convirtiendo en intriga y le enseño un billete sin soltarlo.
Con un gesto le indicó que le acompañase a una mesa de terraza.
Sin dejar de comer, el clochard continuó su historia entre grandes bocados.
-Mis antepasados eran celtas masones, pertenezco a una estirpe de trabajadores, de constructores de templos a Diosas y palacios a nobles mortales... mi árbol genealógico regó estas tierras con su sudor, para terminar alimentando a los dragones...
Y así prosiguió con su fantástica historia, difícil de creer pero tan fascinante que le recordó los tiempos en que la miseria se había instalado en su vida y cómo tuvo que inventar leyendas para entretener a sus aburridos anfitriones que subvencionaban gustosos tanto derroche de imaginación.

6 comentarios:

  1. ¡Estás que te sales! Tu inspiración cada vez más, nos regala historias bellísimas... Que disfrutre... y que bello final (me gusta que entretenga con historias y leyendas a sus aburridos anfitriones)
    ¡Muaks!

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  2. He estado leyendo tus cuatro últimas entradas (estás prolífico). Al leerlas, así de seguido, me he dado cuenta que las caracteriza algo común: la nostalgia y la soledad. Creo que ya te lo he dicho (pero no me importa reiterarme): me gusta la atmósferas que creas en tus escritos.

    Un abrazo.
    Mercedes.

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  3. Pensar que tenemos la suerte de encontrar a esos "arquitectos" de la vida que nos permiten llevarnos a la infancia....
    en este caso el evadirse le permite sobrevivir en este mundo donde el "encanto" de la vida se ha perdido...

    Muy buena lectura Spaguetti!

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  4. ¡Bravo pour le Clochard!

    La imaginación tiene sus recompensas estomacales...

    Besos
    (Cualquier excusa es válida para visitar Paris, Ojalá me cayera una prontito que hace ya un tiempillo que no voy por alli)

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  5. No pude comentar esta entrada ayer por falta de tiempo, quería dedicar el tiempo necesario para hacerlo. Y la verdad me ha encantado el relato. Precioso y te felicito.
    Paris es auténtico.
    Un beso

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  6. He sentido una punzada en el estómago: ¿hay alguna mentira que sea, necesariamente, la última? Y, en ese caso, ¿habrá muerto el arte?

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