viernes, 23 de enero de 2015

MERCURIO


Gotas de Mercurio, foto: Google images.

MERCURIO

Es hermoso como plata líquida, independiente e indisoluble. Tiene pocos amigos y cuando se encuentra consigo mismo, crece, se hincha con arrogancia en su templada estancia.
Tiene veneno en el alma y el poder de enloquecer a los hombres con su vaporosa presencia.
Vuela con pies alados entre los dioses y las diosas que le cambiaron el nombre, que fue Hydragyrum, hijo de Cinabrio.
Lleva mensajes secretos de un lugar a otro, volátil e inestable, se expande al calor de la pasión sofocante y la pureza.
Conoce el fondo de las aguas donde yace sin mácula y sin mezclarse, pero alternando con corrosivas compañías, puede desatarse su poder destructivo.
Tan grande es su divina presencia que lo rinden culto ilustres oradores, viajeros y comerciantes, pero también los ladrones, a los que condena por necios al dejarse apresar y no por sus fechorías.
En su viaje por el universo, más cerca del sol que ningún otro dios o mortal, nos enseña el constante movimiento de la vida, como un carrusel que nunca se detiene y nos lleva a velocidades inimaginables. Mercurio asiste impasible a las diarias hecatombes de las frágiles almas, desde el reducido Olimpo donde habita. Ve caer a los imperios creados por los humanos, que ingenuamente consideraron invencibles y fueron destruidos por los bárbaros que consiguieron la regencia de los mundos.
Ante el frío invierno se recoge camuflado entre las candelas intermitentes de las estrellas, entre los escombros de todo lo que se había soñado, donde los ojos no llegan a distinguir el planeta.

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