miércoles, 8 de mayo de 2013

El soldado (XIII)


                                                     Invierno

Aún no había amanecido cuando Robert Collins de la mano de María alcanzaron la casa, que les había facilitado un contacto, a las afueras de la ciudad, donde el suboficial se cambió el uniforme por una ropa de calle  que le quedaba pequeña. María llevaba una falda larga azul que le hacía más esbelta, pero decidió probarse unos pantalones de hombre que le resultarían más cómodos para el largo viaje que les esperaba. Se miraron un instante entre el trasiego de las ropas y estallaron en una carcajada al unísono mientras se contemplaban mutuamente.
Hacía frío en aquella casa apartada, expuesta a los cuatro vientos y los pezones de María se marcaban duros bajo la blanca blusa. Sintió cómo los ojos de Robert le acariciaban los pechos y se acercó lentamente hasta sentir su aliento. En dos segundos eternos se disparó el deseo, las lenguas se enredaron hasta confundirse en su ir y venir, ella se abrazó a su cuello y notó los brazos de él alrededor de su cuerpo como enredaderas trepando por los álamos del río.
Se tendieron en el catre, cubiertos bajo el capote y compartieron el calor de los cuerpos desnudos, hasta que el amor los dejó exhaustos.
Por todas las rendijas de esa cabaña aislada, entraba ya la luz del día. Apenas habían dormido un par de horas pero habían soñado juntos tantas cosas, que no cabían en tan corto espacio de tiempo.
Ella soñó con los dioses griegos del jardín de las estatuas, a todos los daba un beso y todos con la misma cara, bajaban de sus pedestales para bailar una danza, Ares dejó su espada para abrazarla,  le siguieron Hermes y Poseidón que le regaló dos caracolas marinas. Iluminada por un rayo, bailó con Zeus y vió en los ojos de Juno una escena de celos.
Él soñaba con una extraña batalla, disparaba con su bombardino ráfagas de notas aladas que se posaban sobre el enemigo como palomas blancas. La trinchera era un pentagrama en el que se enredaban los obuses de un fagot que no explotaban. y los alambres de espino eran las cuerdas de una guitarra.
Cuando Robert despertó, desorientado exclamó:" ¡El bombardino!" y se apoderó de él el deseo de volver a su casa a recuperarlo. Pero María no tuvo que insistir demasiado para quitarle esa idea absurda de la cabeza. Ya debiera de estar cerca el vehículo que tendría que recogerlos.
Se acercó Robert a la ventana y entreabrió un cuartillo, una llamarada de luz se estrelló en sus pupilas, pero todo parecía en calma. Por encima del graznido de los cuervos se distinguía el ronquear lejano de un motor.
-Vamos, rápido, salgamos de la casa, tal y como nos dijeron. Tenemos que llegar a la cuneta.- Robert, apresuró a María con la voz apagada.
Esperaron acurrucados en el terraplén hasta que la camioneta de la pescadería se detuvo y saltaron bajo el toldo. sin mirar si quiera, quién la conducía.
Pasaron el primer control de policía sin problemas. los agentes se asomaron por la parte de atrás pero las cajas de pescado que los cubrían, apestaban y no las movieron.
Dos horas más en dirección norte y la camioneta se detuvo en un cruce. María debajo del pescado apretó la mano de Robert cuando oyeron ladrar a los perros. Se escucharon risas de hombres que bromeaban y uno de ellos con una boina calada hasta las orejas y una bufanda de borra atada al cuello, que le cubría la nariz y la boca, descargó dos cajas de pescado y se las entrego a los carabineros que sujetaban los perros. Luego arrancó la camioneta y se oyeron saludos amables de despedida.
Debieron cruzar por un sinuoso y empinado camino de montaña, porque los pescados saltaban sobre los amantes como si estuvieran vivos.
La policía detuvo la camioneta en la bajada hacia el puerto pesquero y de nuevo el hombre de la boina removió dos o tres cajas de la parte de atrás dejando un zapato de Robert al descubierto.
-¿Qué es eso? preguntó un agente que vigilaba los movimientos del hombre.-
-Ah, está ahí! dijo el de la boina como sorprendido, mientras sacaba el zapato del pie de Robert y añadió.-Creí que lo había perdido.-
-Con razón atufa el pescado - respondió el policía haciéndose el gracioso.
Al fin, dejaron al vehículo seguir su camino hasta el puerto.
-Ya están a salvo.- fueron las únicas palabras del hombre de la boina y la bufanda, cuando entregó a María dos pasajes para el Ferry que debía cruzar el estrecho. La camioneta giró media vuelta alrededor de la pareja y salió un zapato por la ventanilla faltando poco para atizarle en la cabeza del ex-soldado.
-¿Papá...?.- Se preguntó María en voz alta, frunciendo el ceño y ladeando la cabeza.
Robert le pasó el brazo sobre los hombros y ella le tomó por la cintura y se alejaron caminando juntos  hacia el barco dispuesto para zarpar.


FIN
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7 comentarios:

  1. Ahhhh,me encanta el final!
    ...Como no podía ser menos para alguien como yo,que soy fan de finales felices,ja,ja,ja
    Me alegra que hayas puesto a todos los dioses-o casi-del Olimpo al servicio del amor,a la danza que recorre ese sentimiento inigualable.
    Mi aplauso encantado.
    Y mis besos,faltaría más.

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  2. Me has hecho muy dichosa con este final feliz. Para una cursi como yo, no podría haber sido otro. Gracias amigo¡¡¡¡. Besitos alados.

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  3. Un ambiente tenso de huída ante los controles policiales que auguran un final felíz en el refugio del barco,
    Un abrazo

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  4. Muy bello final. Te faltó poner: "The End". Ya lo ha dicho Marinel: todos los dioses del Olimpo para esa resaca de amor fogoso, luego la fuga y finalmente, poner la mano sobre el arado y no volver a mirar atrás. Me encantó.

    ¿Cuándo sale a la venta o se hace la película? Seré la primera en la fila para una o la otra.

    Bsos.

    P.D. ¿Y ahora qué? Extrañaré a Robert Collins y a María e imagino que tú también... Pídele a los dioses del Olimpo que te inspiren para otra así , porfi!

    Fer

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  5. Me ha parecido ver una peli de aventuras, porque has descrito a la perfección todos los detalles, y como tan bien me gustan los finales felices me quedo contenta.

    Besicos muchos.

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  6. Sabes que estoy viajando y ausente de los blogs, pero igual quise venir a leer los últimos capítulos de este relato tuyo que me ha gustado mucho Spaghetti, los lei todos, aunque te comente solo aquí.

    Besos







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  7. Me gustan esos finales de películas antiguas, con la pareja encaminándose hacia un final que puede ser un comienzo...

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