jueves, 2 de mayo de 2013

El soldado (VII)



                                        Diana cazadora


María escribió a la dirección del Almirante Sants, agradeciéndole su intercesión  por obtener las cartas de Robert Collins y pidiendo una cita urgente con la señora Sants.
Al día siguiente se presentó en la mercería el joven cadete Daniel, cuando estaban a punto de cerrar.
-Me envía mi madre por si necesitara alguna cosa que ella pueda hacer por usted.
-Oh! le estoy muy agradecida, pero ¿podemos hablar en el cafetín Lombardo cuando cierre la tienda?. - preguntó María con su mejor sonrisa.
- La esperaré allí mismo.-
Cuando María entró en el cafetín, Daniel estaba sentado en un taburete alto junto a la barra. Se disculpó por la espera y le dijo.- "Vamos, a una mesa del fondo".- Y cruzaron el local abarrotado a esas horas. Le habló de su preocupación por el subteniente Collins y de su interés porque regresara a la ciudad lo antes posible, preguntando si las influencias de su padre, el almirante, podían hacer algo para traerlo.
-¿Es tu novio?, - preguntó el cadete.
- Bueno...es como de la familia.- respondió María azorada, pero Daniel notó su turbación. Ella apartó los ojos de la mirada penetrante de él y estuvo a punto de echarse a llorar.
-Veremos lo que se puede hacer.- contestó Daniel, tendiéndole su inmaculado pañuelo con las iniciales D.S. bordadas.
La acompañó hasta su casa hablándole suavemente del mar y su belleza, pero evitando referirse a los tiempos difíciles que corrían para los militares, forzados por los acontecimientos a tomar decisiones injustas. Ella lo escuchaba en silencio dejándose invadir por el tono de su voz como un rumor de olas en la playa.
Al llegar al portal, María levantó los ojos que chocaron con la mirada azul celeste de Daniel. Él se dio cuenta que los ojos de María flotaban sobre una línea acuosa, como fragatas a la deriva, y alzó su brazo rodeándola intentando consolarla. Ella se arrebujó en el nido de sus brazos y un estremecimiento imposible de disimular, recorrió ambos cuerpos.
En la penumbra del portal, se fundieron en un beso contagiándose la fiebre de sus labios mutuamente con un inconfundible sabor a salitre.

4 comentarios:

  1. ¡Qué buen triángulo! ¡Qué climax!

    Quiero saber cómo sigue esto... y mira que me he leído Adiós a las armas de punta a punta y no me ha enganchado tanto.

    Definitivamente, debes publicar.

    Hasta el sabor a salitre del beso me ha gustado.

    Un bsazo!

    ResponderEliminar
  2. Vaya!
    El amor es así:
    Elétrico.
    Si ambos sintieron ese latigazo,no cabe duda de que algo da comienzo,que ya puede ser arrebato de deseo o un incipiente amor...
    Veremos cómo queda este menage a troi...
    Besos.

    ResponderEliminar
  3. De la misma manera, que en el relato anterior "La erótica de la inocencia" escogí la música como nexo de cada entrada; en "El soldado" son las estatuas, que he fotografiado en la isla de St. Armands en Sarasota, Florida, USA...intentando encontrar algún sentido entre la representación de los dioses griegos y las historias que día a día conforman éste relato. Sé que algunos de vosotros ya se habían dado cuenta, pero insisto.

    ResponderEliminar
  4. Me pregunto si todavía hay besos en los portales...

    ResponderEliminar