Ni una nota, ni un mensaje en el teléfono. No podía ser que hubiera desaparecido, así, por las buenas. No era su estilo, siempre fue educado, detallista hasta con la gente que apenas conocía. Ésta boda era su ilusión más que la mía. Yo me hubiera conformado con seguir con la relación de amistad y de cariño que desde siempre nos había unido. Pero cuando cambiaron los tiempos y en función de una seguridad emocional, se abrió la posibilidad de regular la situación de cara al futuro y fue él quien me propuso el cambio de estado civil.
Pero ahora, algo habría cambiado en su mente, para decidir no presentarse. Siempre fue frágil y voluble en sus decisiones y mi misión era mantenerlo en ese equilibrio inestable cuando le asaltaban las dudas. A cambio él alejaba mi soledad, ofreciéndome su cariño incondicional, hasta el punto de necesitarnos mutuamente como dos imanes de polos diferentes que se buscan para fundirse en una sola pieza.
Él reconocía nuestra relación en los libros que leía. Continuaba viviendo en un mundo de ensueño y decía que yo era quien le guiaba por los senderos de la razón. Decía que él era Don Quijote y yo Sancho, y que no se hubiera escrito el libro si faltase uno de los dos.
El destino nos había unido desde muy pequeños, cuando sus padres alquilaron el piso de enfrente de la casa donde yo vivía con mi familia. Cuando le dejaban días enteros en mi casa porque sus padres tenían que viajar por razones de negocios y compartíamos la habitación y la cama. Él me contaba sus sueños como si los hubiera vivido, y yo sabía que eran inventados pero me gustaba su forma de contar las historias y nunca puse en duda sus excéntricas afirmaciones.
Crecíamos a la vez, su padre nos medía de pie, contra un listón reglado que tenían en el pasillo de su piso, aunque yo hacía trampas elevándome sobre las punteras de mis zapatos.
Fuimos al mismo colegio durante años, y se alternaban nuestros padres para recogernos a la salida y llevarnos de vuelta a su casa o a la mía.
Llegó un día en que se bifurcaron nuestros caminos como Siddhartha se separó de Govinda al encontrar a Buda. Quiso experimentar buscando el sentido escondido de la vida, porque se hacía muchas preguntas, y pensaba que las chicas le darían la respuesta. Pero pronto se dio cuenta de que la amistad y la confianza, que había crecido día a día entre nosotros, no podía ser suplantada por libinidosos escarceos.
Nunca olvidaré el día en que volvió a mi, con lágrimas en los ojos, suplicando que le perdonara por algo que yo no comprendí, pero que le hacía sentirse culpable de su abandono. Había conocido el sexo sin amor y le había vaciado las entrañas en la adolescencia. No era suficiente, para colmar su búsqueda de experiencias y todo le dejaba insatisfecho. Por eso había vuelto, al calor de la confianza, a la paz que decía, que yo le infundía en el alma.
- Eso tiene un nombre.- eso es amor.- Le dije desde el fondo de mi corazón y se abrazó a mi y yo le abracé sintiendo un estremecimiento que brotaba desde lo más profundo de su cuerpo hasta despertar en mi el antiguo deseo de besarle.
Él me enseño lo que las chicas le enseñaron, porque para mi fue el primer beso de amor y él fue mi maestro. Aprendí de sus fantasías, de los movimientos de la lengua y de los puntos del cuerpo que hasta entonces no había sentido. Como si me hubiese presentado a un ser desconocido que habitaba en mis adentros y yo nunca hubiera conocido sin su ayuda.
Aquel día inolvidable, sentados en la arena de la caleta y con la música de fondo de las olas que rompían suaves en la playa, nos juramos que nunca más volveríamos a separarnos. Que nada conseguiría apartarnos al uno del otro y seguiríamos unidos más allá de la muerte.
Pero cuando me miró directamente vi una sombra de duda en sus ojos iluminados por la luna.
Quizás algo de esa duda se había ido posando en su interior y permanecía ahora en su corazón y en sus incansables pensamientos que daban tantas vueltas a las cosas más sencillas, siempre analizándolo todo a su manera, buscando razones sin encontrar respuestas.
Quizás por eso no se presentó en el juzgado de paz donde debía celebrarse la boda y había desconectado el teléfono haciéndose ilocalizable.
No quiero aventurar ninguna hipótesis que justifique el disgusto y la vergüenza de todo lo que hoy ha ocurrido, pero es inevitable pensar en que algo malo le habría sucedido, mientras dejé el chorro tibio llenando la bañera y me desnudé.
Apenas se sumergíó la mitad de mi cuerpo en el agua humeante, sonó el teléfono y salté fuera de la bañera empapándolo todo. Reconocí a su madre a través de la voz temblorosa del auricular, subí el volumen para escucharla desde el baño y a cada una de sus palabras se iba llenando de lágrimas la bañera.- "La policía ha venido a casa, nos han informado del accidente y ahora debemos acudir a identificar a nuestro hijo al depósito de cadáveres".- dijo la voz tambaleante del teléfono.
No tengo fuerzas para seguir escribiendo ésta confesión, el agua se ha ido tiñendo de rojo y me invade una paz absoluta, no siento dolor alguno aunque las venas de mis tobillos están abiertas, solo puedo decir:
Espérame, me voy contigo.
¡Dios!
ResponderEliminarSpa, ¡qué historia! Me has dejado enganchada a ver qué pasaba y me he llevado una torta con el final...
El relato es fantástico, perfecto, triste y durísimo, pero es que perder el amor tiene estas cosas.
Un abrazo, payasete, y felicitaciones.
Ufff...
ResponderEliminarEs un buen guión que no deja indiferente,más bien todo lo contrario.
La boda...
En realidad sucede ese acto,sólo que es como el título y en parte,aunque sea lejano el parecido,en el fin de las bodas de sangre de Federíco García Lorca.
Trágico.
Besos,ahora también guionista.
Hay algo que no sepas escribir?
Digo...
:)
¡Talcualmente!
EliminarBeso ;)
Certero final. ¿Había otro posible?
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