lunes, 13 de mayo de 2013

Camino de Burgos

       Burgos, Foto: Guillermo Celada Rodriguez


Desde lejos me encamino a Burgos. No hay un sendero trazado desde donde me encuentro, quizás una ruta hacia otro destino se aproxime o pase de largo por esa ciudad anclada en la historia. Pero si pudiera ver mis propias huellas en relieve, daría con el camino que he cruzado tantas veces, para volver, para regresar a mi utérica tierra, donde los aromas, los cambios de estación, el dédalo de sus callejuelas y sus costumbres; son familiares y permanecen grabadas en lo más antiguo de la memoria.
Por mucho que cambie una ciudad, si ha recogido tus primeras lágrimas, los primeros anhelos, si te ha enseñado a sufrir y a reír, si recoge el rincón del primer beso y las primeras frustraciones, si ya estaba ahí cuando tus ojos se abrieron; nadie puede ignorarla, por mucho que en ella te hayan traicionado.
Uno de los castigos más severos que se imponían en el pasado era el destierro. Prohibir el regreso de alguien a su casa y a la tierra de sus antepasados. Precisamente en Burgos se erigió un monumento al desterrado, condenado a vivir y morir en tierras extrañas.
No es nostalgia del pasado, es agradecimiento, desprecio y olvido, tan atractivas unas cosas como otras, aún pareciendo una cruel ironía. Le debo tanto a Burgos, como Burgos me debe a mi, he pagado mis deudas con lágrimas y he perdonado el dolor que me ha infligido. Me ha dado el sol de mil domingos y la dura  perseverancia en la lucha, de mi estirpe.
Una ciudad que desprecia el triunfo y te abandona en el fracaso, pero entre sus gentes frías, de pensamientos invernales, encontré buenos y leales amigos con los que compartir el calor del ingenio.
Por el paseo del "Espolón", bajo un túnel de huesudos plátanos falsos, se desplaza la vida con la lentitud de los bueyes;  curas jubilados de teja y sotana, poetas solitarios, funcionarios escapados de la rutina, peregrinos de concha y cayado; lo atraviesan a paso lento.
Cerca del río lloran los sauces sus lágrimas verdes hasta "la isla" donde se encuentra el estanque de los faunos y las sirenas.
Las campanas de las torres, parecen congeladas en el tiempo y sus chapiteles y filigranas se yerguen como carámbanos inversos, porque el invierno es continuado e inhóspito en éstas tierras del norte.
En Burgos, más cerca del cielo que del mar, aprendí a amar el azul de los días y lo profundo de la noche. Descubrí la verdad de la vida entre sus absurdas contradicciones y me perdí en los laberintos de las calles flanqueadas por viviendas innobles.

El camino será largo y frío el recibimiento, como frías son sus calles, sus noches y frías sus soledades.
Pero hay un magnetismo en todo esto, como una fatal atracción, con una eterna esperanza de querer volver a vivir lo vivido, que hace amar lo imposible y seducen sus secretos, como algo desconocido.





5 comentarios:

  1. He revivido, mientras leía el texto, mi paso por ese paseo bugalés recorriendo el Camino de Santiago y me ha gustado ese modo con el que relatas experiencias personales.
    Un abrazo

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  2. No conozco Burgos,como ya te dije,pero tengo que ir algún día a pasear y perderme por esos laberintos.

    Es lógico que el lugar que nos vio crecer,más que nacer,haga raíz en nosotros,extienda sus ramas haciéndonos cosquillas a pesar del probable dolor,que también nos cause.

    Yo nací andaluza y crecí valenciana,mis raíces se alargan como los cipreses,y,supongo que esté donde esté,siempre querré volver a los rincones y sentimientos recorridos.

    Muy bonito,nostálgico también.
    Beso grande.

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  3. Hay un sentimiento intenso en la ciudad de nuestra infancia. Por mucho que la ciudad de nuestra infancia ya no exista o nuestros recuerdos la hayan hecho falsa. En el fondo, cuando volvemos -ya sé que tú regresas con asiduidad, así que no hablo de tu caso sino de tu texto- queremos regresar a ese momento de nuestro pasado en el que todo se torció. Para bien. O para mal.

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  4. Pues te deseo todo lo mejor en cada regreso a la ciudad que te vio nacer. Aunque no sirva de consuelo, todos tenemos un "Burgos" al que volver y una memoria de buenos y malos recuerdos que añorar.
    Cuando cruces sus calles, estoy convencido que sabrás encontrar al caminante adecuado y cuando encuentres frío, rodéate del calor de "los de siempre" Esos seguro que te esperarán con una sonrisa en sus labios y bajo un sol radiante.
    Una entrada muy de tu estilo que tanto me gusta leer. Por cierto, tengo una muy buena amiga de allí.
    Un fuerte abrazo.

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  5. Tranquilo, ya no flota el fantasma de don Rufino con su manteo, ni el del obispo plateresco que no quería obreros ni fábricas en Burgos.
    A Burgos hay que regresar, a reconocerte a ti mismo, aunque no reconozcas las calles, ni las tiendas, ni los bares...y la gente que conoces...tan mayor.

    Besos

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