sábado, 9 de febrero de 2013

El soldado (I)




El soldado volvió a casa. Ya era algo para celebrar, pero por si fuera poco,  le habían ascendido a subteniente  y debía presentarse de nuevo en la comandancia después de la convalecencia.
Pasaba el tiempo en el balcón contemplando la calle de su infancia y lo que había cambiado en los tres años de ausencia.
La tienda de coloniales de enfrente había desaparecido y en su lugar, habían abierto una nueva mercería conservando el ancho escaparate, ahora lleno de cintas, abalorios y botones.
Cada mañana esperaba a la dueña una joven voluptuosa y alegre que parecía cantar, mientras la vieja abría la tienda. Luego se la veía con la escoba barriendo hasta el trozo de acera frente a la mercería.
Se sorprendió el soldado cuando escucho por primera vez, la voz de tan amable dependienta desde la otra acera. -buenos días "vuecencia"!, le gritó, saludando con la mano de visera y la escoba como presentando armas.
Así cada día, con el pretexto de bajar a por la leche y el pan, el soldado pasaba delante de la tienda para ver a la muchacha. Trataba de disimular las molestias que le producían las secuelas de la operación, cuando le extrajeron la metralla del vientre, y le hacían caminar un poco encorvado.
Quizás, el verdadero placer lo encontraba cuando la joven cambiaba los objetos y limpiaba las lunas del escaparate. Desde su balcón contemplaba sus formas sensuales y atractivas y sus posturas dentro de los vitrales transparentes de la tienda, mientras ella realizaba sus labores alegremente, ajena a tales observaciones.
Una mañana azul y limpia de nubes, se encontraron frente a la puerta de la mercería y por primera vez vio el soldado la sonrisa metálica de la muchacha - No sabía que usabas ese aparato en los dientes- dijo, y la muchacha respondió abriendo espontáneamente mucho mas su graciosa sonrisa de  adolescente - ¿No te habías dado cuenta?, hace casi dos meses que me lo pusieron para ordenar mis dientes-. -Perdóname, dijo él con toda sinceridad, es que siempre te miro más abajo. Y la muchacha explotó en una carcajada que disimulaba el arrebol de sus mejillas.
- A propósito, dijo él tratando de salir airoso, quiero comprarte una estrella.
A ella se le subió el rubor a las orejas. -¿Una estrella?
-Si, no es para ti, es para mi uniforme de subteniente, para ti te compraría la luna llena. ¿tienes en tu tienda estrellas doradas de cinco puntas ribeteadas en rojo eritrea?
-No sé tanto de astronomía, respondió ella riendo.

Desde aquel día, él duerme soñando con ella y ella con él.
Ella dormida en su nube, él en su catre del cuartel.



6 comentarios:

  1. Mira que estoy constipada,tanto que como no puedo parar quieta estoy haciendo un bizcocho de chocolate para zamparme un trozo.
    Eso sí, emocionada y sorbiendo alguna lagrimilla-estoy más sensible de lo habitual,ja,ja,ja- entre mordisco y mordisco, mientras leo y veo esta preciosa historia que me hace olvidar los gramos de más que pondré en mi cintura.
    :)
    Es preciosa de verdad, lo digo de corazón.
    Besos, mi payaso favorito.

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  2. Mil gracias por obsequiarnos tan bella historia querido y admirado amigo. Muchos besinos de esta amiga que te desea con inmenso cariño feliz fin de semana.

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  3. Querido amigo, tienes ese extraño don de los locos, de los genios, de los "malabaristas de la palabra", el don de crear imágenes con la sencilla unión de unas letras, el de no pasar desapercibido, el de llamar a la puerta de nuestras conciencias... Preciosa historia para mi gusto, repleta de mensajes secretos que solo pueden ser descifrados poniendo la misma sensibilidad con la que escribes. ¡No dejes de hacerlo!
    Un fuerte abrazo.

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  4. Pero que romántico eres. Es un cuento precioso.

    Un beso.

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  5. '¡Tú último renglón es genial!

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