martes, 5 de febrero de 2013
De aquí y de allá
La ciudad es nueva, como relativamente nueva es la historia americana. Todo ha crecido y sigue creciendo desde los años de la multiplicación exponencial de hace solamente un siglo, con la revolución industrial y la inmigración en masa. ¡Que gran diferencia con las poblaciones castellanas que parecen dormir en un pasado ajeno al tiempo!
En el restaurante de mesas de plástico, hay un subliminal zumbido de motores de máquinas y aparatos aunque en las pantallas de televisión se mueven imágenes de deportes sin sonido.
Hay un trasiego permanente de la jerarquía de camareras, limpiadores y clientes que se levantan y se sientan a las mesas con sus ordenadores y sus vasos de cartón con la bebida efervescente.
Sin querer acuden los recuerdos de el paraíso prohibido de las tabernas castellanas en la adolescencia.
El suelo pavimentado con ennegrecidas e irregulares baldosas de barro sobre las que se asentaban de forma inestable las mesas de mármol. Templos donde lo que cuenta es la adoración del tiempo detenido en el éxtasis del vino, y la magia de la conversación que el sagrado caldo libera.
Refugios del frío invierno por el exiguo precio de un café reconfortante, bajo la acogedora bóveda oscurecida por el humo de los tiempos en que se fumaba dentro.
Tras el océano todo es distinto. La clientela es heterogénea de turistas sonrientes y amables trabajadores en tiempo de descanso. Gentes del norte que llegan a estas latitudes tropicales en busca de un clima hospitalario, a los que los oriundos llaman "Snow birds" cariñosamente. Es un público adulto y silencioso, se nota la ausencia alborotadora de los niños que a esta hora estarán en la escuela. Cruzan palabras dulces y pausadas como sigilosos enamorados tardíos. Pensionistas retirados del trabajo pero no de la aventura ni del amor todavía.
Diferencias insalvables, que la pandemia de la globalización aún no ha uniformado. Aunque la esencia de las gentes siga siendo la misma y el mismo, su deseo por conocer lo que va a suceder, la preocupación por el futuro para prevenirse y ajustarse a él. Aquí y allá, a pesar de las diferencias que nos rodean, las preguntas son las mismas y las respuestas no llegan nunca.
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Qué bien escribes.
ResponderEliminarPor un momento he estado ahí sentada mirando a las aves de nieve-qué nombre tan bonito,por cierto-cuchichear plácidamente en una mesa de plástico, bebiendo silenciosa un té bien frío-lo prefiero con tu permiso a la bebida efervescente-
Hasta me ha parecido ver planear interrogantes cual gaviotas inalcanzables,ya ves.
:)
Bienvenido.
Besos oceánicos.
Es cierto, este relato tiene una descripción tan buena que despiertas los sentidos, y con ellos nos introduces contigo en este "trocito" de ciudad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me parecía estar ahí mismo.
ResponderEliminarLas respuestas están en el corazón de cada uno.
Hay que saberlas escuchar.
Besos
Quizá la única forma de salvarse de la globalización es buscar el lugar más pequeño.
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