ORO Y CARBÓN
Con la presencia de las rosas, el jardín se convirtió en un
joyero.
Islas de luz ondulan en el mapa de los castaños donde
despuntan las corazas de las grandes semillas y el calor pesa sobre los rubios
campos castellanos.
Madura el verano en los caminos ribeteados de retama y
amapolas, ignorando a los humanos que lo ignoran.
Un solo hombre avanza agradecido a esta belleza efímera a
quien debe su felicidad,
los girasoles avergonzados ante su mirada, vuelven la cabeza
hacia el poniente y las florecillas agotadas saludan a sus pies ligeros que
desfilan como icebergs sin apenas rozar el fondo del camino.
En un lejano cerro surge de entre los trigos el antiguo
campanario tanto tiempo enmudecido de una ermita. El camino se aproxima a
humildes ruinas de tapial y adobe de lo que pudo ser un día una aldea innoble.
Al otro lado del otero, se extendía largamente la tristeza.
Asolado como un campo de batalla ceniciento de árboles
caídos y pavesas, se presentaba un paisaje incierto como una caldera en ascuas
del infierno. Todo del color de la muerte permanecía inmóvil hasta el
horizonte.
Las llamas sembradas en los rastrojos fructificaron en negra
cosecha que desbordó las lindes de los campos hasta el río.
Una lágrima rodó y se hizo humo antes de llegar al suelo.
Las aguas del río marcaban un encaje divisorio entre el oro
y el carbón, y cantando se enredaban con una triste canción que parecía decir
“Qué hermoso debió ser amarte!”.
¡¡¡Que hermoso escrito!!!
ResponderEliminarPrimero nos sumerges en el camino de rojos, verdes y amarillos que la madre naturaleza ha creado, y de pronto... aparece la tierra descolorida, negra que los hombres han asfixiado.
Me admira tu sensibilidad.
Un abrazo.
Mercedes.
¡Que bello tu texto, Spaghetti! y que bien expresados los contrastes entre el oro y el carbón y con cuanta sensibilidad.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola Spaghetti. Un texto que sin duda engancha y deja una enorme reflexión. Sobre todo en estos tiempos tan compulsivos.
ResponderEliminarHa sido bello leerte.
Un abrazo