Del amor y la muerte
Cae la tarde sobre la ciudad amurallada, los últimos rayos
del sol se estrellan contra el encaje de pináculos de la espléndida catedral
gótica. Esta luz dorada no debió ser muy diferente 600 años antes sobre sus
moradores con parecidos sentimientos de soledad y hastío que los que ahora la
pueblan, con la misma incertidumbre sobre un futuro miserable y con las mismas
esperanzas de un cambio en la vida y el espíritu, algo sobrenatural que los
aparte de la rutina y los temores sembrados por clérigos y alguaciles como
ahora provocan los miedos políticos y
caciques parapetados tras los cargos y el dinero.
Entonces, aguadores y carreteros animaban las plazas por las
que hoy circulan los reflejos intermitentes de luces y sombras evanescentes.
Juglares entonaban cantos al amor y a la muerte como ahora
nos llegan voces invisibles desde una lejanía sin tiempo ni verdad.
Quizás entonces estaban más familiarizados con la muerte que
ahora se esconde sin poderse ocultar totalmente.
600 Años después de intrépidos desafíos, la humanidad ha
vuelto a ser como antes, pero con la gran diferencia de haberse multiplicado
por 100, llevando al límite los recursos naturales que nos alimentan.
Los tiempos feudales en los que el amor se veía en un lazo
en la pica y la muerte se extendía en los campos de batalla y en las cloacas
inundadas por la peste y estos nuevos tiempos de pandemia económica y
retroceso, el amor permanece invulnerable por las causas externas y como
siempre, herido de muerte en la privada lucha por la pasión que ha salvado al
mundo conduciéndole al mismo tiempo a su autodestrucción por el fruto
masificado y lujuriante reproducción.
Al final los espermatozoides habrán vencido a las bombas,
los hierros y las pestes.
Nada hay nuevo bajo el sol. Los temblores no los provoca ahora un clérigo sino un seglar barbado.
ResponderEliminarVencen los espermatozoides, de momento.
Besos desde la sombra de tu catedral, de mi catedral.
Es que es así, los espermatozoides (y óvulos), siempre vencen, por suerte.
ResponderEliminarLeyéndote he visualizado la catedral de León (ciudad donde nací). He visualizado sus gentes de hoy paseando en la plaza donde está ubicada. He visualizado a esas otras gentes que hace 600 años estarían por allí y he visualizado lo que tienen en común.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mercedes.
"El amor", es tan desconocido para todos que lo único que hacemos es disfrazarlo detrás de un sentimiento, encerrándolo en coceptos. Quizá halla que liberarlo hasta de la palabra misma.
ResponderEliminarBuen texto
Un abrazo
Yo quisiera romper una lanza por el futuro del esperamtozoide peleón,del resurgidor poético de entre los inframundos medievales,cual ave Fénix.
ResponderEliminarPero no puedo...
Voy perdiendo la fuerza a cada paso de avance del pasado hacia este presente obturado en el desconcierto y la pusilanimidad.
Sólo se me ocurre escribir como posesa desahogando un algo la asfixia que aprieta mi cuello como tantos otros.
Un beso.
¡Qué placer volver a tenerte por aquí, querido Spaghetti! Y volver a leerte y adentrarse en tus mundos...
ResponderEliminarUn abrazo sin espermatozoides :)
Me gustaría tener el optimismo de los espermatozoides...
ResponderEliminar