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Debía de ser muy tarde ya porque se encontraba solo en el vagón del metro que le devolvía a su cotidiana soledad.
Se miró en el reflejo de las ventanas por las que discurría una oscuridad sin paisaje, y la monótona sinfonía del hierro contra las ruedas del tren. Se vio en una burbuja iluminada que rueda bajo la tierra, bajo los pies de transeúntes anónimos, bajo las camas de amantes circunstanciales, bajo la vida.
Sobresaltado por la voz grabada que anunciaba una próxima estación tras otra en las que nadie entraba ni salía del tren, fue integrando la megafonía a la orquesta de máquinas y chirridos que le acompañaba durante el viaje sin atender a los enlaces y nombres de estaciones, sino como un instrumento a dos voces que llenaba los breves silencios entre los resoplidos agónicos de la locomotora.
Las luces de una de las paradas le dejaron ver un instante a una mujer joven que se levantaba de un banco y se acercaba a las puertas ya alejadas de su vagón. El bufido hidráulico de las puertas herméticas daba la señal de una nueva arrancada. Comprobó que no había acceso entre vagones en marcha y esperó a las luces de la siguiente estación, pero solo iluminaron la figura de un hombre yaciente sobre un banco junto a una papelera rebosante y con una caja aplastada, que contuvo vino no hace mucho tiempo, cerca de sus zapatos.
Inquieto como un hamster en su rueda, que por mucho que avance permanece inmóvil, sin desplazamiento físico, por fin decidió sentarse y tomar aliento de ese aire acre de bobinas recalentadas.
Las luces del habitáculo parpadearon unos instantes como en un refugio de guerra durante un bombardeo. Quizás pensó que era el último superviviente de una catástrofe nuclear que había vaciado el mundo. O quizás se preguntase si la joven estaría aún en el tren, en su misma situación de aislamiento voluntario pero no deseado. O si el borracho estaría vivo o muerto.
Quién sabe lo que ocupa la mente de un viajero sin origen ni destino.
Un viajero sin origen ni destino no tiene pensamientos que lo ocupen, es un zombi.
ResponderEliminarBesos
No Myriam, no es un zombi sino un habitante más en el camino.
EliminarCreo que entiendo bien a ese pasajero inmóvil físicamente cuya mente no cesa de expandirse, único movimiento que se permite.
ResponderEliminar¿Quién no se ha sentido así alguna vez?
Un extranjero del mundo,un curioso observador sin ánimo para inmiscuirse más allá de lo aparente que posibilita el viaje imaginario.
Es en definitiva lo que yo trato de decir en mi blog,muchas veces:
Ser isla en medio de la vorágine.
Besos.
Creo que muchas veces me siento un poco así como este viajero, sin origen ni destino, tal vez olvidada por la monotonía y por lo solitario del vagón. Quienes vivimos en grandes urbes donde el contacto humano es fugaz y superficial a menudo sentimos que el aislamiento del que nos sentimos presa es voluntario pero no deseado. Es como una forma de preservarse de lo que no te puedes escapar.
ResponderEliminarEl retrato del hombre durmiendo en el andén entre papeles y con una caja de vino vacía es una vista muy común en los trenes, plazas y tantos lugares públicos de mi ciudad que no deja de desconcertarme: han pasado poco más de unos diez años ya desde que se convirtió en parte de nuestro paisaje urbano y no logro acostumbrarme. Ahora ya son familias enteras acampando en los lugares más insólitos, siempre al borde de las vías, viendo ese tren que pasa y no los levanta, no los lleva a ninguna parte, ni aunque llueva a cántaros o haga un frío de rabiar. Es un panorama desolador y desgarrador, pero seguimos encerrados en nuestra propia burbuja y hasta tememos los unos de los otros.
Un saludo.
Soledad abrumadora bañada en la musicalidad que desprende tu relato.
ResponderEliminar¡Jolín, como te superas!
Un abrazo grande.
Mercedes.
A veces he pensado que el metro es un viaje hacia las tripas.
ResponderEliminarExcelente texto.
Te sigues superando, Spaghetti. Realidad, maravillosamente plasmada, de nuevo. Creo, que todos nos hemos sentido así más de una vez.
ResponderEliminarUn besazo.
Interesante relato. Creo que más de un@ nos hemos sentimos identificados con ese viajero. Alguna vez he sentido esas sensaciones. Te conviertes en observador innato y se vive más el presente.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho leerte hoy
Un beso