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Alcanzó la jarra de cerveza, - de esas de barro de una pinta que se usan durante años para guardar lapiceros sin punta y todo tipo de cosas pequeñas - sin saber bien lo que buscaba y la volcó sobre la mesa esparciendo el contenido surrealista, unos palillos chinos, rotuladores gastados, tuercas sin macho, un enchufe cojo, un trozo de cadenita de lámpara, una pequeña herramienta inútil, la llave que tanto buscó hace tiempo sin encontrarla, y una moneda.
Apartó la moneda del resto del minibazar, era un "duro", una moneda de cinco pesetas con la imagen del antiguo dictador con la cara dura y dura la cruz y se preguntaba por qué llamaron "duro" a esa moneda tan común en otros tiempos que incluso en el mercado de la compra se usaba como unidad de cambio, junto a otras monedas de cinco duros y de veinte duros, cuando el nombre oficial de la moneda era la peseta.
Con esa moneda entre los dedos, fueron inevitables los recuerdos. Pensó en lo que entonces compraba y lo que se podía comprar con un "duro", en el invento tan fantástico que es el dinero, cómo a cambio de esa pequeña moneda, podías pasar una tarde de invierno junto a un chato de vino en el ambiente denso de cualquier taberna, o tomar el autobús hasta la última parada para regresar andando sobre la nieve.
Parecía que el mundo hubiese cambiado radicalmente desde que ese "duro" dejó de rodar de mano en mano hasta llegar a la jarra de cerveza.
Pensó en el largo viaje de una moneda que cambia constantemente de bolsillos transformándose en productos o en servicios, en el tiempo de descanso en una caja o en la bolsa de un avaro, o quizás cayó en el sombrero de un músico callejero. Pudo ser usada por un mago que la hizo desaparecer y reaparecer con sus artes fantásticas ... al fin y al cabo ahora era suya, parte ínfima de su devaluado patrimonio y la apretó en su mano cuando se levantó de la mesa y salió a la calle en dirección al parque.
Cuando llegó a la fuente de los deseos el sol brillaba en el agua. Entonces lanzó la moneda cerrando los ojos para dar gracias a la vida por haber llegado tan lejos.
Uf,casi no los recuerdo ya y mucho menos el duro rostro que ostentaban.
ResponderEliminarLa verdad es que yo con cinco pesetas compraba poco y lo que hacía es ahorrar para comprarme cuentos,que la verdad es que no recuerdo cuánto costaban, pero cinco pesetas no creo!
:)
Besos.
Nunca un duro dió para tanto, eran otros tiempos. Ahora un euro no da ni para la cerveza.
ResponderEliminarBonito homenaje. Saluditos.
Preciosa reflexión,cuantos recuerdos evocan las pequeñas cosas sin sentido : que se van acomulando por doquier...
ResponderEliminarUn saludo
Y lo lanzó y no pidió un deseo, sino que dió las gracias a la vida... Mmmmmmm Impecablemente sublime este "final", Spaghetti.
ResponderEliminarMuaks!
Estoy con Juji, el final es sublime. Dar gracias es todo un arte que tiene que vivirse desde muy dentro, de otra forma es tan sólo una palabra vacía.
ResponderEliminarUn saludo
LO mismo que mis antecesores, creo que sí debemos siempre ser agradecidos por los dones que recibimos y que creemos que nos son obvios y sin importancia, hasta que los perdemos.
ResponderEliminarEl solo hecho de respirar, ver, sentir, caminar, oír ya es motivo de alegría. Y sino, que te lo diga un ciego, un paralítico... o alguien que ha enterrado un hijo.
Besos
(y sí, siempre me pregunté por que se le dice duro a la peseta? quizás porque es o era tan duro de ganarla?)
Todos los recuerdos vienen así: con el hallazgo de un objeto.
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