Foto: Google imágenes |
Despertó con quien no quería.
Hubiera sido mejor llevarla a su casa antes del amanecer. Por la mañana deseaba estar a solas para organizar el día y su presencia en la cama le estorbaba.
Ya no había nada que hacer, la felicidad había pasado, por la mañana el Jazz no suena bien.
Pero no quería ser cruel con la pobre chica y se acercó suavemente para despertarla con un beso. Ante la proximidad y la caricia del aliento, ella abrió los ojos tan cerca de los suyos que dio un grito como si hubiese visto al monstruo de sus sueños.
No hicieron falta demasiadas palabras para hacerla entender que tenía que marcharse, que la pasión había pasado con la luna menguante y que ya era otro día que había que llenar con otros asuntos. En el zaguán le dijo que la llamaría y abrió la puerta como lo haría un caballero desconocido.
Esta vez era diferente. No era una desconocida que se desnudara por dinero a quien nunca hubiese llevado a su casa, sino un encuentro fortuito con la hija de una antigua compañera de trabajo.
Pensó en la madre, en lo poco que se podía imaginar, la muy católica, una aventura semejante con su hija del alma, que aunque era mayor de edad seguía siendo su protegida.
Confió en que la muchacha guardase el secreto aunque siendo tan efusiva entre las sábanas, pretendiera mantener una relación imposible, lo que la obligaría a llevar una doble vida.
Cómo un momento de pasión puede complicar la existencia, se decía, intentando apartar de su mente las imágenes aún calientes de la piel desnuda de la joven en la penumbra, de las largas piernas que no llegaban a juntarse siquiera donde los muslos son más anchos, dejando un puente maravillosamente abovedado entre ambas. Quería pensar en otra cosa y decidió entrar en la ducha para calmar la erección y permaneció largo rato bajo el chorro múltiple y frío.
Tomó el ascensor para descender al garage comunitario y se dirigió a su coche. Cuando se abrió la puerta al final de la rampa una bocanada de luz inundó sus pupilas como si ascendiera a los cielos el día del juicio final. Encendió la radio cuando sonaba una sinuosa balada de Jazz y al pasar cerca de las escaleras de la catedral pudo ver los cuerpos fundidos de dos estudiantes que se besaban con una pasión tan conocida que solo podían ser ella y su novio de turno.
Las cosas que esconde la noche donde todo se confunde...
ResponderEliminarHe llegado hasta este, tu sitio, para poder leer lo que ayer me quedó pendiente, y me encuentro con algo nuevo publicado.
Pues genial historia para esta hora de la mañana, casi amaneciendo.
Un beso
Supongo que esa imagen borró de su conciencia todo atisbo de culpabilidad y preocupación.
ResponderEliminarBesos.
Me sumo al comentario de Marinel.
ResponderEliminarFoto, título y relato en muy buena conjunción.
Besos
Te pudo levantar con quien no deseaba a su lado, pero seguro, que al verla con el novio de turno, algo de celos sintió... aunque solo fuera, porque hacía tan solo unas horas, a ese cuerpo lo poseyó.
ResponderEliminarUn besazo.
Es curioso: es verdad que por la mañana el jazz no suena bien. Ni siquiera cuando se ha confundido con la noche anterior.
ResponderEliminarExcelente serie de relatos sobre el sexo, con música de fondo.
Ja, ja, muy bueno. Estos finales sorprendentes me encantan.
ResponderEliminarUn beso.
Mercedes.