jueves, 11 de abril de 2013
La erótica de la inocencia (XVII)
Avanzaba el curso y Sofía seguía acudiendo a todas las clases y haciendo los exámenes y los trabajos que superaba con brillantez. Sin embargo se había distanciado aún más del ambiente universitario encerrándose en su silencio. Ya no arreglaba sus cabellos de sirena que crecían hasta la cintura en ondas doradas, y su aspecto había recobrado una infantil languidez que sin pretenderlo, la hacía más deseable. Su cuerpo delgado y frágil, parecía estar formado únicamente por nervios y tendones que daban firmeza a sus delicadas y pálidas formas.
Marco la observaba al vestirse y volvía a sentir el deseo que nunca duerme. Entonces se acercaba y la abrazaba medio desnuda fingiendo ternura donde se había encendido una pasión incandescente, pero controlando sus impulsos, dejaba que la rutina de la mañana siguiera su curso.
En el paseo de la tarde Sofía no pronunció una palabra. Él estaba acostumbrado a sus silencios, pero no a esa nueva distancia que ejercía sobre el niño y sobre todas las cosas del camino, con un aire ausente. Le preguntó si le ocurría algo y ella se volvió suavemente y le puso dos dedos sobre la boca, antes de sellarla con un beso aéreo, con un leve roce de los labios.
Al llegar a casa, Marco preparaba la cena, como cada noche, mientras ella leía en voz alta a su pequeño historias de la Atlántida, pero esa noche no la oyó hablarle al niño. Desde la cocina, la llamó por su nombre, pero Sofía no respondió a la llamada. Dejó la sartén en el fuego y entró en la habitación, temiendo que pasara algo. Sofía estaba sentada en el suelo con un libro en el regazo, frente a la camita donde el niño dormía soñando con un pájaro azul que había visto en un árbol. Le volvió a preguntar cómo se encontraba, pero parecía que sus palabras se perdían en la atmósfera de la habitación y no llegaban a los oídos de Sofía. Le puso la mano en el hombro y la ayudó a levantarse acompañándola a la cocina donde la sartén humeaba con un olor acre. Marco abrió la ventana y se afanó en la limpieza de las salpicaduras y tiró a la basura la comida quemada. Sofía no se inmutó cuando se oyó al niño que lloraba, despertado bruscamente por el cacharreo de la cocina y fue Marco quien lo sacó de su cama y lo puso en los brazos de su madre para que se calmara. Sofocado por el esfuerzo repentino, por primera vez gritó a Sofía, "Haz, por favor, que se calle". Entonces ella reaccionó y abrazada a su pequeño que bramaba, corrió a un rincón a refugiarse, sus ojos brillaron de espanto y todo su cuerpo temblaba. Marco desde la ventana se llenó del aire de la noche y cuando se hubo sosegado le pidió perdón, arrepentido por haberla gritado.
Aunque volvieron los besos y el cariño, algo había cambiado. Tenía demasiados indicios para pensar que la mente de Sofía no funcionaba bajo los parámetros de lo que se entiende por normal. Sus secretos, su hermetismo, sus misterios... encerraban un trauma que no terminaba de curar. Solo ella sabía lo que ocurrió aquel lejano día en que tres de sus compañeros abusaron de ella, de la violencia en su cuerpo, de las palabras que se dijeron, de la ferocidad de las embestidas que sembraron la semilla de la que nació su hijo, del sabor de la tierra con que sellaron su boca y cómo pudo recobrarse ella sola de tales tormentos.
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Los silencios, el encerrarse en sí misma es señal de alerta, algo se cuece en ese corazón, se deglute, quema, pugna por salir y no puede. Es triste pero a veces no bastan ni los cariños, se necesita tiempo para apagar por sí misma, aquel incendio. De todos modos, a la larga, jamás sobra el amor cercano, nunca.
ResponderEliminarOtra entrega que me entregas para seguirla paso a paso. Besito y hasta pronto.
Pues claro, el trauma aflora, tiene que aflorar. No está superado. Eso es, no puede estarlo....
ResponderEliminarUn abrazo
Acongojada me quedo tras esta tensión ambiental y del alma.
ResponderEliminarSeguimos al pie del cañón...que más tarde o más pronto... lanzará.
Besos.
Hay un momento en el que la pasión deja paso a la observación. Es cuando hay que descubrir el cariño más allá del amor.
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