martes, 8 de octubre de 2013
(II) DERECHOS RESERVADOS
(II) DERECHOS RESERVADOS
El amanecer se despertaba perezosamente en la dársena con una húmeda brisa que lo empapaba todo y el cielo se teñía color de arándano poco a poco, cuando Raquel salió del camarote. Quedó mirando el horizonte, como hipnotizada por la perfecta coreografía de los mástiles de los veleros que danzaban dulcemente amarrados en el puerto. Al cabo de unos minutos volvió bajo cubierta, con la piel granulada por el frío y se arrebujó junto al cálido cuerpo de Juan que ya se había despertado.
-¿Tu crees en Dios?...le susurró al oído.
-No... dijo escuetamente el músico, tratando de no entrar en una discusión de ese tipo a esas horas de la mañana.
-¿Entonces eres ateo?
-¿Ateo?...Nunca le terminó de gustar esa palabra, que indicaba la negación de la existencia de Dios, porque era un tema en el que no quería pensar, y añadió:
-No, cariño, no soy ateo, no creo en tu Dios ni en los dioses de ninguna religión, pero creo en mi Dios, el que habita en mi y me indica el rumbo de mi barco. Creo que cada uno llevamos a un dios dentro de nosotros y que todos somos iguales y diferentes por eso...
-¿Crees entonces que Dios habla contigo?
-Cariño, lo que creo es que debes dormir un poco más antes de que el sol se suba a lo alto.
-No puedo, tendré que ir a trabajar aunque prefiera quedarme todo el tiempo aquí, contigo.
-Entonces prepararé el desayuno.
Juan dió dos pasos hasta la cocina donde guardaba la leche, algunas provisiones de fruta y anacardos, mientras Raquel se terminaba de vestir.
Cuando se despidieron en la parte vieja de la ciudad, Juan estuvo deambulando por las terrazas de los restaurantes y los hoteles del puerto donde podían tener un piano y encontrar un nuevo trabajo, pero al parecer, tanto las pequeñas empresas como las más grandes, seguían el camino de reducción de gastos marcado por el gobierno, y la música en vivo suponía un dispendio prescindible en la mermada economía de los locales.
Aún le quedaban algunos ahorros que le permitirían pagar el amarre en el puerto por unos días y llenar el depósito de gasolina. Entonces recordó lo que de niño escuchaba en casa de su abuela: "Quita y no pon, se acabó el montón". Y comprendiendo que debía poner algo en el cada vez más exiguo montón; regresó a su barco, antes de que la tarde se vistiera de azul, tomó el sombrero y la guitarra del camarote, la puso en su caja y se dirigió a la plaza más concurrida del puerto, y se puso ahí a tocar por las monedas que le dejaban los paseantes.
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Seguiré el relato a la espera del título que el lector elija para él. Gracias a todos los que aportáis vuestra imaginación en la elección del título.
ResponderEliminarMarcelo, acabo de terminar un relato cuyo protagonista es un "piano man"... ¿habrá notas perdidas que me caen del hemisferio norte?
ResponderEliminarHasta ahora va muy bien la trama, veremos qué le pasa a Juan. Soy muy mala para los títulos y no se me ocurre ninguno aceptable.
Bsazo.
Menos mal que Juan no vive en Madrid, porque de lo contrario, tendría que pasar unas pruebitas para ver su idoneidad...
ResponderEliminarY haciendo punto y aparte, me parece desolador que Juan haya perdido sus sustento temporal, pero me gusta esa valentía de seguir amontonando de m la manera que sea para seguir.
¿Como era aquello de si la vida te da limones?
...
:)
Más besos.
Ese músico callejero en el que se ha convertido quizá sea el dios que lleva dentro.
ResponderEliminarSí que es cierto, cada uno somos un poco dios...
ResponderEliminarDecía mi abuela que la necesidad agudiza el ingenio, y eso también es bien cierto...
Aún no sabría ponerle un título...tengo que saber más...soy muy indecisa...
Besos