domingo, 29 de septiembre de 2013
Volar
Si ayer fui el viejo océano, hoy puedo volar. La eterna frustración de los hombres. Vivo en el aire y soy su huésped. En el viento agito mis silenciosas alas, sobre el monótono zumbido de las corta-césped.
Tres alegres albatros me acompañan, como queriendo enseñarme lo que nacieron sabiendo, de mi ignorancia se ríen y con mi torpeza se ensañan. Planeamos sobre las aguas esmeraldas que dejan ver los pescados entre las algas. A la vista del alimento, se lanzaron voraces mis tres guardaespaldas, conteniendo el aliento como estrellas fugaces que cayeran en el mar. Yo sobrevolaba las rocas aprendiendo a pescar, cuando sacaron tres peces en las tres bocas. En la playa quedaron disfrutando de su manjar, cuando una corriente de aire me elevó como la cometa de un niño sobre la rubia arena.
Desde lo alto, la ciudad parece pequeña, rodeada de verdes campos que el otoño amarillea. En el centro se adivinan los campanarios entre brillantes obeliscos de bancos y oficinas, y diseminadas cajoneras de viviendas innobles.
Con un leve movimiento de inclinación sobre la punta de mis alas, cambia el rumbo en los azules caminos del cielo, sin obstáculos, sin apenas esfuerzo, sin derrochar más energía que la que emplea un hombre al dar un paso. Me encuentro frente a los afilados montes a la hora del ocaso que ya ocultan el sol y el horizonte. Coronaban las cumbres y los cerros antiguas nieves de invierno. Después de volar tantas jornadas, tantos destierros, sin encontrar reposo ni gobierno, vine a parar a ésta umbría en estos parajes agrestes, donde aún no llega el descanso de la vida.
Se cruzan en mi camino, bandadas de gansos silvestres que migran hacia el sur en busca de una nueva vida, no saben lo que les espera, pero confían en algo mejor que la escasez que dejaron en su tierra sin bandera.
Volando, volando me pierdo, en el lecho del aire, guiado por los vientos cambiantes del oeste, sobre los campos dormidos, por el camino celeste, entre las vagas nubes, divisando un suelo dividido entre las casas y las flores. Ascienden los aromas de la tierra y de los bosques como bálsamos calmantes de una soledad hecha de éter y ciega luz. Vuela mi espíritu extendido sobre el mundo, las alas abiertas en cruz, y el gozo de no estar atrapado por su gravedad, como vuelan los ángeles, en el silencio nocturno.
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No sabes cuánto me ha recordado tu escrito a Juan Salvador Gaviota.
ResponderEliminar"Tú no necesitaste fe para volar, lo que necesitaste fue comprender lo que era el vuelo."
O aquello de
" Gaviota que ve lejos, vuela alto"
En fin...precioso.
Besos.
Preciosa y evocadora entrada. Todos hemos sentido alguna vez maravillosa esa sensación de volar. Con el siempre vértigo de sobrevolar campos o mares, lo conocido o desconocido.... Nadie mejor que tú para describirlo. Un abrazo.
ResponderEliminarNin que hubieras escrito este texto para mi, que me la paso volando.
ResponderEliminarMe alegra saber que los payasos también saben volar.
Besos, desde Argentina,
Me quedo en la imagen...esa grandiosidad ya es más que suficiente para dejarse volar...
ResponderEliminarUn beso.
Tenemos la mejor forma de volar: la imginación.
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