miércoles, 6 de marzo de 2013
El Mago
Acércate, te voy a contar un cuento.
Hace muchos, muchos años en un país como este, la gente vivía descontenta porque no tenía trabajo y la miseria llamaba a las puertas.
Estudiosos jóvenes rondaban en los andenes del puerto con ganas de poner en práctica sus conocimientos, o soñando con embarcar hacia un futuro incierto. Algunos fueron alistados como galeotes a remar sin sueldo y otros tantos llegaron a un acuerdo indigno y en silencio.
Juan era uno de ellos. De los que desesperan sentados en los andenes del tiempo.
Desobediente, incoherente e incorrecto; se rebela; algo le sacude por dentro, aunque no sienta patria ni bandera.
Cuando la rabia salió hacia fuera, saltó al abordaje de un buque, con su espada de madera.
Recibió treinta latigazos por su atrevimiento.
Pero no te asustes niña mía, que esto es solo un cuento.
Cuando echaron de la casa a sus padres, Juan les buscó alojamiento en una lonja del puerto que había sido abandonada en la noche de los tiempos. Hicieron una fogata para calentarse los huesos, en una noche azul de marzo cargadita de luceros.
La mañana reluciente trajo a la cala un velero, solo un hombre descendió y en una barquita de remos se acercó a la dársena del puerto. Cubría su cabeza con un viejo sombrero de copa negro como los que a veces usan los magos y los banqueros. Todos los que le miraban quedaban petrificados al momento, estibadores inmóviles soltaban sus pesos, los que aún faenaban dejaban de hacerlo, capitanes y grumetes quedaron dormidos en sus puestos, hasta el fuego dejó sus llamas congeladas en el viento, y como por arte de magia, toda la mercancía seguía al forastero como si estuviera viva. Monedas de oro y plata, sacos de coloniales, pianos, muebles y hasta una pareja de cabras que despertó de su letargo con tan solo acariciarlas.
Fue directo a la lonja donde Juan y su familia lo miraban incrédulos. Les entregó los presentes que le acompañaban al vuelo, y le dijo a Juan que aceptase lo que le correspondía por su valor y su celo al cuidar de su familia como pocos saben hacerlo. Luego se dio media vuelta, aquel hombre del sombrero y desapareció entre las aguas a bordo de su velero.
Cuando la vida volvió a la ciudad del puerto vieron a Juan contento, con nueva casa y nuevas ropas y una nueva espada de acero. Su familia ha repartido entre todos los del pueblo lo que siempre fue del pueblo y todos vivieron felices pero...te has dormido niña mía, no esperaste al final del cuento.Quizás mañana cuando despiertes del sueño, el hombre de la Chistera Negra, traiga para ti otro nuevo.
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¿Qué sería de nosotros sin sueños?
ResponderEliminarTantos Juanes, tantas gentes se merecen la visita del hombre de la chistera.
ResponderEliminarNo me he dormido, sueño con el mago y quiero más cuentos.
Besito.
Los sueños son el combustible que nos impulsa hacia delante de la vida. Pero ya lo dice Calderón de la Barca ...que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son...
ResponderEliminarUn abrazo inmenso querido amigo, hasta el próximo cuento.
Qué manera tan delicada de contar un cuento,bonito cuento, necesitado cuento de descosidos y composturas.
ResponderEliminarHay gente maravillosa,altruista, mágica.
Son seres de luz o así los llamo yo,porque haberlos haylos, como las meigas.
Me ha encantado el cuento.
:)
Besos.
Una tristeza real y una alegría metida en el sueño, personas sin futuro con el hambre y el miedo pegado a su cama o en el coche donde duermen, o enla choza muerta de miedo en la noche oscura de un país a la deriva.
ResponderEliminarBesicos.
Este es muy bonito, tan bonito que me he ido quedando dormida entre susurros de bondad.
ResponderEliminarUn beso.
Delicioso de leer. Algunos todavía creemos en la magia y porqué no?... en el hombre de la chistera. Sigamos soñando pues, porque muchos de nuestros sueños llegarán a ser oídos. Mientras tanto, ayudemos a gente como Juan. Rebelémosnos contra la injusticia. Clamemos con nuestra voz. Hay personas sin chistera, sin nombre y sin magia que ya lo hacen.
ResponderEliminarGracias por despertar conciencias, querido amigo. Se necesitan voces como la tuya, sin duda.
Quizá solo nos dejen repartir cuentos...
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