Era gracioso. Los que se acercaban a él, ya lo hacían con una sonrisa y los que conseguían tocarle, estallaban en carcajadas.
Él no tenía que hacer nada más que seguir su camino. Se detenía de vez en cuando para mirar a los que le seguían y contagiado, también sonreía.
Se levantó el viento de su lecho y él se vio persiguiendo su sombrero negro que rodaba por el suelo. Cuando estaba a punto de alcanzarlo, alguien lo devolvió al aire y todos se divertían pasándolo de uno al otro entre risas que él no comprendía. Se preguntaba quién le había designado para representar este cuento bufo, aunque lo importante en estos momentos era recuperar el sombrero. Cuando la oscura cuenca cóncava y vacía encajaba en una cabeza, la risa era aún mayor, y así, el sombrero volaba de cabeza en cabeza, de risa en risa, hasta que por fin consiguió atraparlo en una pirueta digna de un aplauso. Con un resuello abrazó el sombreo contra su pecho y levantó los párpados para ver cómo las risas se alejaban, una lágrima azul quedó prendida en su mejilla y la intriga de la tarde se sumió en un suspense...Esperó, pero nada sucedía bajo el tamiz de las hojas del arce solitario, cribando la luz en un puzzle de sombras temblorosas. No llegaba más que el eco sordo de los pasos y las risas como unas lejanas resonancias. Nadie se atrevió a decirlo, pero él sabía que era el tonto del pueblo.
Buenos días querido amigo. Por aquí andaba y he visto actualizarse tu espacio, no he podido evitar entrar y leer este, un poco triste, relato.
ResponderEliminarMe voy con una reflexión, tenemos mucho que aprender de esos, mal llamados, tontos del pueblo.
Un abrazo enorme
Los no tontos del pueblo se creen muy listos, se ríen de él, le quitan el sombrero y se lo pasan de miedo, un juego cruel para verle hacer piruetas, y ríen con risa cómplice, les gusta no ser el tonto pero en el fondo son más tontos, su tontería alcanza al corazón no a la cabeza, saben que somos todos muy tontos. Besito y felices días tengas, me voy a Inglaterra a ver el muro de Adriano y más cosillas, besitos.
ResponderEliminarEso de los "san benitos" me repatea desde que tengo recuerdos y además, me produce una desazón tremenda,una pena infinita,una especie de rebeldía instantánea e incorregible.
ResponderEliminarTal vez porque lo he vivido en propias carnes.
De peque,aunque lo sé de oírlo hasta la saciedad, era la "escayolá" así en andalú, porque mis huesos se negaban a estar en su lugar y se salían buscando quizá otro cuerpo.
Más tarde era Heidi en el cole por mi blancura y mis sempiternos coloretes,más tarde la del mal pronto, después se me fue acentuando la sensibilidad y soy una sentimentaloide-que si lo piensas es ser también un poco o un mucho tonta-
Y sabes?
Acabé por asumir que nada debía importarme, que yo era yo y así tendría que aceptarme la gente.
Nadie jamás debiera sentirse mal por lo que otros piensen,para nada sentirse tontos o distintos, ya que lo bonito quizá resida en eso.
Y punto pelota; he dicho.
Ah,lo olvidaba, es que también soy doña sentencias,ja,ja,ja
Besazos para ti.
Triste relato. Triste que el payaso acepte el lugar que otros quieran asignarle. Y triste quienes se ríen del payaso, digno, en todo caso de pena.
ResponderEliminar(Para mi, solo la necedad y la inquina, no son dignas de ninguna pena).
Besos
(Bueno... inquina, odio, resentimiento)
ResponderEliminarTu ternura siempre me llega al alma. No es lo mismo reirse con alguien que reirse de alguien. Lo segundo me parece deleznable. Gracias por tus siempre amables comentarios, querido amigo invisible. Besitos alados.
ResponderEliminarTras esa consciencia solo quedan dos caminos: usar aquello a lo que le han destinado para reírse, en espejo, de todos; marcharse. Con o sin sombrero.
ResponderEliminarSiempre tiene que haber alguien que se asuma como el tonto del pueblo para que los demás se sientan muy cómodos y seguros creyéndose los listos del pueblo.
ResponderEliminarA propósito, amigo, las actualizaciones de mis últimas entradas no están figurando en los escritorios de quienes tienen a bien seguirme. He estado ocupada tratando de solucionarlo, pero no se cómo hacerlo. Si ese es tu caso y te interesa recibirlas, ten a bien dirigirme un mail a mi dirección de contacto y te las haré llegar por mail. Y si no, date una vuelta cuando gustes y sólo si tengas ganas. Sabes que eres siempre bienvenido.
Bssoss.
Fer
Bonito relato y muy bien escrito.
ResponderEliminarMe deja un sabor agridulce, pero me hace pensar sobre el comportamiento humano y el respeto y comprensión hacia aquellos que no tiene la misma capacidad.
Un saludo.
El tonto del pueblo es, en muchas ocasiones, el más listo.
ResponderEliminarRidi...
Un abrazo
Echaba en falta reencontrarme con tus letras querido amigo y como siempre, nunca me defraudas. Te diré que el ser humano tiende a cuestionar cuando no a humillar al que considera diferente. A menudo tiñen de inferioridad al que no comulga con la generalidad de lo que les rodea. Ha ocurrido incluso con personajes iluestres de nuestra historia, personajes incomprendidos por su talento o por su forma de interpretar la realidad (científicos, escritores, inventores, artistas, entre muchos otros). Es su mecanismo defensa para solventar sus propias inseguridades: infravalorar al "débil", menos preciar al "extraño", rechazar al diferente. Eso les hace creer que son mucho mejor de lo que realmente aparentan. Ignorantes. Solo los más sabios aprecian las diferencias entre los que les rodean como un ingrediente más de la diversidad de nuestro mundo. Lástima que con tu triste ejemplo, describas a la perfección a gran parte de los que conviven muy cerca de nuestras vidas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.