jueves, 1 de mayo de 2014
Una pareja cualquiera
Se había echado la niebla sobre el empedrado de la calle haciéndolo resbaladizo. Tamizada sobre el fondo gris, se recortaba la silueta de una pareja que se alejaba con las manos enlazadas, a modo de esas empalagosas postales que se cuelgan en las redes sociales acompañadas de una frasecita de amor.
La mano izquierda del hombre sostenía la mano derecha de la joven como en los matrimonios morganáticos, entre noble y plebeyo. A cierta distancia y juzgando el atuendo informal de la pareja resultaba imposible decir quién de los dos pertenecía a la aristocracia, porque en el andar y los modales poco se distinguen de la plebe.
Tampoco en los besos que se dieron en la penumbra húmeda de un rincón, había signos de grandeza, aunque el disimulo disminuía la pasión.
Podrían ser ambos de la nobleza o incluso de la realeza que, avergonzados de su menoscabada condición social, se apartaran de toda ostentación dejando el lujo para sus fiestas privadas cerradas a cal y canto a la exposición pública.
Pero también podrían ser dos siervos de la gleba que, con el esfuerzo sobrehumano de sus padres, recibieron cierta educación en un colegio de pago, donde aprendieron a comportarse con la dignidad de los príncipes de los cuentos.
Pongamos que fuese el hombre el heredero de la corona de un reino, y ella una chica aplicada que terminó su carrera para trabajar de cara al público y un día fue llamada a la corte en secreto para satisfacer la curiosidad del príncipe por los plebeyos.
Así, entre la niebla de un día de primavera, pasaron desapercibidos como una pareja cualquiera.
¿Y si fuese ella una princesa y él un deportista del montón, que destacaba entre los amigos por su gallardía y su afición al dinero? No hacen falta encantamientos para disfrazarse de rana en la charca de renacuajos y elegir o ser elegido como heredero de los tristes destinos de una familia de espantapájaros.
Cogidos de la mano se deslizaban por el empedrado de una calle cualquiera, aquél nebuloso día de primavera.
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Ohhhh que bella estampa e historia cuyo final se antoja feliz a pesar de posibles y más que seguras contingencias, achacables por supuesto a la ignorancia de la plebe, de ese batallón de energúmenos paupérrimos e ignorantes de que el amor a "manos llenas", es el que merece finales felices.
ResponderEliminarMuy buena metáfora esta entrada tuya.
Besazo.
Mis palabras son sencillas Spa, tienes la imaginación llamada por mi vocabulario de "calidad humana", despué de reflexión tras reflexión me llevaste al final acertado,
ResponderEliminarDeseo darte las gracias por estar siempre, AMIGO además de poeta.
Besos muchos ♥
tRamos
Aunque no estés en nuestras lecturas, paso por aquí.
ResponderEliminarCuidado con los cocodrilos.
Un abrazo