miércoles, 5 de febrero de 2014

el banco








Como ya era costumbre, volví al paseo a la hora en que discurre la vida.
Me dirigí a mi puesto de vigía, desde el que contemplaba el trasiego de paseantes y peatones con prisas, pero el banco estaba ocupado por la misma pareja de jubilados que se sentó a mi lado hace unos días.
Para no repetir la escena, apresuré el paso para pasar de largo, cuando vi que el hombre se incorporaba torpemente ayudando a la mujer a levantarse. Me detuve a cierta distancia y saqué el teléfono simulando una llamada, esperando que  dejaran el banco libre y observé a la pareja con más detenimiento mientras se marchaban.
Los dos iban correctamente vestidos. Él con un traje clásico, pero no muy anticuado y unos zapatos negros de cordones, algo desgastados. Ella con una media melena cuidadosamente rizada, usaba pantalones a juego con una chaqueta de lana de tipo austriaco. No es que llamaran la atención con su atuendo, sino que me fijé especialmente para descartar la absurda idea de que habían permanecido ahí sentados todo el tiempo en que yo estuve ausente.
Cuando el banco estuvo despejado, tomé posesión de mi sitio mientras la pareja se alejaba lentamente.
Me acomodé como una cigüeña en su nido, desde donde todo lo que veía me resultaba familiar, el panorama del paseo con las acacias rugosas, la antigua librería de enfrente que apenas cambiaba el escaparate, la terraza del café bajo el toldo pardo que recogían en los días de viento. Pero quizás todo lo que se ofrecía a mis ojos y que casi consideraba como propio, en realidad no se exhibía para mi, para que yo fantaseara sobre el lugar y sus encantos, podía ser que la pareja de ancianos también hubiera elegido el mismo sitio y éste fuera "su banco" del paseo, el rincón donde se dieron el primer beso, hace ya tantos años, donde siempre acudían a recordar en silencio los viejos tiempos, desde el sitio en que se conocieron. Porque el paseo poco había cambiado, como lo atestiguan los frondosos árboles alineados. Por un instante sentí que profanaba su altar o su templo con mi presuntuosa presencia, pero por otra parte, el banco era el vínculo que me unía a ellos.
Era extraño que no hubiéramos coincidido más veces, pero se puede explicar con un cambio de horario en el disfrute del banco que como hoy, nos llevara a un relevo. Por la curiosidad innata que siempre me acompaña, quise saber más acerca de la pareja y decidí repetir con más frecuencia los momentos en el banco del paseo.

3 comentarios:

  1. Historias de vida, retazos imaginados más que indagados. Tal vez ellos al verte, también se pregunten acerca de ti y tu ocupar "su" banco...
    Besos.

    ResponderEliminar
  2. De crío jugaba a esto con un amigo. Nos sentabamos en un banco (en la Isla o en el Espolón) e imaginabamos las vidas de los paseantes. A algunos no volviamos a verlos. Otros eran fieles a un recorrido y a un horario determinado. A algunos les cogimos autentica simpatía, y para compensar, a otros una tremenda manía.
    Observé entonces que somos dados a idealizar las historias de amor de las parejas de ancianos, imaginando un amor longevo y sincero, cuando es más que probable que ambos hayan enviudado recientemente (él de su tercera esposa, y ella de su muy amado cuarto marido) y se hayan conocido este pasado noviembre bailando los pajaritos en Benidorm.

    ResponderEliminar
  3. Gran placer esa curiosidad intensa que nos hace pertenecer al mundo desde las afueras que son vecinas, imposible no buscar ese banco y mirar, con el perro amigo al lado.
    Besitos.

    ResponderEliminar