jueves, 6 de febrero de 2014
Disparador automático (2)
Podría haberles saludado, al verlos llegar al banco de cada día, "Buenos días, ¿se retrasan ustedes hoy o es que yo me he adelantado?". pero el silencio era nuestro cómplice.
Más que cierta simpatía por la pareja de ancianos con los que frecuentemente coincidía, sentía cierta empatía, debido quizás al banco compartido en el instante, que a pesar de la diferencia de edades, nos hacía contemporáneos, y esa proximidad nos daba la confianza necesaria para que el silencio no molestara.
El viejo en ocasiones repetía el traje pero no así la corbata, que a veces combinaba con una americana de tweed que le daba un aspecto más joven y deportivo. Sin embargo a ella nunca le vi dos veces con el mismo atuendo. Me preguntaba si tendría un modelo para cada día y 365 pares de zapatos y cuales serían las dimensiones de su vestidor. De esto se deducía que si no eran ricos, al menos estaban bien acomodados. También los buenos modales y la deferencia con la esposa de aquel hombre, dejaban pensar en una buena educación recibida y cierta cultura.
Yo acudía cada día a ese lugar, como si tuviese una cita con estas personas, de las que no conocía nada más que su apariencia física, pero que habían logrado desinteresarme por el resto, que la indolencia había convertido en meros decorados.
Cruzó por delante del banco un rebaño de chicas, en edad de merecer, desear y recibir, que hubiera pasado inadvertido de no ser por la risa explosiva de una de ellas que alborotaba a las demás, aunque sonaba a falsa risa de lo exagerada y rematada en una especie de hipo equino. Volví la cabeza para comprobar el efecto de la juventud en la vejez de mis compañeros, pero no vi ningún gesto de desaprobación, al contrario, había un rictus de benevolencia en el rostro levemente maquillado de la anciana, que le hacía redondear las mejillas, a lo que el hombre respondió con una tierna mirada que llenó el vacío de sus ojos grises.
No sé si el conocimiento y la experiencia aumentan la tolerancia o es la costumbre que convierte al hombre en conservador, amante de lo familiar y desconfiado con lo que suponga un cambio, o todo esto forma parte de la esencia humana dirigida por el temor a lo desconocido. Pero a mis compañeros del paseo, parecía importarles muy poco todo lo que sucediera fuera de ellos. Se tenían el uno al otro y me costaba imaginar que se acostaran y se levantasen juntos cada día, que hicieran sus abluciones en el mismo cuarto de baño y se arreglaran dispuestos para salir cada mañana hasta éste banco del paseo para ver pasar la vida como quien se asoma a la ventana.
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No hacen falta muchas palabras, basta sentarse en el banco y la curiosidad hace el resto, vuela la suposición a la pareja y hasta la rama con la ardilla.
ResponderEliminarUn besito.
Hola, Spa.
ResponderEliminarJó, qué bonito... Si se tenían el uno al otro ya tenían mucho, aunque alguna palabrilla sí que deberían practicar más.
Un beso muy grande.
Empiezo a cogerles cariño (¿o puede que sea solo curiosidad?, como nos gusta meternos en la vida de los demás, aunque sean ficticeos)
ResponderEliminarPor qué te costaba imaginarlo?
ResponderEliminarLo bonito es imaginar justo lo contrario...a esa pareja de personas que han vivido toda una vida juntos y juntos lo comparten todo mientras disfrutan al unísono de sus recuerdos, sus experiencias, la sabiduría adquirida y esa benevolencia es, imagino, algo extraído precisamente de toda esa amalgama.
A mí no me cuesta nada imaginarlo, ya ves.
:)
Besos.
Yo me quedé colgada del rebaño d echicas en edad de merecer y la d ela risa equina... ¿ al final, eran ovejas o yeguas?
ResponderEliminarjejejejee