miércoles, 19 de diciembre de 2012
El buscador
No habían sonado las campanas del mediodía y las nubes que trae la tarde aún estaban lejos, el cielo azul índigo pintaba de ocio la mañana.
Por las aceras se apresuraban mujeres compradoras con bolsas de colores y las bombillas apagadas que cruzaban la calle, adornaban como gargantillas de cristales las fiestas que se acercaban.
Hacía tanto tiempo que dejó el último trabajo, frente a la computadora que diseñaba el corte de las piezas de mármol en la factoría, que había olvidado la disciplina del trabajo. Salía de la última entrevista, del mugriento despacho de una empresa empaquetadora de regalos chinos.
Sus perspectivas de encontrar un empleo antes del fin de año se esfumaban día a día. A medida que sus escasas provisiones económicas mermaban, casi sin saber cómo, se reducía la confianza en sus títulos universitarios y se desvanecía la propia estima, de lo que un día fue capaz de realizar.
Miraba a los viandantes con los que se cruzaba y en su ceño no apreciaba un destino mejor que el suyo, pero se hubiera cambiado por cualquiera; por el hombre de caminar sin prisas que fumaba, por esa mujer rubia que miraba su reflejo en la luna de un escaparate, por el que cargaba cajas de plástico en un carrito al sol de la mañana, por el que hablaba por teléfono en postura praxiteliana adelantando un pie y sacando la cadera. Todos parecían tener algo que a él le faltaba, aunque no lo expresase su semblante.
No podía regresar y encerrarse en casa. La resignación no formaba parte de sus planes. Se sentó bajo los árboles deshojados del paseo y levantó la vista hacia el azul que se filtraba entre las huesudas ramas de los plátanos, y al mirar, vio lejos, muy lejos su destino...
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Salía, se salía buscando humanidades, afinidades, así somos o estamos perdidos.
ResponderEliminarQue se cumplan tus deseos posibles para el 2013, de todo corazón.
me gusta mucho como escribís lo hacés desde tu alma de payaso poeta
ResponderEliminargracias por compartir con nosotros tus letras
¡qué buena vista la suya!
ResponderEliminarNo sé que destino vería, pero me gusta eso de no resignarse, eso de pararse a mirar los árboles deshojados del paseo y levantar la vista hacia el azul que se filtraba entre las huesudas ramas de los plátanos.
ResponderEliminarAhora te mando un beso.
El problema del destino es que solo llega tras muchas fases intermedias...
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