jueves, 28 de febrero de 2013

La erótica de la Inocencia (V )(La indecencia de la inocencia)





Quizás la belleza sea indecente, provocadora, malvada, lujuriosa, como una escultura flamenca, pero es ante todo belleza. Su poder convierte al hombre libre en esclavo de su grandeza.
Él tardó en comprender que la belleza es para contemplarla y no para ser poseída, pero al fin lo vio.
No obstante se preguntaba quién sería el dueño ahora de tan indecente inocencia, si seguiría siendo ella. Si aún conserva esa ingenua apariencia que lo cautivó.
Si el rocío seguía colgando perlas a su alrededor. Si continúa brillando su sonrisa lasciva. Si ella sigue flotando en sus trémulas caderas al compás de una sinfonía mañanera.
Se cuestionaba si hizo bien saliendo por la puerta trasera aquella mañana sin sol, huyendo de la impúdica inocencia, lo que le empujó a los suburbios, al sexo salvaje y a las borracheras.
Se alegró de que ella, nada de esto supiera, que ni una mancha en su hermosura, hiciese una sombra perversa.
¡Qué daría por regresar al instante de su vientre desnudo! que ahora se presenta como una foto vieja en un flash que permanece incandescente todavía.
Quiso el destino que un día, se encontrasen en una estación vacía. Él esperando a un tren que no venía, ella a quién la llevaría. Se miraron en silencio largo rato, como viendo todo lo que soñaron despiertos.
Una malévola sonrisa rompió el aire que ardía. Él le contó todo un cuento de la Atlántida perdida, con palabras inventadas para que ella no se enterara de todo lo que ya sabía. Ella, que ya no escuchaba, acercando sus labios traviesos, con el veneno de su boca lo mató de dos besos.

Solo él conocía su nombre, porque todos la llaman ELLA. Tampoco nadie sabe el nombre de Él, y cuando hablan de la belleza, cuentan la historia de Él y ELLA.


La erótica de la Inocencia (IV) (La retórica de la erótica)





Quiso olvidar y lo intentó todo.
Se decía a si misma que lo soñó. Que nada de eso que ahora descubre, realmente ocurrió.
Que el calor de sus labios y las mañanas de música y fresas fueron  inventos del tiempo, de hace tanto tiempo, que los caprichos de la memoria colgaron como cierto.
Que su sexo estaba cerrado cuando el deseo llamó, y cuando se abrió ya no había nadie despierto.
Que siempre lo supo y calló. Que fingió no darse cuenta del aroma que rezumaba llamando a la bestia complementaria.
Que su inocencia era una farsa, una herramienta de tortura para castigar la lujuria.
Que todo fue una comedia desde el principio, cuando descubrió que él no escuchaba las historias de la Atlántida y por eso en vez de leer, se las inventaba.
Que nunca fue joven y hermosa como lo es ahora.
Que el espejo no miente cuando le dice que es una diosa.
Se lo decía a todos y a todas, que nunca quiso ser de nadie, que le gustaba estar a solas con un libro entre las piernas, en el suelo de la alcoba, soñando con asexuados querubines y con un eunuco que cantaba preciosas "arias agitatas".
Que su afición a la ópera de Verdi y Puccini fue infundida en su alma, cuando apenas era un cigoto en el vientre de su madre que cantaba.
Decía que nunca lo conoció, y nunca leyó en su mirada opaca, el deseo que lo agitaba.
Que cuando se fue, descansó de tanto luchar contra las llamas que día y noche la abrasaban.
Hablaba para olvidar los ojos que la escudriñaban, el roce de la piel tan blanca y tan tierna,
Hablaba para olvidar los besos que no daba, los días que pasaban con las nubes por su ventana, para olvidar el sudor que le bajaba por las piernas cuando sentía próximo el aliento en la nuca blanca.
Hablaba sin parar para llenar el silencio, que ni el eco de su voz le llegara cuando, de la magia secreta de la música y de la belleza le hablaba en el jardín de esta casa.


La erótica de la inocencia (III)




Se hacía largo el invierno. Aún en ésta parte del trópico, el jardín estaba mustio y las mañanas sembraban perlas de rocío en lo que quedaba de los macizos de flores. Pero algo cálido sustituía al sol  de esas mañanas azules de antaño, cuando la música inundaba todas las estancias de la casa.
Ella no recordaba la despedida, pero un escalofrío le hacía sentir su ausencia.
Él no había dejado de verla en todas las otras mujeres que nunca le dieron nada más que el placer de un instante. Con cada una de ellas soltaba el instinto de fiera, como una injusta venganza por lo que renunció de su amada. Sus dedos temblaban culpables al acariciar otros cuerpos y sus ojos buscaban en balde la inocencia que le llevó a la infamia.
En otros labios buscó el champaña, entre otros muslos, la efímera flor. Vagaba de cama en cama con su secreto cuidadosamente reservado, con su pasión resquebrajada por tantos intentos baldíos de encontrar la ingenua belleza que ella le regalaba.
Abrazó a una Venus romana y sintió cómo sus brazos ausentes le rodeaban. Llegó al éxtasis con ella, le pagó el servicio y se fue sin decir palabra.
Con un cachete en el glúteo recibió a una joven de Albania, su risa le recordó a aquella otra lejana, cuando, sentada en el suelo, con las piernas descruzadas; leía historias de la Atlántida.
Lejos quedaron los días de la malicia profana, que daban sentido a su vida, con la música en la ventana. Lejos las sinfonías que adornaban la mañana. Ahora una balada triste, cada día lo acompaña.
Juró que ella nunca sabría lo que ardía en sus entrañas y partió.
Se fue entre la bruma fría de una mañana sin sol.
Herido como un puma por un tiro de amor.







miércoles, 27 de febrero de 2013

La erótica de la inocencia (II)






Cuando se dio cuenta, ya era muy tarde, tal vez demasiado tarde.
Entonces comprendió, que todas las atenciones y los cuidados que causaban sus desvelos, provenían de las fuentes del amor y del deseo. Que todo un mundo fascinante había permanecido oculto tras una mirada opaca que nunca dejó traslucir sus anhelos.
Los desayunos al sol, en el jardín donde llegaban los nítidos acordes de la 9ª Sinfonía de Dvorak desde la ventana, habían formado parte de los decorados de su delicada sensibilidad por la belleza.
Él nunca había cedido a sus peticiones de cambiar la música de las mañanas, mientras hablaba de la magia secreta de cada pasaje, del contraste entre lo lírico y la angustia de controlar los impulsos del instinto.
Quizás fuese esa Sinfonía de un nuevo Mundo, la que abrió, a la luz azul de la mañana, la misteriosa puerta de los recuerdos.
Cuando sentada en el suelo,  le leía la historia de la Atlántida, para sus ojos entrecerrados y sus oídos abiertos.
Cuando suspiraban juntos, él deseando lo indeseable y ella agotada por conseguir lo imposible.
Entonces no sabía nada del volcán ni de la lava. De todo lo que ardía dentro de él, de todo lo que, por respeto, disimulaba. No supo nada de todos los versos de su antología rota.
Ahora lo sabe.
Ahora mira sus manos vacías que intentan acariciar un evanescente cuerpo invisible.
Ahora una lágrima brota.

La erótica de la inocencia. (I)



                                       


No lo sabe y nunca lo sabrá.
El deseo que emana de su ingenuidad, de sus libidinosos descuidos, cuando la piel se eriza bajo  las ropas y su roce.
No sabe el alcance de sus labios descorchando palabras de champán, que brotan efervescentes cada vez que se juntan y se separan, rematando en una sonrisa voluptuosa toda su inocencia natural.
Nunca sabrá el efecto de su vientre desnudo por un instante,  y del sordo rechinar en boca ajena.
Cuando de una sola sacudida, lanza su cabello al vuelo dejando la nuca blanca al descubierto.
Cuando separa las piernas para sentarse en el suelo con un libro en el regazo, nada sabe de la mirada oscura que penetra bajo el toldo floreado de su falda.
No se imagina, al caminar flotando en sus caderas temblorosas que ojos de monstruo la miran, que rezuma aromas intensos y que otros efluvios afloran.
No sabe que su vestido no existe, ni la protege del tacto más liviano, penetrando más allá de la piel, hasta los huesos del alma.
No teme a la proximidad, porque la ternura que despierta le ofrece seguridad, como quien tiene un cancerbero que le protege y nunca piensa que puede devorarla.
Nunca sabrá, cuando juega con sus dedos en el aire, que hay un cuerpo invisible que se adapta exactamente a la cuenca de su mano. Que por su palidez de mármol, brotan venas azules capaces de enloquecer a bestias y esclavos.
No sabe que el puente de sus muslos haya sido tantas veces imaginado.


sábado, 23 de febrero de 2013

bla bla bla palabras




Escucho, leo,
millones de palabras que dejan su simiente en los surcos del cerebro.
Repiten y repiten las mismas historias a los vientos,
los mismos impenitentes cuentos.
Escucho y callo, esperando al sueño.
La música de los inventos, la conversación de los cuervos.
Palabras de romances desvelados, libelos,
incansables parloteos, protestas, celos.
Promesas amplificadas por las ondas del universo,
largas excusas, prolongados miedos.

Me voy con el que escribe y leo,
el silencio se adelanta, la humedad en los huesos,
con su oscuro sigilo, vuelve la noche de nuevo,
callada como una esfinge, con el mutismo de un muerto.
¿qué significan tus palabras? ¿son quizás, tus sentimientos?
son un disfraz, una calumnia, una mueca; deja que hablen los dedos.

Leo palabras que escucho, palabras que veo,
y todas tienen un sentido que va más lejos que el verbo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La canción de nunca acabar




Un frío día de Marzo
del año de dos mil trece,
recibe en mano una carta
del banco, según parece.
Manuel Gonzalez Rabana
en paro desde hace meses,
tiene una deuda en el banco
del dinero que pidió
sumados los intereses.
para salir del barranco
y vivir en la barriada.

Cambió su vida en el campo
por el sudor de la fragua,
dejó las rosas de Mayo
por el trabajo en la fábrica.
Lloraba el sauce del  río
cuando le daba la espalda.

La casa tiene pagada
con dinero que fue ahorrando.
Allí sus hijos nacieron
cuando no tenían nada,
y ahora viene reclamando
el banco, lo que debieron,
lo que deben y la casa.

Ve por la oscura ventana
del patio, la pena azul,
sus miserias y tristezas,
mientras recoge sus cosas,
en un pequeño baúl.

Lejos, el sauce lloraba
lágrimas que al río crecen.
Rosas marchitas ahora,
pétalos que el viento mece.
Fría mañana de invierno,
en Marzo de dos mil trece.





El satélite




Cree que es único y lo es.
Es único porque no hay otro  igual en un universo cuajado de infinitos seres diferentes. 
Su luz es ciega, pero ve el azul que recubre otros astros, otros cielos que no le corresponden.

Todo funciona ordenadamente dentro del caos cósmico, en las escorias esponjosas de la mente.
Esta esencia irrepetible hace al satélite vagar en soledad, con la dependencia gravitatoria de un mundo que ríe en el centro de su única órbita creada solo para él.
Quisiera liberarse de esa atracción satánica y flotar en el oscuro vacío del tiempo, rodar por el firmamento y jugar con las estrellas que le hacen guiños desde distancias imposibles.
Abrir las alas de la suerte en el dédalo enredoso de las galaxias, donde se perdió la memoria.
Presumir disfrazado de polvo de cometa solo para tu impúdica mirada.
Participar en la noche de San Lorenzo en la orgía que los astros precipitan y propician.
Rugir en la tempestad de los soles siendo luz y llamarada.
Solo con desearlo, se va deteniendo la enloquecida noria.
Otros satélites y asteroides rompieron su ruta obligada,
buscando un lugar en el espacio
y llenando de ilusiones la nada.

lunes, 18 de febrero de 2013

El redoble





Llega el retumbar de los graves desde lejanos lugares. Como una música difusa en la distancia, que no se puede decir con precisión si se acerca o se está alejando. Aún no llegan las cortas frecuencias de los agudos que definen la melodía, solo ese vaivén entrecortado de una banda de músicos que desfilan en una espiral excéntrica.
Todo hace mirar en esa dirección como si por allá viniese el futuro dando tumbos.
A medida que se acentúan los graves, también podrían ser los ecos de un cañón en el fragor de la batalla, que en la distancia se confunden con músicas celestiales, de un cielo de plomo azul que se cierne sobre las cabezas y las almas.
La velocidad del sonido atraviesa la bruma adelantándose a la luz en su carrera.
Algo como un redoble, detiene la respiración en una pausa infinita de temor y de suspense.
Hay quien siente  los volatineros en un triple salto mortal y sin red.
Una presunta viuda acerca sus lágrimas, entre el estupor, a un cadalso.
De pronto el redoble se detiene.
Se hace el silencio.
Solo el tambor del eco repite una y otra vez su inquietante retumbar.

jueves, 14 de febrero de 2013

El asesinato de Narciso



Tiró una piedra al lago y se rompió el espejo del agua.
Su rostro se avejentó en mil arrugas relucientes.
Vio el tiempo en el viento descomponer su bella imagen sonriente.
En cada onda de agua Narciso escuchó la voz de su enamorada.
Eco le llamaba desde el fondo de la gruta con sus propias palabras.
Narciso repudió el amor, concentrado como estaba,
viendo recomponerse su rostro por el sortilegio del agua en calma.

Unos dicen que se ahogó queriéndose besar en el lago,
pero fue Némesis quien lo empujó en justa venganza,
por rechazar el amor de Eco y Ameinias y sus halagos.
En su lugar una flor, con la música del viento danza,
canciones que desde la gruta, parecen repetir sus palabras.









lunes, 11 de febrero de 2013

Mi suicidio

Nadie pudo elegir el día de su venida al mundo.
El azar repartió injustamente la fortuna de la vida, eligiendo a su capricho el hogar, la familia y el lugar. No fue ecuánime en  los destinos.
Los hombres al darse cuenta, trataron inútilmente de hacerse iguales.
Pero al menos, podemos elegir el día de la despedida, a no ser que de la misma forma en que el azar nos trajo, se anticipe y nos sorprenda en el camino, sin darnos la libertad de seguir o terminarlo.
En este viaje de ida y vuelta desde ninguna parte, solo podemos elegir voluntariamente el momento del regreso a ninguna parte.
No quiero que me lloren los álamos y alisos del río, como Helíades con lágrimas de ámbar.
No me gustaría que mi último momento fuera en un aséptico hospital con tubos y analgésicos que no evitarán el dolor del alma que se despide de un cuerpo que se aferra al último aliento.
Quiero ser yo quien elija el día, el lugar y la forma de decir adiós a lo que tanto quería.
Quiero usar mi libertad para marcharme, no ahora, que quedan proyectos por delante, pero cuando llegue el momento que nadie me lo impida.
Siempre habrá otro que ocupe mi lugar, como yo ocupé el puesto del que me precedía.
Estoy cansado de luchar, pero no agotado y seguiré en la trinchera, siendo yo solo mi único ejército y la soledad mi compañera.
Si como Pigmalión yo pudiera hacer el milagro de volver en vida el marfil de Galatea, regresaría a la vida por ella, que no es corta penitencia.
El día en que yo muera, nadie me descabalgará de mi unicornio cada mañana para ofrecerme esa cosa subjetiva que llaman realidad. Nadie me apartará de la fiesta del fauno, mientras bailo con una ronda de silvanos, para traerme a las miserias de un mundo ufano y sin vergüenza.
No me mantiene una casa, ni una tierra, no hay raíces que me amarren, ni deudas que yo tenga.
Dejar la vida por las cosas, los dineros o problemas es solo una cobardía que no me toca ni de cerca.
Mi deseo es de libertad, casi algo frívolo, un acto de la voluntad a largo plazo, quizás un sueño nada más. Pero igual que pienso en la vida, dejadme también pensar en lo que pasará.



sábado, 9 de febrero de 2013

El soldado (I)




El soldado volvió a casa. Ya era algo para celebrar, pero por si fuera poco,  le habían ascendido a subteniente  y debía presentarse de nuevo en la comandancia después de la convalecencia.
Pasaba el tiempo en el balcón contemplando la calle de su infancia y lo que había cambiado en los tres años de ausencia.
La tienda de coloniales de enfrente había desaparecido y en su lugar, habían abierto una nueva mercería conservando el ancho escaparate, ahora lleno de cintas, abalorios y botones.
Cada mañana esperaba a la dueña una joven voluptuosa y alegre que parecía cantar, mientras la vieja abría la tienda. Luego se la veía con la escoba barriendo hasta el trozo de acera frente a la mercería.
Se sorprendió el soldado cuando escucho por primera vez, la voz de tan amable dependienta desde la otra acera. -buenos días "vuecencia"!, le gritó, saludando con la mano de visera y la escoba como presentando armas.
Así cada día, con el pretexto de bajar a por la leche y el pan, el soldado pasaba delante de la tienda para ver a la muchacha. Trataba de disimular las molestias que le producían las secuelas de la operación, cuando le extrajeron la metralla del vientre, y le hacían caminar un poco encorvado.
Quizás, el verdadero placer lo encontraba cuando la joven cambiaba los objetos y limpiaba las lunas del escaparate. Desde su balcón contemplaba sus formas sensuales y atractivas y sus posturas dentro de los vitrales transparentes de la tienda, mientras ella realizaba sus labores alegremente, ajena a tales observaciones.
Una mañana azul y limpia de nubes, se encontraron frente a la puerta de la mercería y por primera vez vio el soldado la sonrisa metálica de la muchacha - No sabía que usabas ese aparato en los dientes- dijo, y la muchacha respondió abriendo espontáneamente mucho mas su graciosa sonrisa de  adolescente - ¿No te habías dado cuenta?, hace casi dos meses que me lo pusieron para ordenar mis dientes-. -Perdóname, dijo él con toda sinceridad, es que siempre te miro más abajo. Y la muchacha explotó en una carcajada que disimulaba el arrebol de sus mejillas.
- A propósito, dijo él tratando de salir airoso, quiero comprarte una estrella.
A ella se le subió el rubor a las orejas. -¿Una estrella?
-Si, no es para ti, es para mi uniforme de subteniente, para ti te compraría la luna llena. ¿tienes en tu tienda estrellas doradas de cinco puntas ribeteadas en rojo eritrea?
-No sé tanto de astronomía, respondió ella riendo.

Desde aquel día, él duerme soñando con ella y ella con él.
Ella dormida en su nube, él en su catre del cuartel.



viernes, 8 de febrero de 2013

In Memoriam

                             Oscar Wilde: Foto, Google Images.




In Memoriam, Oscar Wilde; es un librito escrito por André Guide, en 1901, un año después de la muerte de Wilde; donde relata, con gran admiración por el escritor irlandés, sus encuentros, entrevistas y su corta convivencia con Oscar Wilde desde el prisma del ser humano, frívolo, distante pero genial en todas sus manifestaciones como persona y como contertulio.
"¿Quiere usted saber el gran drama de mi vida?. Es este: Yo he puesto el genio en mi vida; en mis obras no he puesto más que el talento". Confesó Oscar Wilde a André Guide en una ocasión y éste lo transcribe, no sin una crítica a la obra escrita, pero alabando su gran conversación.

No es mi estilo en este blog el copy/paste, pero como una excepción y como regalo especial a los que lo siguen asiduamente, quiero dejarles éste ingenioso e inquietante apólogo narrado de viva voz por Oscar Wilde a André Guide, quien lo transcribe en "In Memoriam O. Wilde"

 “Cuando Jesús quiso volver a Nazaret, Nazaret había cambiado tanto que ya no la reconoció. El Nazaret en que había vivido estaba lleno de lágrimas y lamentaciones; ahora era una ciudad llena de carcajadas y de canciones. Y el Cristo al entrar
en ella, vio esclavos cargados de flores que se dirigían presurosos hacia la escalera de mármol de una casa de mármol blanco. El Cristó entró en la casa, y en el fondo de una sala de jaspe, recostado en un lecho de púrpura, vio a un hombre cuyos cabellos sueltos se confundían con las rosas y cuyos labios estaban rojos de vino. Se le acercó el Cristo, le tocó la espalda y le dijo: ¿Por qué llevas esa vida? – El hombre se volvió, lo reconoció y repuso: -Yo era leproso y tú me curaste. ¿Por qué había de hacer otra vida?"
     “El Cristo salió de esta casa. Y en eso vio en la calle, a una mujer con la cara y los vestidos pintados, y los pies calzados de perlas; tras ella, caminaba un hombre con un traje de dos colores y de mirada lasciva. Acercóse el Cristo, le tocó la espalda y le dijo: -¿Por qué sigues a esa mujer y la miras así? – El hombre se volvió y reconociéndolo, le respondió: -Yo era ciego; tú me has curado. ¿Qué otra cosa podía yo hacer de mi vista?"
     “Y el Cristo acercóse a la mujer: -Ese camino que sigues, le dijo, es el del pecado; ¿por qué lo sigues? Lo reconoció la mujer y le dijo riéndose: -El camino que sigo es agradable y tú me has perdonado todos mis pecados".
     “Entonces el Cristo sintió su corazón entristecido y quiso abandonar la ciudad. Y al salir de ella, vio al fin, junto a los fosos, a un joven que lloraba. El Cristo acercóse y tocándole los bucles de la caballera, le dijo: -Amigo mío, ¿por qué lloras?”
     “El joven alzó los ojos, lo reconoció y repuso: -Yo había muerto y tú me has resucitado; ¿qué otra cosa podía hacer de mi vida?”









jueves, 7 de febrero de 2013

Esperando por ti, Primavera.




Hasta cuando seguirán los días sin ti, las aguas vacías, los tilos sin sombra.
El camino desierto espera tus pasos sediento de savia y flores jóvenes.
La lluvia en el río dibuja tu nombre y lo borra con burbujas para que nadie lo rompa.
Languidecen los días entre infinita y efímera espera.
La trama del mundo y sus prisas, insultan a la paciencia.
Los cantos se esconden en las ligeras plumas de los árboles medio desnudos, esperando tu calor y las rosas te necesitan tanto como yo, Primavera.

Las noches eternas aguardan un sol de vitriolo que tarde se asoma, empañado de escarcha.
Tu tarjeta de visita en los almendros que aguantan, es una puerta abierta a la esperanza.
La cita se acerca y el silencio medita que hacer cuando regreses, a dónde ir cuando despliegues tu cohorte de pífanos y violines entre las margaritas que engañan a los jóvenes amantes.
¡Que acabe el negro invierno que congela los campos y los sueldos!.
Que la Primavera se instale como en los frisos arabescos y cambie a los ladrones de casas por ladrones de besos.




miércoles, 6 de febrero de 2013

AZUL





Azul es la tarde hacia el ocaso.
Azul el reflejo del cielo en el océano.
Azules son los días de la infancia,
tan azules como los besos que soñaba.

Azul es la bruma en el horizonte infinito,
cuando el sol se apaga en el mar azul,
levantando el vapor al hervir el agua,
con su fuego incandescente y azul.

Azul es la tristeza que empaña el cristal
en las oscuras noches de invierno.
Azul como las lágrimas por lo perdido,
como las venas del deseo eterno.

Azul es el frío de hielo sobre la ciudad.
Azul es la lluvia que tiñe sus calles
que tiritan de miedo y de soledad
en una espera interminable.

Azules montañas lejanas ocultan el futuro,
Desconfía de azules vientos en calma.
Azul es el cuerpo desnudo en penumbra,
como azul es la piel del alma.






martes, 5 de febrero de 2013

De aquí y de allá




La ciudad es nueva, como relativamente nueva es la historia americana. Todo ha crecido y sigue creciendo desde los años de la multiplicación exponencial de hace solamente un siglo, con la revolución industrial y la inmigración en masa. ¡Que gran diferencia con las poblaciones castellanas que parecen dormir en un pasado ajeno al tiempo!

En el restaurante de mesas de plástico, hay un subliminal zumbido de motores de máquinas y aparatos aunque en las pantallas de televisión se mueven imágenes de deportes sin sonido.
Hay un trasiego permanente de la jerarquía de camareras, limpiadores  y clientes que se levantan y se sientan a las mesas con sus ordenadores y sus vasos de cartón con la bebida efervescente.

Sin querer acuden los recuerdos de el paraíso prohibido de las tabernas castellanas en la adolescencia.
El suelo pavimentado con ennegrecidas e irregulares baldosas de barro sobre las que se asentaban de forma inestable las mesas de mármol. Templos donde lo que cuenta es la adoración del tiempo detenido en el éxtasis del vino, y la magia de la conversación que el sagrado caldo libera.
Refugios del frío invierno por el exiguo precio de un café reconfortante, bajo la acogedora bóveda oscurecida por el humo de los tiempos en que se fumaba dentro.

Tras el océano todo es distinto. La clientela es heterogénea de turistas sonrientes y amables trabajadores en tiempo de descanso. Gentes del norte que llegan a  estas latitudes tropicales en busca de un clima hospitalario, a los que los oriundos llaman "Snow birds" cariñosamente. Es un público adulto y silencioso, se nota la ausencia alborotadora de los niños que a esta hora estarán en la escuela. Cruzan palabras dulces y pausadas como sigilosos enamorados tardíos. Pensionistas retirados del trabajo pero no de la aventura ni del amor todavía.

Diferencias insalvables, que la pandemia de la globalización aún no ha uniformado. Aunque la esencia de las gentes siga siendo la misma y el mismo, su deseo por conocer lo que va a suceder, la preocupación por el futuro para prevenirse y ajustarse a él. Aquí y allá, a pesar de las diferencias que nos rodean, las preguntas son las mismas y las respuestas no llegan nunca.